"MARIPOSAS EN LA CAMA"

94 10 0
                                    

Elías caminaba en silencio al lado de Alexandra, el viento frío de Palermo jugando con sus cabellos. A su alrededor, el prado de flores silvestres se extendía como un océano de colores, meciéndose suavemente con cada brisa. No había caminantes, no había peligro, solo la tranquilidad del momento.

—¿Qué pasó con la Orden del Diamante y las demás organizaciones que nos buscaban? —preguntó Elías, con la vista puesta en el horizonte. Quería respuestas, incluso aunque ya no importaran del todo.

Alexandra soltó una pequeña risa, una mezcla de burla y alivio.

—Murieron todos cuando atacaron la base entre las montañas —dijo, con una sonrisa—. No fue buena idea entrar con helicópteros. Deberías haberlo visto, fue casi como ver fuegos artificiales... pero con mucha más explosión.

Elías sonrió ante la imagen que Alexandra pintaba con sus palabras, la primera sonrisa sincera en días. Se sentía raro hacerlo, pero lo necesitaba.

Finalmente, llegaron a un pequeño barranco que daba directamente al mar. El sonido de las olas golpeando las rocas abajo llenaba el aire, y al fondo, los restos de barcos hundidos se divisaban como fantasmas olvidados. Ambos se sentaron en el borde, dejando que sus pies colgaran por el precipicio. El vasto océano frente a ellos parecía infinito, y por un momento, Elías dejó que el silencio entre ellos se asentara.

Después de un rato, habló en voz baja, casi como si temiera que las palabras rompieran el frágil momento.

—¿Hay alguna forma... alguna manera de revivir a alguien? —murmuró, su mirada fija en el horizonte, aunque sus pensamientos estaban en otro lugar—. A Matteo.

Alexandra lo miró, la sonrisa de antes desapareciendo lentamente. Sabía que esa pregunta llegaría en algún momento, y también sabía que la respuesta que tenía no sería fácil de escuchar.

—Elías... —comenzó, eligiendo sus palabras con cuidado—, una cosa es revivir a alguien que se mantiene vivo por un virus. Eso es como mantener un motor en marcha con combustible... aunque el motor esté roto. Pero reanimar a alguien que murió por causas físicas... es otra historia. Matteo perdió mucha sangre cuando nuestro equipo llegó con los Chinook. Para cuando lo teníamos, ya era demasiado tarde.

Elías asintió, aunque sentía que algo dentro de él se rompía nuevamente. Cada vez que pensaba que ya no quedaba nada por romper, algo más se desmoronaba.

—¿Cómo supieron dónde estábamos? —preguntó, más por llenar el vacío que sentía que por genuina curiosidad. Su voz era apenas un susurro, cargada de resignación.

Alexandra suspiró, su mirada fija en el océano.

—Noah nos contactó. Dijo que todo era un caos y que necesitaba ayuda. Nos dio las coordenadas, y cuando vimos la situación, supimos que teníamos que actuar rápido. —Alexandra se encogió de hombros—. No fue fácil, pero logramos llegar a tiempo... al menos para algunos.

Elías se quedó en silencio, procesando las palabras de Alexandra. Llevó su mano a su muñeca, acariciando la cicatriz que allí quedaba.

—Todo se siente... vacío —murmuró, más para sí mismo que para Alexandra.

—Lo sé —respondió ella en voz baja, observándolo por el rabillo del ojo—. Pero al menos estás vivo, Elías. Todavía hay algo por lo que luchar, por lo que vivir. Quizás no lo sientas ahora, pero algún día lo harás.

Elías no respondió. Simplemente dejó que el sonido del mar llenara el espacio entre ellos. Y, por un momento, el peso de su dolor se sintió un poco menos abrumador. Pero solo por un momento.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora