"IGUALES"

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Elias estaba acostado en la cama, con Matteo acurrucado a su lado. Acariciaba suavemente la cabeza del niño, mientras el sonido lejano de los caminantes se escuchaba a través de las paredes selladas. Cerró los ojos, sintiendo el calor del pequeño cuerpo junto al suyo.

— Eres tan tierno  —murmuró Elias, con la voz suave —. Siempre te cuidaré, no importa lo que pase.

Matteo sonrió con los ojos cerrados, sintiéndose seguro en los brazos de su padre. Elias continuó hablando, sus palabras fluyendo como un canto de cuna.

— Siempre estaré aquí para ti. Siempre serás mi pequeño héroe.

El niño suspiró y, poco a poco, se dejó llevar por el sueño, su respiración se volvió más profunda y tranquila. Elias sonrió. Sin embargo, ese momento de paz se interrumpió cuando la puerta se abrió lentamente.

— Elias —dijo Alexander, su voz un poco tensa.

El giró la cabeza, encontrándose con la mirada de Alexander. El silencio se hizo entre ellos, pesado y cargado de resentimiento. Alexander se sentó en la cama, al otro lado de Matteo, sus ojos fijos en el rostro de Elias.

— Matteo quiere que estemos juntos de nuevo.

Elias desvió la mirada, ignorando lo que acababa de decir. Conocía el deseo del niño, pero no podía permitir que eso lo distrajera de la realidad.

— Elias —insistió Alexander —. Solo quiero que hables conmigo.

Elias respiró hondo, sintiendo cómo la rabia comenzaba a burbujear en su interior.

— ¿Hablar? ¿Sobre qué? —dijo, con una mezcla de burla y desdén—. ¿Sobre cómo uno de sus padres es un maldito infiel que no lo cuidó cuando debía? O ¿cuando por su culpa le quitaron la inocencia a toquetones?.

Alexander se encogió un poco, el dolor reflejado en su expresión.

— No es así, Elias. Yo... —intentó explicar, pero las palabras se le atascaban en la garganta.

— No quiero escuchar tus excusas —interrumpió Elias, su voz firme—. Matteo no entiende. Solo quiere a sus papás juntos. Pero no puede ver lo que tú hiciste.

Alexander, sintiéndose impotente, se acostó de espaldas en la cama, mirando al techo con los ojos llenos de culpa.

— ¿Qué vamos a hacer?.

Elias, aun con la mirada perdida, mantuvo el silencio. No sabía qué responder.

— No lo sé, Alexander —dijo al final, con un tono cansado—. Solo quiero proteger a Matteo. Y tú... no sé si puedes ser parte de eso.

Matteo, en medio de su sueño, se movió un poco, buscando la calidez de su padre, inconsciente del tumulto emocional que se desarrollaba a su alrededor.

Su cabello castaño claro brillaba tenuemente a la luz.

— Hoy fuimos a practicar tiro en el campo —dijo Alexander, tratando de romper el hielo —. Fue divertido, en realidad.

Elias lo miró de reojo, sin dejar de acariciar a Matteo.

— ¿Ah, sí? —respondió con una sonrisa forzada—. Me alegra que haya encontrado algo de diversión en este mundo de locos.

— En serio, Elias —continuó, ignorando el tono sarcástico—. Hicimos algunas prácticas de puntería. Te habría impresionado cómo apunto al blanco.

Elias se volvió un poco más hacia él.

— No lo dudo —dijo, su tono más frío de lo que pretendía—. Siempre ha sido bueno con las armas.

— Y también te hubiera gustado ver cómo Matteo disparaba.

Elias no pudo evitar sonreír un poco al imaginar la escena, pero su expresión rápidamente se tornó seria nuevamente.

— ¿Y qué tal si nos vamos a practicar juntos algún día? —sugirió Alexander, tratando de abrir un camino hacia la reconciliación—. Podríamos hacer una actividad familiar.

Elias miró a Matteo, que seguía dormido, y sintió un nudo en el estómago.

— ¿Familia? —dijo con un leve temblor en la voz—. Esa palabra no significa lo mismo para mí ahora.

Alexander se quedó en silencio por un momento.

— Elias, debemos resolver esto —dijo, su voz más firme—. La pelea que tuvimos ya pasó. He tratado de explicarte que nunca quise hacerte daño.

Elias giró la cabeza hacia él, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y furia.

— ¿Nunca quisiste hacerme daño? —replicó, casi llorando—. Lo que hiciste fue exactamente eso. Me dejaste, y no solo a mí, sino también a Matteo.

Alexander sintió que su corazón se hundía.

— Eso fue un error de los dos —insistió—. Ambos hemos cometido errores. Pero ahora estamos juntos de nuevo. Debemos encontrar la manera de arreglarlo.

Elias respiró hondo, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con caer.

— ¿Juntos? —dijo, la voz entrecortada—. Alexander, no puedes entender. Yo tomé el enojo que Matteo debió sentir hacia ti. Él es solo un niño, pero yo... yo debería ser más fuerte.

— Elias, no te culpes por lo que sienta Matteo —respondió Alexander, acercándose un poco más—. Él te quiere. Nos quiere a los dos. Lo que ocurrió fue un desastre, y estamos aquí ahora, tratando de reconstruirlo.

Elias lo miró fijamente, sintiendo cómo la rabia y la tristeza se entrelazaban en su pecho.

— Nunca podré perdonar lo que hiciste —dijo, con la voz temblorosa—. Cuando dejaste a Matteo solo en la Ciudadela, al descubierto de esas personas que se aprovecharon de él... eso fue imperdonable.

Las palabras de Elias golpearon a Alexander como un puño en el estómago. Su rostro se tornó grave al recordar los momentos oscuros que habían enfrentado.

— Lo sé, y me arrepiento todos los días de esa decisión —su voz ahora baja y llena de dolor—. Pero en aquel momento, ambos actuamos de manera desesperada. Estábamos asustados.

— Eso no lo hace menos grave. No es una excusa. Estás hablando de la vida de...un niño.

— Y lo sé, lo sé —Alexander apretó los puños —. Pero no quiero perderte a ti también.

Elias lo miró, sintiendo cómo las lágrimas empezaban a rodar por sus mejillas.

— Alexander, no sé si esto se puede arreglar. —La voz de Elias temblaba mientras intentaba hablar—. No puedo simplemente olvidar lo que pasó.

— No te pido que lo olvides —dijo Alexander, con desesperación en la voz—. Quiero demostrar que puedo ser un mejor novio, un mejor compañero.

Elias lo observó en silencio, sintiendo el peso de las palabras. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano, intentando recuperar la compostura.

— Solo quiero que Matteo esté a salvo.

— Yo también quiero que eso suceda —replicó Alexander, acercándose un poco más—. Pero si no hablamos de esto, solo empeorará. Necesitamos sanar juntos.

Elias lo miró de nuevo.

— Quizás lo que necesitemos es un poco de espacio —dijo, sintiéndose agotado por la conversación—. Necesito tiempo más tiempo.

Sin decir más, Elias se levantó de la cama, sin mirar a Alexander. Se dirigió al baño, sintiendo la necesidad de alejarse un momento, de huir de las emociones que lo estaban abrumando. La puerta se cerró detrás de él, y Alexander se quedó en la cama, mirando al techo.

Los minutos pasaron lentamente, y el silencio llenó el cuarto. Alexander podía escuchar el suave respiro de Matteo, el niño aún dormido en su cama.

Su mente corría a mil por hora, recordando cada momento que había compartido con Elias. La vida que habían construido juntos antes de que todo se desmoronara. Sabía que habían cometido errores, pero sentía que podían reconstruir lo que se había roto. Sin embargo, cada vez que intentaba acercarse a Elias, sentía que se alejaba un poco más.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora