"O.D.D"

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La noche se había asentado completamente sobre la ciudadela. El viento frío se colaba por las grietas de las viejas murallas, llevando consigo pequeños susurros del pasado que parecían resonar en los oídos de Alexander. Estaba sentado junto a una pequeña fogata que apenas lograba cortar el frío, el mapa holográfico de su traje proyectado sobre sus manos mientras intentaba, sin mucho éxito, concentrarse en las rutas que debían tomar.

Llevaban días en silencio, días en los que Elías apenas lo miraba. Aunque la misión continuaba, algo en el fondo de Alexander se sentía fracturado, como si la grieta entre ellos fuese más grande que el apocalipsis que los rodeaba. No podía soportar la idea de que Elías, quien alguna vez fue su único refugio en este mundo cruel, ahora lo mirara con desdén, con una tristeza que Alexander no podía aliviar.

Desvió la mirada del mapa, sus ojos se posaron en la pared donde supuestamente Matteo había caído. Aún podía ver las marcas, la huella de la tragedia que los había perseguido durante tanto tiempo. No importaba cuántas veces intentara olvidarlo, la imagen de Matteo, su pequeño Matteo, lo atormentaba. Pero esa noche, además de la presencia fantasmal de su pasado, Alexander sentía algo más. Algo más profundo, más perturbador, como si los ojos de la ciudadela lo estuvieran observando, vigilando cada movimiento que hacía.

Finalmente, incapaz de soportar la presión de aquellos pensamientos, giró la cabeza y miró a Elías. Estaba dormido, o al menos parecía estarlo, tumbado cerca de la fogata, la luz tenue iluminando su rostro y su pecho que subía y bajaba con el ritmo de su respiración. El viento que se colaba por las murallas movía ligeramente su cabello, haciéndolo danzar en suaves susurros. Su rostro, aunque marcado por el cansancio y el dolor, mantenía una serenidad que Alexander no podía evitar mirar.

En ese momento, algo dentro de Alexander se rompió. Toda la frialdad que había mantenido, toda la rabia que había sentido en su interior, se desmoronó frente a la simple realidad de lo que realmente significaba Elías para él. Sin pensarlo demasiado, se acercó lentamente, tratando de no despertarlo, y se arrodilló a su lado. Observó cada detalle de su rostro, las sombras que jugaban en su piel, los labios que alguna vez lo habían besado con una pasión que parecía lejana. Y, con una delicadeza que nunca antes había mostrado, inclinó la cabeza y besó su mejilla.

El toque fue suave, apenas un roce, pero para Alexander fue un momento que lo dejó sin aire.

-No tienes idea de cuánto te amo -comenzó, su voz apenas un susurro en el viento frío-. Desde antes de que tu nombre rozara mis labios, mi corazón ya sabía que te pertenecía. Es un enigma cómo mis latidos se entrelazan con los tuyos, como si cada respiro que doy dependiera de tu existencia.

Sus ojos recorrieron el rostro de Elías, como si grabara cada detalle en su memoria, temiendo perderlo en cualquier momento. Las palabras seguían fluyendo, sin poder detenerlas, saliendo desde lo más profundo de su ser.

-Te pido que caminemos juntos a través de las eternidades, como si no hubiera otro horizonte más que este amor que nos envuelve... infinito, inmortal... -su voz se quebró un poco, pero continuó-. Donde cada segundo se disuelve en la certeza de que nunca dejaremos de pertenecernos.

El silencio que siguió fue ensordecedor, solo el sonido del viento y el chisporroteo de la fogata rompían la quietud de la noche. Alexander cerró los ojos por un instante, permitiendo que el peso de sus palabras se asentara en el aire. Sabía que Elías estaba dormido, que no había escuchado lo que acababa de decir, pero en parte se sentía aliviado por eso. Decirle cuánto lo amaba, cómo su vida giraba en torno a ese amor, era lo único que lo mantenía a flote en ese apocalipsis donde cada día era una batalla por la supervivencia.

Se quedó así, arrodillado a su lado, con el mundo cayéndose a pedazos a su alrededor, pero en ese instante, solo importaban ellos dos. Elías seguía durmiendo, ajeno a las palabras de Alexander, pero el simple hecho de estar cerca de él le daba un poco de paz a su atormentada alma.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora