"FUERTES COMO PAPÁ"

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La luz suave de las lámparas iluminaba la habitación donde Elias y Alexander estaban acostados sobre una camilla, tomándose un momento para descansar. Matteo estaba cerca, dormido.

Elias estaba tumbado de lado, con una mano descansando sobre su abdomen. Desde hacía días, el temor de que los bebés no sobrevivieran había sido una carga pesada sobre sus corazones. Alexander, acostado junto a él, lo miraba en silencio, luchando contra el cansancio que lo acompañaban desde que se enteraron del embarazo de Elias. La idea de perder a los pequeños les había robado la esperanza.

Pero de repente, en la quietud de ese momento, Elias sintió algo. Un movimiento, apenas perceptible, que hizo que sus ojos se abrieran de golpe. Su mano, que había estado descansando sobre su vientre, notó un leve empujón desde adentro. Se quedó completamente inmóvil, inseguro de si lo que había sentido era real.

—Alexander... —susurró, su voz quebrándose por la emoción.

Alexander se giró de inmediato hacia él, con el ceño fruncido. Vio el asombro en el rostro de Elias y se inclinó hacia él.

—¿Qué pasa?.

Elias no respondió de inmediato. En cambio, llevó su mano al abdomen y, con lágrimas en los ojos, se la puso a Alexander sobre el vientre. Por un segundo, el tiempo pareció detenerse. Entonces, lo sintió: un pequeño pero claro movimiento bajo la piel.

Alexander soltó un suspiro de alivio y sonrió con tanta fuerza que sus ojos se llenaron de lágrimas. Inclinó la cabeza hacia el abdomen de Elias y, con suavidad, besó el lugar donde los bebés acababan de moverse.

—Están aquí —susurró con una mezcla de asombro y alegría, su voz temblando mientras besaba de nuevo el vientre de Elias, más largo esta vez—. Siguen ahí.

Elias cerró los ojos, permitiendo que las lágrimas cayeran libremente por su rostro. Por tanto tiempo habían creído que los pequeños habían fallecido, que ese embarazo, extraño y milagroso, se había apagado por los golpes el peligro. Pero sentirlos moverse ahora, tan claramente, era un recordatorio de que todavía había esperanza. De que a pesar de todo, sus hijos seguían vivos dentro de él.

—Pensé que los habíamos perdido —susurró Elias —. Pensé que no volveríamos a sentir esto...

Alexander se inclinó hacia él, sus manos envolviendo con ternura el abdomen de Elias, como si tratara de protegerlo, de aferrarse a ese momento.

—No —dijo con firmeza —. Son demasiados fuertes. No los perderemos.

El lo miró con una mezcla de incredulidad y alivio, y luego sonrió por primera vez en lo que parecían días. El miedo que había sentido por tanto tiempo se desvanecía poco a poco.

—No puedo creerlo.

Alexander se inclinó y le dio un suave beso en los labios,. Cuando se separaron, apoyó su frente contra la de Elias, con los ojos cerrados, respirando profundamente.

—Los vamos a proteger, cueste lo que cueste.

Elias sonrió nuevamente, más seguro ahora, sintiendo el amor de Alexander envolverlo.

Y mientras seguía acariciando con ternura su vientre, sintiendo los movimientos cada vez más fuertes.

Alexander salió de la carpa donde había estado con Elias. El frío del invierno se colaba por los rincones del refugio, y afuera, la nieve cubría todo a su alrededor. La tormenta invernal rusa, que ahora se había extendido hasta Giarre, empeoraba más con cada hora que pasaba. Los ciudadanos de la ciudadela habían creído que las explosiones de los misiles calmarían la tormenta, pero solo habían hecho que empeorara, dejando una capa de hielo cada vez más espesa sobre el terreno.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora