Capitulo 20

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Pov Natalia

Llegar y ver a tanta gente en mi casa me agobiaba, me asfixiaba. Sentí la necesidad de huir, de desaparecer aunque fuera por unos minutos. Quería estar sola, necesitaba pensar. Apenas crucé la puerta de mi habitación, el perfume de Paula seguía fresco y me golpeó con fuerza. Me envolvió, me asfixió como si estuviera en medio de una pesadilla de la que no podía despertar. Quería que todo eso acabara. Quería que Paula estuviera acá conmigo, pero sabía que eso no iba a suceder y era algo que no quería aceptar.

Me metí bajo la ducha, dejando que el agua fría me golpeara como si pudiera borrar lo que sentía, llevarse el dolor y las desgracias que me aplastaban. Pero cada gota, cada segundo, solo hacía que todo fuera más real, más insoportable.

De repente, unos golpes suaves en la puerta del baño me sacaron del trance. El sonido era sordo, casi ahogado por el eco del agua cayendo en la ducha. El vapor se acumulaba en las paredes, haciendo que el aire se sintiera denso, opresivo, como si el propio ambiente tratara de ahogarme. La voz que escuché me hizo tensar.

—Hija... —era mi madre.

Mi cuerpo se rigidizó, pero no dije nada al principio. El humo del cigarro que había encendido se mezclaba con el vapor, formando una neblina espesa. Inhalé profundamente, saboreando el veneno que corría por mis pulmones. Estaba cansada de su presencia, de sus palabras vacías, de la tensión permanente que traía consigo.

—Está abierto —contesté finalmente, mi tono estaba cargado de indiferencia, sin molestia alguna en ocultarlo.

Escuché la puerta deslizarse, y sentí su vacilación antes de entrar. Al girarse, vi cómo se cubría los ojos, como si mi desnudez la incomodara.

—Helena, no sería la primera vez que me ves así —murmuré con desdén, mis ojos estaban fijos en la pared azulejada frente a mí. Las gotas de agua golpeaban mi piel, pero ya no sentía nada. El agua era tibia, casi fría.

—Desde que eras una adolescente —murmuró ella, como si esas palabras importaran en lo más mínimo.

—Nada ha cambiado. —Mi tono era cortante, filoso. Las palabras salieron casi por inercia, sin emoción. —En fin, ¿qué necesitas?

El silencio que siguió fue tenso, como el aire cargado antes de una tormenta. Podía sentir su incomodidad, el peso de lo que no decía flotaba en la habitación junto al humo y el vapor. Finalmente, se apoyó en el lavamanos, pero no se atrevió a mirarme.

—Quería saber cómo estabas —soltó finalmente, en un susurro torpe.

Una risa amarga brotó de mis labios, seca, dura. Esa pregunta, ahora... después de años de indiferencia y distancia.

—Hacía tiempo que no me preguntabas eso —contesté, mientras alargaba la mano fuera de la ducha para tomar otro cigarro. El sonido del encendedor rompió el silencio, y disfruté la primera bocanada de humo. —¿Fumas? —pregunté sin mirarla. Sabía la respuesta antes de que negara con la cabeza. —Estaré bien, Helena. Siempre logro estar bien —comente, exhalando el humo hacia el techo, viendo cómo se disolvía en la humedad del aire, deseando que se llevara algo de la tensión.

—Sé que no estás bien. Te duele... —Su voz era suave, casi delicada, pero esa dulzura forzada solo me encendía más. Como si ahora, después de todo este tiempo, de repente le importara mi dolor. Como si entendiera.

—¿Y qué si me duele? No cambia nada, ni siquiera importa. —Mis palabras fueron como cuchillos, rápidas y afiladas. —Si eso era todo, puedes irte tranquila.

La vi endurecerse, sus manos apretaban el borde del lavamanos como si temiera perder el control. Pero no se movió, seguía plantada ahí, en mi baño, invadiendo mi espacio.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora