"LOS PECADORES"

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La noche estaba despejada, las estrellas brillaban con una intensidad inusual en la terraza del refugio. Elías y Matteo estaban sentados uno al lado del otro, envueltos en el manto oscuro del cielo, lejos, al menos por un momento, de la pesadilla en la que se había convertido su mundo. El zorro, el querido amigo de Matteo, descansaba a pocos metros, aparentemente tranquilo.

Matteo levantó la vista hacia Elías, con ojos llenos de una mezcla de tristeza.

—No quiero quedarme aquí con Valeria —susurró Matteo, su voz temblando levemente—. Ella... ella me asusta.

Elías miró al niño, conmovido por la vulnerabilidad que había en sus palabras. Colocó una mano reconfortante sobre su hombro y lo acercó más a su lado.

—No tienes que tenerle miedo, chiquito —respondió con suavidad—. Ella no siempre ha sido así, ¿sabes? Valeria es... era una persona adorable, como una hermana mayor. El apocalipsis nos cambió a todos. La ha vuelto dura, pero en el fondo sigue siendo buena.

Matteo parpadeó, intentando procesar las palabras de Elías, pero el miedo y la confusión todavía brillaban en sus ojos.

—¿Entonces ella... no me odia? —preguntó.

—Claro que no —Elías negó con la cabeza—. Ella solo tiene miedo, como todos nosotros. Quiere protegerte, protegernos a todos. No odia al zorro, no te odia a ti. Solo... no sabe cómo manejar el miedo.

Matteo asintió lentamente, dejando que las palabras lo tranquilizaran. Después de un momento, se recostó en el pecho de Elías, buscando consuelo en su calidez. Elías lo rodeó con un brazo, sintiendo el cuerpo del niño relajarse poco a poco hasta que su respiración se volvió suave. Matteo se quedó dormido, una vez más encontrando paz en los brazos de Elías.

El se quedó mirando las estrellas por un rato, su mente perdida en pensamientos. Entonces, algo a lo lejos atrajo su atención. Frunció el ceño y enfocó la vista en el horizonte. Allí, más allá del bosque, unas luces danzaban en la distancia, como pequeñas linternas que cruzaban el campo abierto.

Sus ojos se entrecerraron, su corazón se aceleró. Con cuidado, deslizó a Matteo a un lado, apoyándolo suavemente contra una almohada que había traído consigo. Se levantó sin hacer ruido y descendió por las escaleras hacia donde Alexander y Valeria estaban inclinados sobre el mapa.

—Tenemos compañía —susurró Elías, intentando no alarmarlos.

Valeria levantó la vista.

—¿Qué? ¿Dónde? —preguntó, poniéndose de pie rápidamente y dirigiéndose a la ventana.

Alexander se acercó junto a ella, su rostro tenso mientras entrecerraba los ojos para ver a través de la oscuridad.

—Allá —Elías señaló—. Más allá del bosque. Luces, muchas luces.

Valeria maldijo por lo bajo y se giró hacia los demás.

—Apaguen todas las luces, ahora —ordenó, su voz firme, sin dar espacio a la discusión.

Mientras todos se movían rápidamente, apagando las velas y cubriendo cualquier posible fuente de luz, un aullido desgarrador rompió el silencio. Era el zorro de Matteo. El animal comenzó a aullar frenéticamente, como si algo lo hubiera poseído. Se retorcía y arañaba las paredes, sus ojos brillando con una locura que no habían visto antes.

—¡Cálmenlo! —gritó Valeria.

Elías y Alexander se precipitaron hacia el animal, intentando contenerlo, pero el zorro se volvió más violento, arrojándose contra las paredes y tumbando muebles. Alexander agarró su espada, con la intención de poner fin al frenesí de la criatura.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora