"MORETONES EN EL CUELLO"

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Alexander estaba de pie frente al espejo, tratando de sacarse el abrigo, pero el simple roce de la lana con su piel le hacía temblar de dolor. El tejido se adhería a las heridas abiertas en su espalda, producto de los innumerables latigazos que había recibido. Hizo una pausa, jadeando en silencio, mientras intentaba despegarse la tela sin arrancarse más piel. Su cuerpo estaba cubierto de moretones y rasguños que recorrían su torso desde el cuello hasta la cadera. Apretó los dientes, queriendo gritar, pero no podía permitírselo. No podía dejar que Elias lo viera así. Él era el fuerte, el protector de su familia, de los bebés que pronto llegarían. Tenía que serlo.

Mientras intentaba controlar su respiración, escuchó pasos detrás de él. Elias entró en la habitación con el traje de la Orden en las manos, pero al ver el estado de Alexander, su expresión cambió drásticamente. Se quedó inmóvil, perturbado por lo que veía. Los ojos de Elias se llenaron de una mezcla de horror  al notar cada una de las heridas de Alexander.

—¿Qué te hicieron? —murmuró, acercándose con pasos inseguros, como si temiera lastimarlo más.

Alexander intentó sonreír, pero el dolor lo obligó a fruncir el ceño. Se giró un poco, tratando de suavizar la situación.

—No es para tanto...He pasado por peores, ¿sabes?

Elias levantó una mano, queriendo tocar su espalda, pero se detuvo al ver la cantidad de heridas. Su voz temblaba.

—No... no puede ser... ¿Cómo puedes decir eso? Esto... —sus palabras se quebraron cuando Alexander, por puro reflejo, se encogió al sentir el ligero roce.

—No te preocupes... ya pasará, de verdad —trató de asegurarle, aunque el dolor era evidente en cada palabra.

Elias lo miró con ojos brillosos, incapaz de contener las lágrimas.

—¿Qué te hicieron? —insistió, su voz rota. Se sentía impotente al ver a Alexander así, desfigurado por las torturas.

El solo suspiró, sabiendo que no podría ocultarle la verdad.

—Fue en el búnker madre —dijo finalmente, evitando el contacto visual—. Latigazos, golpes... querían información... Querían que me uniera a Alexandra...de una forma romántica.

Elias comenzó a llorar. Quiso lanzarse a los brazos de Alexander, pero se detuvo. Tenía miedo de tocarlo, de hacerle más daño.

—Esto... esto es mi culpa —gimió Elias, cubriéndose el rostro con las manos—. Si no fuera por mí, tú... no habrías sufrido todo esto... ¡Te lastimaron por mi culpa!

—No digas eso —contestó —No es tu culpa. Nada de esto es tu culpa.

Elias sacudió la cabeza violentamente, sus ojos llenos de desesperación.

—¡Sí lo es! Si no fuera por mí, estarías bien. ¡Yo fui quien te metió en esto! —El nudo en su garganta creció.

Alexander hizo una mueca de dolor al intentar moverse hacia él, pero se detuvo. Sabía que si lo abrazaba, el dolor sería insoportable, pero no podía dejar a Elias en ese estado. Sus ojos se llenaron de preocupación al ver a su pareja tan angustiado, incapaz de controlarse.

—Elias... no hagas esto —le dijo en voz baja—. No puedes seguir culpándote por todo... No es bueno para ti, ni para los bebés. Tienes que mantenerte fuerte por ellos.

—¡No me digas eso! —gritó Elias, desesperado—. ¡No puedo ser fuerte cuando te veo así, cubierto de heridas por mi culpa! ¡Me siento inútil!

Alexander suspiró, intentó acercarse más.

—No eres inútil...Mírame... tú eres todo lo que tengo, todo lo que necesitamos. Tienes a esos pequeños dentro de ti. Ellos son nuestra esperanza, nuestra fuerza. No te castigues de esta manera.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora