"PLAN B"

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Elias estaba al borde de la cama, su rostro completamente hundido entre sus manos, las lágrimas cayendo sin control. El cuarto, oscuro y silencioso, se sentía inmenso y solitario, como si el mundo hubiera perdido todo color. Cada sollozo escapaba de su pecho con una mezcla de desesperación y agotamiento. No quedaba nada. Nada más que el vacío absoluto de la pérdida.

Alexander se acercó despacio, sus propios ojos empañados por la tristeza. Se sentó a su lado, sin decir nada al principio, simplemente sintiendo el peso de la tragedia que los había envuelto. Él también estaba destrozado, pero sabía que debía mantenerse fuerte por Elias, por los bebés... por todo lo que aún quedaba por delante.

-Elias... -murmuró Alexander suavemente, colocando una mano en su hombro-. Tienes que calmarte, por favor. Tanto estrés... le hace mal a los bebés. No quiero que te enfermes, no quiero perderte también.

Pero Elias no respondió. Su cuerpo temblaba con cada sollozo, y de repente, saltó hacia Alexander, su mirada llena de desesperación, rabia y dolor.

-¡Acabamos de perder a nuestras dos últimas amigas! -gritó con la voz rota-. ¡Valeria, Charlotte... se han ido! ¡Y los hombres que tanto nos ayudaron... Max, Bob... todos muertos! ¡No queda nadie, Alexander, nadie!

Las palabras eran como golpes que se hundían en el pecho. Sentía la desesperanza de Elias tan profunda que le dolía físicamente. Intentó tomarlo de los brazos, abrazarlo, calmarlo de alguna manera, pero Elias estaba desmoronándose delante de él. Lo único que pudo hacer fue sujetarlo con fuerza cuando Elias se desplomó, su rostro enterrándose en su pecho, su llanto más fuerte que nunca.

-Lo sé... lo sé -susurró, luchando, mientras acariciaba el cabello de Elias-. Pero no estamos solos...tenemos a Matteo y a Cristian, y a nuestros bebés. No puedo soportar verte así.

Elias seguía llorando, aferrado a la ropa de Alexander con fuerza, como si temiera desvanecerse si lo soltaba. Los golpes pequeños de los bebés en su vientre apenas los notaba, pero Alexander sí. Los sintió, leves pero presentes, como si también estuvieran tratando de aferrarse a algo, a su padre, a la vida que les quedaba.

-No puedo más, Alexander... no puedo... -balbuceó, su voz apenas un susurro -. No sé cómo seguir después de todo esto. Es demasiado... demasiado.

Alexander lo apretó aún más, su propia voz quebrándose por el dolor.

-Sé que duele. Sé que parece imposible seguir... pero lo haremos, Elias. Tienes que hacerlo por ellos... por nuestros bebés. Ellos necesitan que seas fuerte. No puedes rendirte ahora.

El se hundió aún más en el abrazo de Alexander, su cuerpo estremecido. Las lágrimas seguían cayendo, mojando el pecho de Alex, pero algo en la forma en que Alexander lo sostenía, tan protector, tan lleno de amor, lo mantenía a flote, aunque fuera por un instante. Pero el dolor, el dolor era abrumador, aplastante, como si el peso del mundo se cerniera sobre ellos.

-¿Cómo... cómo seguimos viviendo sin ellos...?.

Alexander tragó, sintiendo su propio corazón quebrarse, pero no tenía respuestas.

-No lo sé... -admitió, -. Pero lo haremos. De alguna manera, lo haremos... juntos.

Y ahí, en la oscuridad de la habitación, en medio de un dolor que parecía infinito, se quedaron abrazados. Elias, destrozado, roto por dentro. Alexander, aferrado a él con toda la fuerza que le quedaba. Y entre ellos, los pequeños movimientos de vida en el vientre de Elias, una débil pero presente esperanza de que, tal vez, algún día, pudieran encontrar una forma de sanar.

Pero cuando vieron entrar a Cristian, el pequeño niño rubio y pálido, su rostro se iluminó. La tristeza momentáneamente se desvaneció, dejando paso a un alivio profundo y una emoción indescriptible. Cristian lo miró con esos ojos grandes y asustados, como si no supiera si todo era real, pero en cuanto Elias abrió los brazos, el niño corrió hacia él.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora