"¿EVACUACIÓN?"

163 14 14
                                    

Alexander jugaba con Matteo y Cristian en el campo abierto, donde la hierba alta se movía con el viento y el cielo se extendía sin límites sobre sus cabezas. Se les escuchaba reír, sus voces resonando en el aire fresco mientras corrían de un lado a otro. Cristian, el más rápido de los dos, intentaba escapar de los brazos de Alexander, pero su padre lo alcanzaba con facilidad, levantándolo por los aires y haciéndolo girar. Matteo se unió a la diversión, lanzándose sobre Alexander en un intento de derribarlo, lo que llevó a los tres a rodar por el suelo, envueltos en carcajadas.

—¡Estás atrapado! —gritó Matteo, sentándose sobre el pecho de Alexander con una gran sonrisa en el rostro.

—¡Son dos contra uno! —dijo Alexander en tono dramático, alzando las manos en señal de rendición.

Los niños se rieron aún más, y Alexander les devolvió el abrazo.

Desde la camioneta, Mari y Mia los miraban con ternura. Las dos estaban recostadas en los asientos delanteros, observando a través de la ventanilla abierta.

—Mirá cómo se divierten —comentó Mia, cruzando los brazos detrás de la cabeza—. No puedo creer que todavía tengan energía para jugar después de todo lo que hemos viajado.

—Son chicos —respondió Mari, con una sonrisa—. Y Alexander sabe cómo hacerlos reír. Aunque, pobre Elías… se lo está perdiendo.

En ese momento, Elías emergió de detrás de unos árboles a unos pocos metros de distancia. Su rostro estaba pálido, y se sostenía el vientre con una mano mientras usaba la otra para limpiarse la boca. Tenía expresión de disgusto y cansancio, y caminaba hacia la camioneta con pasos lentos.

—¡Ugh! —se quejó mientras se dejaba caer en el césped junto a la camioneta—. Nunca había vomitado tanto desde que me enteré de los bebés. Esto es un martirio, no puedo más.

Mari se rió ligeramente.

—Eso te pasa por estar comiendo lo que encontrás en el camino —mientras asomaba la cabeza por la ventana—. Tenés que intentar alimentarte mejor, no sé, algo más ligero. Podríamos hacer una sopa con algunas hierbas que encontramos, ¿no?

—¿Sopa? ¿De verdad? —bufó —. Ya tuvimos esa “sopa de hierbas” una vez y te juro que sabía a barro. No quiero repetir esa experiencia.

Mia se encogió de hombros.

—Bueno, ¿y qué otra opción tenemos? —dijo con voz tranquila—. Podríamos calentar un poco de agua en la camioneta, tirar algunas de esas hojas que encontramos en el bosque y probar de nuevo. Tal vez ayude con las náuseas.

Elías soltó un suspiro, mirando hacia el cielo nublado que se cernía sobre ellos.

—No sé si aguantaría otra sopa de esas —gruñó, tratando de encontrar una posición más cómoda—. Y todavía nos queda tanto para llegar a Milán… Parece interminable.

—Por eso mismo tenés que intentar comer algo —insistió Mari —. Si seguís así, te vas a quedar sin fuerzas antes de que crucemos la mitad del camino. Y no se trata solo de vos, también están los bebés. Ellos necesitan que te mantengas fuerte.

Elías hizo un gesto vago con la mano, como restando importancia a las palabras de Mari.

—Sí, sí, ya lo sé...Haré lo que pueda, pero no prometo nada.

Alexander, que había dejado a los niños jugando solos por un momento, se acercó al grupo, notando la expresión agotada de Elías. Se arrodilló junto a él, colocando una mano en su hombro.

—¿Te sentís un poco mejor?.

—No, pero gracias por preguntar —respondió Elías con una pizca de ironía, antes de suspirar pesadamente—. Voy a tomarme un descanso, a ver si al menos puedo retener algo de agua.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora