"3X5"

90 9 5
                                    

Alexander yacía en el campo, el sol apenas se asomaba por el horizonte, tiñendo el cielo de un color anaranjado cálido. A su lado, Elias se inclinaba suavemente sobre él, sus labios encontrando los suyos en un beso suave. Los dedos de Elias se entrelazaban con los de Alexander, acariciando su piel con una ternura casi etérea.

—Te amo —murmuró Elias, sus palabras apenas un susurro entre el viento.

Alexander cerró los ojos, dejándose llevar por la respiración de Elías, sintiendo que el mundo desaparecía a su alrededor. Todo lo que existía era Elias, su toque, su voz, la promesa de amor que parecía eterna.

Pero de repente, la imagen se desvaneció. La suavidad del campo se transformó en la dureza del suelo frío, y Alexander se despertó de golpe, su cuerpo temblando.

El beso, las palabras, todo había sido un sueño. A su alrededor, la realidad apocalíptica volvió a inundarlo como una ola helada. Se llevó las manos a la cara, tratando de contener las lágrimas que le quemaban los ojos.

—Que... —murmuró entre sollozos, su respiración errática mientras intentaba procesar lo que había sentido, lo que había perdido.

Se giró sobre sí mismo, su mirada buscando desesperadamente a Elias, pero lo único que encontró fue su arma, la cual había dejado a su lado, siempre lista por si debían luchar. Al otro lado, Noah y Valeria descansaban, envueltos en mantas, ajenos al dolor que consumía a Alexander en ese momento.

Valeria se removió un poco, atrapada en su propio mundo de sueños inquietos. Noah permanecía inmóvil, respirando en el ritmo pausado del cansancio. Alexander, con el corazón roto, se llevó las manos al rostro, tratando de calmarse, pero no pudo evitar que un sollozo escapara de su garganta.

La noche aún los envolvía, y el silencio era casi insoportable. Alexander apretó los dientes, intentando encontrar un poco de consuelo en ese sueño que había sido tan real, tan lleno de amor. Pero ahora, todo lo que le quedaba era la oscuridad, la tristeza, y la misión que tenían por delante.

El bosque estaba cubierto por una niebla espesa, apenas dejando entrever el camino que Alexander, Valeria y Noah seguían con pasos cuidadosos. A su alrededor, los árboles se erguían como guardianes silenciosos, sus ramas desnudas retorcidas y ennegrecidas por el tiempo. Cada crujido bajo sus zapatos resonaba como un eco en la quietud inquietante del amanecer.

—Casi estamos —murmuró Noah, señalando hacia un claro donde, entre la maleza y la oscuridad del bosque, se distinguía la silueta de una edificación antigua. El laboratorio abandonado.

Alexander iba al frente, apretando el arco en su mano mientras Valeria lo seguía de cerca. La humedad del terreno hacía que el descenso por la colina fuera lento y resbaladizo. A lo lejos, el sonido de algún caminante perdido rompía el silencio ocasionalmente, pero se mantenían alertas.

—No deberíamos habernos traído a Matteo —dijo Valeria en voz baja, sin mirar a Alexander. Noah la observó de reojo, pero decidió no intervenir.

—Está mejor en el castillo —respondió Alexander, con un tono cortante—. Ya hemos pasado por esto antes. Él está a salvo.

El silencio volvió a reinar entre ellos, sólo interrumpido por los susurros del viento que se colaban entre las hojas. A medida que descendían, el terreno se volvía más traicionero, con raíces sobresaliendo del suelo y charcos de agua estancada que hacían más difícil el avance. Sin embargo, ninguno de los tres disminuyó el paso.

—El laboratorio está ahí adelante, justo detrás de ese viejo alambrado —dijo Noah, señalando la cerca oxidada que marcaba la entrada al complejo.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora