"EN CAMINÓ"

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La ciudadela de Catanzaro se extendía frente a ellos como un escenario postapocalíptico sacado de una pesadilla. Los edificios en ruinas estaban adornados con lonas raídas y banderas improvisadas que marcaban los territorios de los distintos grupos de sobrevivientes. El aire estaba cargado con el olor de la basura acumulada y el humo de los fogones, mientras los mercados improvisados se desplegaban por las calles llenas de polvo y escombros. Las personas que se movían entre los puestos vestían ropa sucia y desgastada, la mayoría con armas visibles, desde cuchillos oxidados hasta pistolas que parecían haber sobrevivido varios conflictos.

Alexander tomó la mano de Elías con firmeza, sin dejar de mirar a su alrededor. Elías lo siguió en silencio, su mirada evaluando las amenazas potenciales mientras avanzaban entre los puestos. No estaban allí para quedarse mucho tiempo; sólo querían abastecerse y marcharse lo antes posible.

Se detuvieron frente a un puesto de comida donde un hombre vendía burritos que se veían medianamente comestibles. Alexander intercambió un par de tarjetas de acceso de bunkers que sabía no servían para nada, pero el vendedor no se molestó en comprobarlas.

—Tomá, pibe. Dos burritos "frescos" para ustedes —dijo el vendedor con una sonrisa desdentada.

Justo cuando estaban por salir de la ciudadela, un grupo de cinco chicos sucios y armados les bloqueó el paso. Uno de ellos, que llevaba un pañuelo rojo anudado en la cabeza, los miró de arriba abajo y soltó una carcajada seca.

—¡Mirá a quién tenemos acá! —dijo el líder —. El pibe famoso que controla a los caminantes... y tiene un par de fetos enfermos adentro.

Los otros rieron con malicia. Elías sintió una incomodidad recorrer su cuerpo. Alexander, en un movimiento instintivo, se colocó delante de él, cubriéndolo con su propio cuerpo.

—Apartate —dijo, clavando la mirada en el chico que había hablado—. No estamos buscando problemas.

—¿Y quién dijo que vos decidís, eh? —respondió el chico, sacando un cuchillo y jugueteando con él entre sus dedos—. Vos y tu novio raro nos deben algo. ¡Vieron la pinta que tienen! Seguramente tienen más para dar que esas tarjetas falsas que usaron en el puesto.

Alexander apretó la mandíbula, sus ojos fulminantes.

—Les sugiero que se den la vuelta y sigan con lo suyo, antes de que alguno de ustedes salga sin un ojo.

—¿Y si no?.

Antes de que pudiera continuar, Alexander se lanzó hacia él con la velocidad de un rayo. Le golpeó la muñeca con la palma abierta, haciendo que el cuchillo cayera al suelo, y luego le propinó un golpe contundente en el rostro. El chico cayó hacia atrás, aturdido.

Otro de los jóvenes intentó abalanzarse sobre Alexander, pero recibió una patada en la entre pierna que lo dobló por la mitad, dejándolo sin aire.

Los demás retrocedieron unos pasos, sorprendidos. Sin embargo, uno de ellos, un chico con una cicatriz en el cachete, sacó un tubo de metal y lo agitó en el aire.

—¡Dale, a ver si te la bancás con todos pedazo de gil! —gritó.

Alexander se adelantó un paso, con los puños listos, sus ojos oscuros y decididos.

—¿Quién quiere ser el próximo? —preguntó, su voz gélida.

El grupo intercambió miradas, evaluando sus posibilidades. Finalmente, se apartaron, murmurando insultos por lo bajo, mientras arrastraban a sus amigos heridos. El camino quedó despejado.

Alexander se volvió hacia Elías, que había observado todo desde atrás, apretando el puño.

—Vamos. No vale la pena quedarse un segundo más en este lugar —volviendo a tomar la mano de Elías mientras lo guiaba hacia la salida de la ciudadela.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora