"OPERACIÓN ENNA"

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Las ruinas de la estación de servicio se alzaban como un esqueleto oxidado bajo el cielo gris. La niebla amarillenta envolvía el lugar, marcando el comienzo de la zona radiactiva. El ambiente estaba cargado de una sensación de peligro inminente, y el aire, aunque filtrado por sus trajes, se sentía pesado y denso. Elías y Alexander se encontraban sentados en el suelo, refugiándose bajo lo que quedaba del techo de la estación. El silencio era profundo, roto solo por el leve zumbido de sus sistemas de respiración.

—Me queda un 72% de aire —dijo Elías, rompiendo el silencio mientras revisaba el panel de control en su traje. Su voz sonaba apagada a través del intercomunicador—. La zona purificada más cercana está a dos horas caminando... si es que llegamos.

Alexander suspiró, mirando a través de la niebla densa. Sus dedos se deslizaron por el guante de Elías, buscando su mano. Apretó con suavidad.

—Lo lograremos —murmuró, su tono firme pero suave. Se quedó mirando el horizonte, donde el paisaje se volvía más inhóspito. Elías, sin decir nada, se recostó sobre sus piernas. Alexander lo miró con ternura, sus dedos moviéndose sobre el casco de Elías, acariciándolo de la manera más cercana que podía. No podía tocar su cabello.

Elías cerró los ojos, dejando que la tensión de los últimos días se disipara por un momento. El suave roce de Alexander era lo único que lo mantenía en calma en medio de ese mundo devastado.

—Noah descubrió algo... —comenzó, su voz suave, casi como si temiera romper el momento de paz que habían logrado crear entre la desolación—. Estaba revisando las grabaciones del día que llegamos al búnker... y encontró algo extraño. Matteo... el Matteo que enterramos... —hizo una pausa, dudando, sintiendo un nudo en la garganta antes de continuar—. No está claro si realmente era él. Es como si nunca hubiese subido al helicóptero con nosotros, pero alguien... o algo... salió del búnker cuando lo sepultaron.

Alexander frunció el ceño, su mirada enfocada en el suelo mientras escuchaba. No dijo nada, esperando que Elías continuara. Sabía que esto debía ser importante para que lo mencionara en un momento como este.

—Noah cree que Matteo podría seguir vivo. Que lo que enterramos no era él... —sus palabras cargadas de incertidumbre—. Y que está en Giarre.

El silencio que siguió fue espeso, tenso. Alexander siguió acariciando el casco de Elías, su mente procesando la información. La idea de que Matteo, el niño que todos habían llorado, pudiera estar vivo, lo sacudió profundamente. Pero también sabía que la realidad en la que vivían no dejaba lugar para esperanzas vacías.

—Giarre está a tres días de aquí, Elías —dijo finalmente, su voz baja pero clara—. No podríamos llegar, ni siquiera si lo intentáramos... y mucho menos con esta nieve y la zona radiactiva.

Elías permaneció en silencio, pero podía sentir el peso de las palabras de Alexander. Sabía que tenía razón. Incluso si lo que Noah había encontrado era cierto, el peligro de atravesar el territorio era demasiado grande. Sin mencionar que sus trajes no soportarían el trayecto.

—Es una locura, ¿verdad? —dijo Elías, finalmente rompiendo el silencio, su voz más suave ahora—. Pensar que después de todo lo que hemos pasado, hay una posibilidad de que él siga ahí afuera.

Alexander bajó la mirada, sus ojos recorriendo el casco de Elías, como si pudiera ver a través de él. La mano que lo acariciaba se detuvo por un segundo, antes de reanudar el suave movimiento.

—No sé si es locura... o desesperación —respondió, con un tono más melancólico—. Pero sé que pase lo que pase, tenemos que seguir adelante. Por nosotros... y por él.

Elías asintió, aunque sabía que Alexander no podía verlo. Ambos se quedaron en silencio por un rato más, bajo el resguardo precario de las ruinas, mientras la neblina radiactiva seguía envolviéndolos. La esperanza de encontrar a Matteo era débil, pero aún brillaba, como una pequeña llama que se negaba a extinguirse en medio de la tormenta.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora