"MI TESORO"

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En la distancia, más allá de las ruinas, algo se alzó en la avenida. Era enorme, del tamaño de un león, pero no era un felino. Era un zorro, un monstruo retorcido y deformado por la radiación, su piel cubierta de cicatrices y su mandíbula llena de colmillos afilados.

El aire se llenó con su gruñido amenazante. Encima de aquella bestia, una figura se alzó: un niño hermoso como un angel que levantaba una mano en señal de mando, su rostro decidido. A su lado, en el suelo, una figura encapuchada apareció, sosteniendo un arma con firmeza.

El líder del Wrihtie Camp, apretando con más fuerza el cuello del chico encapuchado, lo levantó sin esfuerzo del suelo, disfrutando de la tensión en sus ojos.

—Voy a disfrutar esto —murmuró el líder con una sonrisa retorcida.

Antes de que pudiera darle el golpe final, algo cambió. Con un último esfuerzo, el chico de mechones dorados se lanzó hacia adelante. Con una fuerza inesperada, empujó al líder, clavando un pedazo de metal oxidado en su pierna. El líder gritó de dolor, tambaleándose, y soltó al chico encapuchado. Pero no terminó allí.

Los sobrevivientes del Wrihtie Camp se abalanzaron sobre el chico de cabellos dorados, listos para terminar con él, pero antes de que pudieran llegar, los disparos resonaron una vez más. Los ecos de las balas cortaron el aire. La figura encapuchada que había aparecido con el niño abrió fuego con precisión, derribando a dos de los guardias. El caos estalló.

El enorme zorro rugió, y en un parpadeo, se lanzó sobre los humanos, desgarrando carne y huesos con sus poderosas mandíbulas. Los gritos de los bandidos llenaron la noche mientras la bestia los destrozaba con una ferocidad implacable.

—¡Alexander! —gritó el chico de cabello dorado con desesperación.

—¡Elías, vete!.

En medio del caos, Alexander estaba en el suelo, luchando contra el líder del Wrihtie Camp, que, a pesar de su herida, seguía peleando con una furia imparable. Con cada golpe, el líder lo mantenía sometido, disfrutando de su sufrimiento.

—No vas a ganar... —gruñó el hombre mientras apretaba los dientes, sus manos alrededor del cuello de Alexander—. Podría acabar contigo ahora mismo, pero prefiero ver cómo sufres...

—No si puedo evitarlo —una voz femenina resonó a sus espaldas.

Una silueta se destacó en la oscuridad. Una chica rubia, con la piel pálida como la luna, se movió con gracia entre los cuerpos. Con un hacha en mano, levantó el arma y, con un golpe preciso, partió la cabeza de otro bandalo que intentaba atacar a Alexander. La sangre salpicó las ruinas, pero su expresión no mostró emoción alguna, como si estuviera acostumbrada.

—¡Valeria! —gritó Elías, reconociéndola.

—¡Corre! —gritó ella en respuesta, con voz firme, mientras se preparaba para otro ataque.

Sin pensarlo dos veces, el y Matteo corrieron avenida arriba, alejándose del caos. Mientras tanto, Valeria y el zorro mutante mantenían a raya a los atacantes, sus movimientos letales y rápidos. Alexander, debilitado por la pelea, intentó ponerse de pie, pero el líder del Wrihtie Camp lo tomó por la pierna, haciéndolo caer nuevamente al suelo.

—Esto no ha terminado —murmuró el líder, jadeando, su mirada fija en Valeria, en el niño, en el chico de ojos azules. Una sonrisa torcida se formó en sus labios—. No solo hay un rubio aquí, ¿eh? Qué sorpresa. Tengo un chico, una chica... y un niñito con los ojos más azules que he visto en este mundo podrido. La maldita lotería.

Antes de que pudiera continuar su retorcido pensamiento, Valeria no perdió el tiempo. Con un movimiento rápido, levantó una escopeta que había arrebatado de un guardia caído y disparó. La bala atravesó el brazo del líder, que cayó contra un vehículo destrozado, gritando de dolor.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora