Capitulo 36

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Pov Agustín

—¡Ya llegué! ¿Me queres decir por qué me llamaste 10 veces? —preguntó Sarah entrando a la oficina con una mezcla de fastidio y curiosidad, como si estuviera esperando encontrarse un incendio.

—Mi hermana ya se fue con Luna a Nueva York —le dije, sin levantar mucho la mirada del escritorio, intentando sonar casual.

—Ajá... —respondió cruzándose de brazos—. ¿Y?

—Joaquín estuvo en la casa de Luna antes de que se fueran. Tenemos que hacer algo para que se separen —le expliqué, como si fuera lo más lógico del mundo, como si esto fuera, no sé, una misión de vida o muerte.

Sarah me miró fijo, como si hubiera escuchado que estaba planeando un asalto al Banco Central con una banda de gatos.

—¿Me estás jodiendo? Pensé que me habías llamado por algo importante, no sé, un incendio, un accidente... ¡pero esto! —se quejó, agitando las manos como si estuviera espantando mosquitos imaginarios—. Además, mira, Luna está con Natalia ahora, todos sabemos que a Luna le gusta. Y probablemente a Natalia también le pase algo con ella...

De repente, se frenó en seco. Su cara pasó de "no me importa nada" a "me metí en un quilombo" en menos de un segundo. Sabía que la había cagado.

—¿Qué decís? —le pregunté, acercándome un poco más, como un perro que acaba de oler comida.

—Eh... nada. Tengo que volver a laburar, ¿viste? —respondió, empezando a retroceder como si de repente la oficina fuera una escena del crimen, pero justo apareció James, bloqueándole la salida como si fuera el guardia de un boliche.

—No te hagas la boluda, habla —dijo James, con esa seriedad que a veces daba miedo, como si fuera el protagonista de una serie de detectives.

—¡No sé nada y nada ni nadie me va a obligar a hablar! —intentó escapar, pero James la agarró de la cintura y se la cargó al hombro como si fuera una bolsa de papas.

—¡Eh, pará! ¡Soltame! —Sarah pataleaba y se reía a la vez—. ¡Esto es secuestro, loco!

—De acá no te vas hasta que nos cuentes el chisme completo —dije, acomodándome a su lado con una sonrisa de complicidad, disfrutando la escena. Ya la teníamos.

—Natalia me va a matar... —murmuró Sarah, derrotada, como quien se resigna a su destino.

—Sarah —la apuró, como si estuviera interrogando a un sospechoso en una serie policial.

—Bueno, bueno... A Natalia le gustaba Luna desde antes de conocer a Chiara, y desde mucho antes de que se hicieran amigas. Pero nunca dijo nada porque, bueno... Luna y vos, Agustín, siempre fueron como culo y calzón. —Se encogió de hombros, como si acabara de decir que el cielo es azul.

Me quedé mirándola, boquiabierto, como si me hubieran revelado el mayor secreto del universo.

—¿Todo este tiempo lo supiste? —preguntó James, sorprendido, como si Sarah fuera algún tipo de espía internacional.

—Obvio. Soy su mejor amiga y soy buena guardando secretos —dijo ella, inflando el pecho con orgullo, como si fuera a recibir una medalla.

—Sí, claro... una maestra del sigilo —me reí, porque, sinceramente, esa actuación no se la compraba ni el más ingenuo.

Sarah nos miró con una mezcla de indignación y risa contenida.

—Mira, la próxima vez que me llamen, me voy a encargar de averiguar para qué es —dijo mientras se levantaba, intentando recuperar algo de dignidad—. Y por favor, que Natalia no se entere de que ustedes saben, porque me arranca la lengua.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora