"NUEVO HERMANO II"

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En la madrugada, ya no podía soportar el frío. El sofá era un bloque de hielo, y mis pies estaban tan fríos que apenas los sentía. Decidí que no podía quedarme allí más tiempo, así que, a paso lento, me acerqué a la habitación de mis papás.

Al entrar, vi a Alexander durmiendo profundamente, y sin pensarlo dos veces, me enrosqué en sus brazos, buscando el calor que tanto necesitaba. Pero cuando me acosté, noté un bulto a su lado.

Cristian.

Dormía cómodamente junto a Alexander, como si ese fuera su lugar. ¿Por qué él? El enojo me invadió. Lo aparté a la fuerza, empujándolo para hacerle espacio, y me acomodé junto a mi papá. Con furia, le estiré un mechón de su pelo, pero él ni se inmutó. Eso me calmó un poco. Me aferré a su brazo y cerré los ojos, tratando de dormir otra vez.

A la mañana siguiente, me desperté con Alexander llamándome.

—Matteo, ¿tú tocaste las cosas de Noah? —me preguntó con el ceño fruncido.

Lo miré sorprendido y le respondí rápidamente: –No, no fui yo.

Él me observó en silencio, su mirada llena de sospecha. Sabía que no me creía.

—¿Estás seguro? –insistió, esta vez su tono era más severo.

Me quedé callado, mirando de reojo hacia la puerta. Y ahí estaba Cristian. De pie, observándonos desde el umbral, con una sonrisa traviesa en los labios, riéndose lentamente, como si disfrutara de la situación.

Quise decirle a Alexander lo que había visto. —¡Fue Cristian! ¡Él lo hizo! —señalé hacia la puerta, mi voz llena de frustración.

Pero Alexander ni me escuchó. Estaba demasiado convencido de que yo era el culpable.

—Matteo, no mientas, ¿por qué harías eso? Sabes que Noah necesita sus cosas para comunicarse.

—¡No fui yo! ¡Te lo juro!— intenté defenderme, pero él seguía sin creerme. Era como si todo lo que dijera no importara.

Cristian, mientras tanto, seguía en la puerta, mirándome con esos ojos burlones, como si todo fuera un juego para él. Quise gritar, pero de nada servía.

Ese día fue peor. Como castigo por algo que no hice, no comí. Mi estómago rugía, pero a nadie parecía importarle. No me molestaba tanto el hambre como la injusticia de todo aquello.

Mientras intentaba ignorar el dolor en el estómago, escuchaba a Noah y Elias hablar sobre una supuesta ciudad de sobrevivientes al norte. Decían que tal vez los demás podrían estar allí, los que habíamos perdido. Me concentré en su charla, intentando seguir el hilo de sus palabras, pero mi mente estaba en otro lugar. En cómo todo parecía volverse en mi contra, en cómo me sentía más solo que nunca.

De repente, sentí un líquido caliente sobre mi ropa. Matteo me había echado su té. Lo miré incrédulo, esperando alguna disculpa, pero él simplemente fingió que no había hecho nada. Me hervía la sangre.

No pude contenerme. Le grité con toda la furia que tenía acumulada y lo empujé al suelo. Estaba harto de que me tratara como si yo no existiera, como si no importara.

Antes de darme cuenta, Elias ya estaba sobre mí, tirándome hacia atrás con fuerza. Agarró a Cristian del brazo y lo levantó, mirándome como si yo fuera el monstruo.

—¡Eres un salvaje! —gritó. Sus palabras se sintieron como una bofetada. Dolieron más que cualquier golpe.

Intenté explicarle, quise decirle que Cristian lo había hecho a propósito, pero mis lágrimas me traicionaron. No podía hablar. Todo el dolor y la frustración que llevaba dentro me ahogaban.

Sin decir una palabra más, me di la vuelta y salí corriendo de la cabaña. Necesitaba estar solo. El frío me golpeaba la cara, pero no me importaba. Nada me importaba ya.

Me senté detrás de una pila de troncos, escondido del mundo, donde nadie podría verme. Al lado mío, había el cadáver de un caminante. Su cuerpo inmóvil, ya sin vida, me miraba con esos ojos vacíos. Irónicamente, sentí que ese muerto entendía más mi dolor que los vivos. Él ya no sentía nada, y yo deseaba poder sentir lo mismo.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora