"IMPERIO ROMANO (Taylor' versión)"

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El crepúsculo bañaba el campo de trigo con una luz dorada mientras Elías, Alexander, Charlotte, Valeria y Matteo avanzaban, cada uno envuelto en sus propios pensamientos. El suave crujido de las espigas bajo sus pies era lo único que rompía el silencio, excepto por las respiraciones agitadas y el ocasional murmullo del viento entre las plantas.

Matteo, sentado en los hombros de Elías, hablaba con entusiasmo, describiendo el lugar donde se había refugiado durante tanto tiempo. Elías lo sostenía con firmeza, una mano en cada una de sus pequeñas piernas, quien ahora le parecía tan liviano.

—Lo llaman el Imperio Romano —dijo Matteo, con una mezcla de orgullo y admiración en su voz—. Tienen grandes murallas, casi como las de una fortaleza antigua. Y estatuas… muchas estatuas de dioses antiguos. La gente allí es buena, papá. Me encontraron cuando estaba herido y me curaron.

Elías asintió, escuchando cada palabra con atención.

—¿Te cuidaron bien?.

—Sí, mucho —respondió, inclinándose ligeramente hacia adelante para que Elías pudiera escucharle mejor—. Tenían médicos que sabían cómo curar heridas graves, como las que yo tenía en el costado. Dicen que son descendientes de los antiguos romanos y que su misión es reconstruir el mundo. Al principio no entendí todo lo que decían, pero después de un tiempo… me di cuenta de que no eran malos.

Alexander, que caminaba al lado, echó un vistazo hacia Valeria, que seguía desmayada, cargada a espaldas de Blanquin, el mutante que ahora parecía más un aliado que una amenaza. Mientras ajustaba su muñequeta de la Orden del Diamante en la muñeca de Valeria, comprobó los signos vitales que la armadura detectaba.

—Va a mejorar —dijo, casi más para sí mismo que para los demás, pero con la suficiente fuerza como para que Elías también lo escuchara—. Sus signos vitales están estables, el golpe fue fuerte, pero no letal. Solo necesita descansar.

—Gracias —murmuró, mirando de reojo a Alexander con una mezcla de gratitud y preocupación—. No sé qué habríamos hecho sin ti.

Alexander no respondió de inmediato, solo asintió con la mirada fija en el camino delante de ellos.

—El Imperio Romano suena seguro —comentó Charlotte, rompiendo el silencio mientras ajustaba su rifle en el hombro—. Pero no podemos bajar la guardia. Si llegaron a Matteo, puede que también nos estén buscando a nosotros.

—No creo que nos sigan hasta ahí —dijo Matteo desde lo alto de los hombros de Elías—. Las murallas son enormes, y tienen guardias en las torres todo el tiempo. Es casi imposible entrar sin que te vean.

Elías sonrió levemente, aunque el gesto apenas se notaba en su rostro agotado.

—Nos vendría bien un lugar como ese —murmuró Elías, sintiendo el peso del agotamiento tanto físico como emocional—. Un lugar donde podamos descansar, al menos por un tiempo.

—Llegaremos pronto —dijo con una sonrisa—. Está cerca, solo hay que atravesar este campo de trigo y después un pequeño bosque. Cuando vean las murallas, sabrán que estamos a salvo.

Alexander volvió a mirar a Valeria, asegurándose de que Blanquin la cargaba con cuidado. Aunque todavía estaba inconsciente, su respiración era regular. Él no podía evitar sentirse responsable, como si hubiera fallado al no protegerla a tiempo, pero al menos ahora, tenían un objetivo claro: llegar al refugio que Matteo había descrito.

—Solo espero que Valeria despierte antes de que lleguemos —dijo Alexander, más serio que nunca—. No va a querer perderse esto.

El viaje hasta las puertas del refugio había sido silencioso, salvo por el leve crujido de las espigas de trigo bajo sus pies. Al final del campo, la imponente estructura se levantaba frente a ellos, sus muros altos y gruesos formados por troncos apilados y escombros, que parecían haber sido recogidos de las ruinas de ciudades y carreteras abandonadas. Alrededor, vehículos destrozados y oxidados.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora