"BAJO EL CASCO"

98 11 5
                                    

Alexander abrió los ojos lentamente, desorientado por la luz blanca que lo rodeaba. El techo liso, las paredes impolutas… todo parecía irreal, demasiado estéril. Al intentar incorporarse, una punzada de dolor en la cabeza lo hizo detenerse, pero lo que realmente lo sorprendió fue la figura frente a él. Allí estaba Alexandra, con una sonrisa apenas perceptible, rodeada de varios soldados, todos mirándolo sin expresión.

— ¿Qué… qué demonios está pasando? —preguntó Alexander, aún aturdido.

— Buenos días, dormilón —contestó, con una sonrisa juguetona que no le gustaba para nada—. Bienvenido al búnker madre.

Alexander parpadeó, frunciendo el ceño.

— ¿Búnker madre? —repitió, su tono de voz subiendo de incredulidad a molestia—. ¿Dónde carajo estoy?

— Exactamente donde te dije
El búnker madre. Tu nuevo hogar... al menos por ahora.

Alexander intentó levantarse, pero sus piernas aún estaban débiles.

— ¿Qué me hiciste?.

Ella lo miró como si fuera un niño haciendo una rabieta.

— Oh, relájate, Alex. No es nada personal —replicó —. Eres nuestro prisionero de guerra. Así de simple.

— ¿Prisionero de qué? —gritó —. ¿Las guerras que tu inicias, maldita sea? ¡No tien ningún sentido!

— La única guerra que importa ahora, claro. La guerra por lo que queda de este mundo. Tú y tus amigos creyeron que podían hacer lo que quisieran, pero aquí estamos.

— ¿Mis amigos? —Alexander la miró con el ceño fruncido, su mente girando rápidamente—. ¡No me importa lo que creas! ¡Elías vendrá por mí! ¡Todos vendrán por mí!

Alexandra soltó una risita y negó con la cabeza.

— ¿Elías? —dijo con burla—. Ah, sí. El gran Elías. No te hagas ilusiones, Alexander. Seguro debe estar cogiendo con todos los chicos del refugio, mientras su novio esta aquí. Llorando como un bebé.

— No tienes idea de lo que estás diciendo —escupió, dando un paso hacia ella, pero uno de los soldados lo empujó con la culata de su rifle.

— Fácil, fácil... —intervino Alexandra, alzando una mano—. No hace falta que se pongan tan nerviosos, muchachos. Alexander solo está... procesando las cosas.

— ¿Y ahora qué? —preguntó, su voz baja —. ¿Me vas a dejar aquí pudriéndome, o cuál es el plan?

Alexandra lo miró con una sonrisa que le heló la sangre.

— Depende de ti, mi amor. Eres prisionero, sí, pero eso no significa que no puedas ser... útil. Y si te portas bien, quizá podamos negociar. Quizá tengas algo que me interese.

Alexander se rió amargamente.

— No te voy a dar nada, Alexandra. Hagas lo que hagas, no me voy a doblar.

Alexandra lo miró, sin perder la sonrisa.

— Oh, Alexander... Hasta el mutante mas denso se doblan. Solo es cuestión de tiempo.

—Tiempo para que yo te parta la cara.

—Estoy temblando del miedo.

Alexander respiró hondo, tratando de controlar la rabia que le quemaba el pecho. Sabía que perder los estribos no lo llevaría a ningún lado, pero estar frente a Alexandra, con esa sonrisa de superioridad, lo estaba empujando al límite.

— Muy bien, entonces... —dijo —. Si soy tu prisionero, ¿qué sigue? ¿Me vas a dejar aquí o piensas darme al menos algo de decencia?

Alexandra levantó una ceja, claramente entretenida por su intento de mantener la compostura.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora