"LLAMADO DEL NORTE"

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Hacía un mes desde que habían llegado a ese lugar, y poco a poco habían comenzado a llamar "hogar" a lo que al principio parecía solo una parada temporal. Los niños corrían de un lado a otro dentro de la casa, sus risas llenando el aire mientras jugaban a atraparse entre las habitaciones.

Cristian, el más pequeño, iba detrás de Matteo, que reía al verlo tan decidido a alcanzarlo.

—¡No me atrapas! —gritaba Matteo mientras zigzagueaba entre los muebles.

Mari y Mia, sentadas en el sofá, los miraban mientras intercambiaban risas.

—Creo que deberíamos practicar tiro, ¿no crees? —dijo Mari, —. Nunca se sabe cuándo un caminante aparecerá entre estos dos pequeños monstruos.

Mia rió, lanzando una mirada divertida a su amiga.

—Sí, porque claramente son más peligrosos que los caminantes. Especialmente cuando corren como locos. Aunque, si lo pienso bien, si practicamos tiro ahora, probablemente acabemos disparándonos en los pies.

Mari se encogió de hombros, sonriendo con picardía.

—Bueno, siempre hay una primera vez para todo, ¿no? Aunque... pensándolo mejor, prefiero no ser mi propia víctima. Tal vez otro día.

Ambas soltaron una carcajada mientras seguían observando el caos que los niños desataban dentro de la casa. A pesar de todo, tenía un toque de normalidad que les recordaba la vida antes del apocalipsis, antes de que todo cambiara.

Afuera, Elías y Alexander se encontraban sentados en un tronco caído, disfrutando de la calma. Frente a ellos, una pequeña familia de zorros cruzaba el campo, sus movimientos ágiles y elegantes. Elías observaba con atención, mientras Alexander le lanzaba miradas llenas de cariño.

—Míralos —dijo Alexander en voz baja—. Se parecen un poco a nosotros, ¿no? Los padres cuidando a sus pequeños, protegiéndolos de todo lo que pueda salir mal.

Elías sonrió.

—Sí, es una imagen bastante parecida —respondió—. Aunque espero que nosotros no terminemos corriendo tanto como ellos.

Alexander soltó una leve risa, su mirada aún fija en su novio.

—Lo que más me sorprende —dijo —es que, gracias a mis patógeno masculinos, no tengo esa enorme panza que esperaba. Aún puedo ver mi abdomen marcado, a pesar de los bebés que llevo dentro.

Alexander lo miró, acercándose un poco más a él. La chispa en su mirada se encendió mientras acariciaba con una mano el abdomen de Elías, recorriendo lentamente los músculos aún visibles bajo la camiseta.

—Eso es porque eres perfecto, Eli —murmuró, su voz baja pero cargada de deseo—. No solo sigues viéndote increíble, sino que estás creando vida dentro de ti. No sé cómo lo haces, pero cada día te amo más.

Elías levantó una ceja.

—Oh, ¿así que ahora me vas a endulzar los oídos?

—Es la verdad —respondió Alexander sin titubear—. Eres fuerte, eres guapo, y ahora, además, eres el padre de nuestros hijos. ¿Cómo no estar enamorado hasta los huesos de ti?

Elías rió suavemente, pero sus ojos no podían ocultar el brillo de amor que sentía hacia Alexander.

Alexander no dejó de acariciar el abdomen de Elías, sus dedos trazando caminos invisibles sobre la piel. Pero pronto, sus manos comenzaron a recorrer otras partes del cuerpo de su novio, con más intensidad, más urgencia.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Elías con una sonrisa juguetona.

—Lo que debería haber hecho hace rato —respondió Alexander antes de inclinarse y besar apasionadamente a Elías, sus labios encontrando los de su novio con una fuerza que solo podía describirse como devoción.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora