"MIRA LO QUE ME HICISTE HACER"

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La batalla afuera de la ciudadela era un infierno desatado. Los gritos de mujeres corriendo con niños en brazos resonaban por las calles, pero los caminantes, implacables y sedientos de sangre, los alcanzaban uno por uno, derribándolos sin piedad. La ciudadela, alguna vez un refugio seguro, ahora era el epicentro de la masacre.

Explosiones retumbaban en el aire, mientras los disparos se perdían en la cacofonía del caos. Los cazadores de Alexander luchaban con todas sus fuerzas, pero los caminantes seguían llegando, oleada tras oleada. Cada disparo, cada achazo, se sentía inútil contra los cientos de muertos que se les venían encima. Las criaturas mutantes se lanzaban sobre las mesas del festín, derribando todo a su paso y devorando lo que encontraban. Uno de ellos arrancó de cuajo una mesa, engullendo el cerdo asado que había sido preparado para la celebración, antes de que un grupo de guardias lograra cortarle los brazos con sus espadas, aunque eso apenas lo detenía.

-¡No podemos aguantar más, Alexander! -gritó uno de sus compañeros mientras disparaba a quemarropa a una horda que se acercaba.

Alexander, cubierto de sudor y sangre, alzó la vista hacia la luna roja que colgaba en el cielo, dándole a todo un aire surrealista, como si la misma naturaleza se hubiera rendido al caos.

-¡Cúbranme! -gritó por encima del ruido-. ¡Necesito llegar hasta Elías!

-¿Estás loco? -replicó uno de sus cazadores, descargando su arma sobre un grupo de caminantes-. ¡No hay forma de cruzar esto!

-¡Tienes un plan! -gritó Alexander, con desesperación-. ¡Solo cúbranme!

El grupo de cazadores intercambió miradas rápidas, sus caras marcadas por el agotamiento y la desesperanza, pero asintieron. Sabían que no había otra opción, aunque apenas podían moverse sin estar rodeados de enemigos. A duras penas mantenían la línea, balanceándose entre la vida y la muerte en cada segundo que pasaba.

Mientras ellos se debatían con los caminantes, Alexander se agachó, deslizando su cuerpo entre los escombros y cadáveres. Evitó a las criaturas que destrozaban todo a su paso, moviéndose con agilidad entre el caos. En medio de la locura, alcanzó a ver a Elías, rodeado de mutantes, sus venas brillando con la luz de la luna roja. Elías estaba en trance, su rostro parecía desprovisto de emociones, pero su poder sobre los caminantes y las criaturas era evidente. Lo controlaba todo. Los mutantes se inclinaban hacia él como si fuera su rey, protegiéndolo con devoción.

Alexander quiso avanzar más, pero en cuanto dio un paso hacia Elías, docenas de mutantes lo rodearon, gruñendo amenazadoramente. Alexander retrocedió de inmediato, levantando las manos en señal de paz. No había forma de llegar a él, no sin provocar una masacre aún mayor.

Los caminantes que lo habían rodeado le tocaban los hombros, casi como si lo estuvieran invitando a rendirse, a unirse a ellos. Pero Alexander no podía darse por vencido. No ahora. No cuando la vida de Matteo, y tal vez la de todos los que amaba, dependía de ello.

-¡Elías! -gritó con todas sus fuerzas, pero su voz se perdió entre los rugidos de los mutantes y el estruendo de los disparos y explosiones.

Elías no lo escuchaba. Estaba demasiado lejos, demasiado atrapado en su poder, en su furia. La luna roja parecía alimentarlo, y los caminantes respondían a su llamado, esperando una sola orden para desatar el infierno completo sobre la ciudadela.

Alexander respiró profundamente, sabiendo que el tiempo se acababa.

Sintió una ráfaga de aire helado cuando un caminante se lanzó hacia él, sus mandíbulas abiertas dispuestas a devorarlo. Sin pensar, levantó su hacha y asestó un golpe certero, cortando la cabeza del caminante antes de que pudiera hacerle daño. Pero el peligro seguía presente; el caos no cesaba.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora