"LUCHAR POR AMOR II"

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Alexander cayó al suelo con fuerza, sintiendo el frío de las baldosas en su mejilla. Los golpes de los soldados lo habían dejado aturdido, con la respiración entrecortada. Su cuerpo temblaba de dolor, pero se negaba a soltar un solo grito. Sabía que eso solo les daría más poder sobre él.

—Levántate, marica —escupió uno de los soldados, dándole una última patada en el costado.

Alexander apretó los dientes, intentando controlar el dolor que se irradiaba por todo su torso. De repente, las puertas de la habitación se abrieron de golpe y dos soldados más entraron.

—¡Alto! —ordenó uno de ellos con autoridad—. Alexandra dio instrucciones claras. Él tiene que ser bañado y cambiado. No podemos presentarlo en esas condiciones.

El soldado que lo había golpeado antes se detuvo en seco, aunque con una sonrisa maliciosa en el rostro.

—Pues que tenga suerte. —Con una última patada en las costillas, se retiró, seguido por sus compañeros.

Los nuevos soldados se acercaron a Alexander, y aunque parecían más controlados, no fueron menos brutales. Lo levantaron sin cuidado, empujándolo contra la pared.

—Muévete, basura —le gruñó uno de ellos mientras lo arrastraban por el pasillo.

Cada paso era doloroso para Alexander. Su cuerpo estaba cubierto de heridas, y los soldados no perdían oportunidad de golpearlo o empujarlo contra las paredes. En uno de los pasillos, entre la neblina de su dolor, logró ver algo que lo hizo detenerse por un segundo. Era Cristian, parado a lo lejos, observándolo.

—¿Alexander? —preguntó Cristian, su voz infantil resonando en el vacío del pasillo.

Alexander quiso gritarle, pero no pudo. Los soldados lo empujaron con más fuerza, alejándolo de la visión de su hijo. Sintió un vacío enorme en el pecho, pero no podía hacer nada. Sus piernas cedían bajo el peso del agotamiento y el dolor.

Finalmente, llegaron a las duchas. Lo arrojaron dentro sin contemplaciones, y un chorro de agua fría cayó directamente sobre él. El agua golpeaba sus heridas abiertas, y Alexander sentía como si miles de agujas perforaran su piel. Quería gritar, quería soltar todo el dolor que sentía, pero su orgullo no se lo permitía. Se mantuvo firme, temblando bajo el chorro helado, resistiendo el impulso de colapsar.

Después de lo que pareció una eternidad, le lanzaron ropa nueva.

—Vístete. Y rápido.

Alexander se puso la ropa con manos temblorosas. La tela áspera le irritaba la piel, pero al menos ya no sentía el frío del agua en su cuerpo. Cuando estuvo listo, lo llevaron a la salida del búnker, donde lo esperaban dos guardias más.

Lo empujaron hacia un vehículo todo terreno de la Orden. Uno de los soldados abrió la puerta trasera, y lo arrojaron dentro sin delicadeza. Estaba a punto de resignarse a otro viaje hacia lo desconocido, cuando algo lo sorprendió.

Los dos guardias se sacaron las máscaras.

Alexander los miró boquiabierto, sus ojos ampliándose de incredulidad.

—¡No puede ser! —exclamó, su voz débil pero llena de asombro—. ¿Bob? ¿Max? Pensé que habían muerto en Between...

Max, quien siempre había sido el bromista del grupo, le lanzó una mirada divertida.

—¿Muerto? ¿Por una avalancha de nieve y unos helicópteros? Vamos, Alexander, sabes que necesitamos algo más que eso para mandarnos al otro lado.

Bob asintió, sonriendo también.

—Sí, sobrevivimos. No fue fácil, pero hemos visto cosas peores, ¿no?

Alexander no pudo evitar sonreír, a pesar de lo agotado que estaba.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora