"REVOLUCIÓN CATARIANA"

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El campo alrededor del fuerte era un verdadero infierno. Los prisioneros habían salido con toda la furia acumulada durante meses de encierro, y los soldados de Alexandra luchaban por mantener el control. Las balas zumbaban, explosiones sacudían el suelo, y los cuerpos se amontonaban en la batalla. El caos reinaba, con ambos bandos peleando hasta el último aliento.

Valeria, armada con su fiel bate de béisbol ensangrentado, luchaba codo a codo con los supervivientes. Golpeaba a los soldados con precisión brutal, abriéndose paso entre el tumulto. De repente, mientras se abría paso, levantó la mirada hacia una ventana de la mansión central. Allí, como una sombra en el horizonte, Alexandra observaba la masacre con una calma inquietante. Valeria le clavó la vista, un odio profundo en sus ojos.

—¡Allí está! —gritó Valeria entre dientes, con el odio a flor de piel—. ¡Voy a acabar con esa maldita perra!

Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr sobre los cadáveres y los restos de la batalla, sorteando explosiones y disparos. Alexander la siguió, esquivando los cuerpos y el caos a su alrededor. Matteo corría a su lado, aferrándose a la mano de Alexander mientras intentaban mantenerse juntos en medio de la carnicería.

—¡Valeria! —gritó Alexander, alcanzándola a duras penas—. ¿Qué vas a hacer?

—Voy a encargarme de Alexandra, y esta vez me aseguraré de que no vuelva a levantarse —respondió sin dudarlo—. Tú ve a buscar a Elías. Él te necesita más que nadie ahora.

—¿Y si no lo logramos? —preguntó Alexander, con la voz temblorosa pero decidido.

Valeria le lanzó una mirada dura mientras esquivaba un disparo, y después le dio una palmada en la espalda.

—Lo lograremos, maldita sea. No hemos pasado por todo esto para morir aquí. Ve por él, Alexander, antes de que sea demasiado tarde.

Alexander asintió, apretando la mano de Matteo. Sabía que tenía que encontrar a Elías antes de que la situación se descontrolara aún más.

—Cuídate, Valeria —dijo, antes de girarse hacia Matteo—. Vamos, tenemos que encontrar a Elías.

—Te sigo! —gritó Matteo.

Valeria, por su parte, continuó avanzando hacia la mansión, abriéndose paso a golpes contra los soldados que intentaban proteger la entrada. Su mirada no se apartaba de la ventana donde Alexandra se mantenía imperturbable.

Alexandra, desde la terraza, observaba cómo el caos se extendía por su fortaleza. Giró con calma hacia sus guardias, su rostro sereno contrastaba con el desorden.

—Preparen el helicóptero —ordenó con voz firme, mientras se ajustaba los guantes de cuero—. Y quiero que esté listo en cinco minutos. Ni uno más.

Uno de los guardias, nervioso, se acercó.

—Señora, la situación afuera es grave. Los prisioneros están avanzando rápido.

Alexandra lo miró con una mezcla de desprecio y desdén, alzando una ceja.

—No me interesa lo que hagan esos patéticos. Prepara el helicóptero, y asegúrate de que esté despejado el perímetro. No te pago para que me informes de lo obvio.

El guardia asintió rápidamente, retrocediendo hacia la puerta para cumplir la orden.

Alexandra giró hacia sus sirvientas, que esperaban en la esquina de la habitación.

—Y ustedes —dijo, su voz un susurro frío—. Quiero que lo cambien, que luzca presentable. No puedo llevarme a ese chico en esas condiciones.

Una de las sirvientas, temblorosa, dio un paso al frente.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora