"LA TERCERA ES LA VENCIDA"

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Alexander despertó en la habitación con el primer rayo de sol que se filtraba por la ventana. A su lado, Elías se movía inquieto, su rostro perlado de sudor y la respiración entrecortada. Alarmado, Alexander notó que Elías tenía ambas manos sobre su abdomen, que estaba más duro de lo normal. Se inclinó hacia él y le dio un beso suave en la frente, pero no pudo ignorar los jadeos de dolor que escapaban de los labios de Elías.

-¿Qué pasa? -preguntó con urgencia, tratando de no sonar demasiado asustado.

-Me duele mucho la panza... -Elías jadeó, cerrando los ojos con fuerza mientras se encogía un poco-. No puedo pararme.

El miedo se apoderó de Alexander. Elías no solía quejarse del dolor, lo que significaba que esto era grave. Sin perder tiempo, salió corriendo del edificio hacia la enfermería. Los pasillos estaban silenciosos, apenas iluminados por la tenue luz del amanecer. Al llegar, encontró a dos enfermeras y rápidamente las puso al tanto de la situación.

-¡Necesito ayuda! -exclamó, su voz rota por la preocupación-. Es Elías... algo no está bien con los bebés.

Las dos mujeres lo siguieron de inmediato hasta la habitación. Una de ellas se arrodilló junto a Elías y palpó cuidadosamente su abdomen, notando la rigidez de la zona. Al ver la expresión de dolor en el rostro de Elías, sus labios se apretaron en una línea preocupada.

-El abdomen está muy duro -comentó la enfermera, dirigiéndose a la otra mujer-. Antes del apocalipsis, yo asistía en partos, pero... esto es diferente. Nunca he atendido a un chico embarazado. Y para el colmo, Elías no tiene la barriga desarrollada como una mujer. Parece que los bebés tienen muy poco espacio.

Alexander se quedó a su lado, sujetando la mano de Elías con firmeza. Sentía que su corazón latía con fuerza contra su pecho y una sensación de impotencia se apoderaba de él. Ver a Elías en ese estado lo aterrorizaba.

-¿Va a estar bien? -preguntó con un hilo de voz, mirando a la enfermera con la esperanza de que tuviera una respuesta que lo tranquilizara.

-Haremos todo lo que podamos -respondió ella, con un tono firme pero comprensivo-. Debemos trasladarlo a la enfermería. Aquí no tenemos los medicamentos ni el equipo necesario.

Alexander asintió y, con mucho cuidado, levantó a Elías en brazos. Los músculos de su espalda y brazos se tensaron por el esfuerzo, pero no le importaba. Sentía cómo Elías se aferraba débilmente a su cuello, mientras él corría por los pasillos en dirección a la sala de enfermería.

Al llegar, los médicos comenzaron a atender a Elías de inmediato, colocándolo en una camilla e inyectándole un calmante. Alexander permaneció en la puerta, observando cada movimiento y cada expresión de los médicos, intentando captar algún indicio de esperanza en sus rostros.

Una de las enfermeras se acercó a él.

-Alexander, lo que está sucediendo no es algo que hayamos visto antes. Vamos a intentar ayudarlo, pero quiero que sepas que la situación no es sencilla. Los recursos son limitados en el apocalipsis, y tendremos que improvisar con lo que tenemos.

Alexander asintió con un nudo en la garganta, sintiéndose impotente y frustrado por la situación. Sin embargo, no podía mostrar debilidad; debía ser fuerte por Elías y los bebés. Mientras esperaba, decidió regresar a la habitación para asegurarse de que Matteo y Cristian no se despertaran solos.

Al entrar, vio a los niños durmiendo juntos en la cama, ajenos a la preocupación y el miedo que inundaban su corazón. Se acercó con cuidado, acariciando los cabellos de Matteo para darle un poco de consuelo a sí mismo, y luego volvió a la puerta para estar atento a cualquier novedad desde la enfermería.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora