"AZULES COMO EL MAR"

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Elías despertó lentamente, sus sentidos entumecidos mientras una luz blanca lo cegaba suavemente desde arriba. Parpadeó varias veces, con un dolor sordo recorriendo su cuerpo, mientras intentaba enfocar su vista en el techo blanco y estéril que lo rodeaba.

Todo le resultaba confuso, casi irreal. Cuando logró girarse un poco hacia la izquierda, se dio cuenta de dónde estaba: un hospital. Las paredes grises y frías, las máquinas con monitores de constantes vitales, el ruido sutil de los aparatos. Todo le indicaba que había sobrevivido, pero algo no estaba bien.

Miró hacia abajo y vio los tubos conectados a sus venas, inyectando fluidos en su cuerpo. Cada uno de ellos era un recordatorio de lo débil que estaba, pero eso no lo detuvo. Con un gesto brusco, comenzó a quitárselos uno por uno, sintiendo cómo la sangre volvía a circular con una extraña vibración a través de su piel. El dolor era agudo, pero ignoró las punzadas. Lo único que importaba ahora era entender qué había pasado, por qué estaba allí y qué había sido de los demás.

Se levantó de la cama, sus piernas temblando bajo el peso de su propio cuerpo. Apenas pudo mantenerse en pie, y casi se desplomó al suelo, pero logró sujetarse de la cama a tiempo. Sentía el frío del suelo a través de la delgada túnica clínica que llevaba, sus pies descalzos tocando la superficie gélida del cuarto. Su respiración era irregular, su pecho subía y bajaba con un ritmo acelerado.

Su mirada recorrió el lugar. Había máquinas conectadas, jeringas, frascos de medicamentos… todo lo necesario para alguien que había estado en una situación crítica. Pero entonces, algo llamó su atención. En la esquina del cuarto, un bulto cubierto por una manta blanca. Una extraña sensación lo invadió, algo en su interior se rompió al verlo. No quería acercarse, pero sus piernas, temblorosas, comenzaron a moverse por instinto.

Cada paso hacia ese pequeño bulto era un puñal en su corazón. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, extendió una mano temblorosa y, con un nudo en la garganta, destapó el cuerpo. Lo que vio lo destrozó por completo.

Matteo. Su pequeño Matteo estaba ahí, sus ojos cerrados como si estuviera dormido, con una sonrisa que aún se dibujaba en su rostro, pero su piel… su piel estaba fría, pálida, sin vida. Elías dejó caer la manta de sus manos, sus labios temblaban y sus ojos no podían apartarse del cuerpo sin vida de su hijo.

—No... no, no, no... —murmuró, su voz apenas un susurro, mientras sus manos, desesperadas, tocaban el pecho del niño—. ¡Despierta, por favor! ¡Matteo, despierta!

Su corazón latía con una furia descontrolada mientras sacudía el cuerpo inerte de Matteo, esperando, rogando por algún tipo de milagro. Pero el pecho del niño no se movía, no había respiración, no había latido. Elías gritó, un alarido desgarrador que resonó por toda la sala. Sus manos temblaban, moviendo el cuerpo con más fuerza, intentando hacer lo imposible: devolverle la vida.

—¡No me dejes! ¡No me dejes, Matteo! ¡Por favor, no me dejes! —gritaba con desesperación, aferrándose a él, sin querer aceptar la verdad.

Las lágrimas caían como una tormenta incontrolable por su rostro, mojando la piel fría de Matteo. Todo su ser se negaba a aceptar lo que estaba frente a él. Gritaba, sollozaba, rogaba a cualquier fuerza en el universo que le devolviera a su hijo, pero no había respuesta. No había nada. Solo el silencio.

De repente, la puerta de la habitación se abrió, y un grupo de guardias de la Orden del Diamante entró en la habitación. Con paso firme, Alexandra los lideraba, su presencia imponente llenando el cuarto. Al verla, Elías apretó con más fuerza la mano fría de Matteo, como si temiera que también se lo arrebataran.

Alexandra se detuvo frente a él, su mirada seria, pero cargada de una profunda compasión.

—Elías... —dijo con voz baja—. Lo siento mucho. Lamento tu pérdida… lamento lo de Matteo.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora