Capitulo 37

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La sala de cámaras de seguridad estaba tenuemente iluminada por los monitores parpadeantes, proyectando sombras suaves sobre las paredes. El leve zumbido de los equipos era lo único que rompía el silencio, mientras las imágenes en blanco y negro titilaban como si lucharan contra el desgaste del tiempo. El aire tenía un sutil olor a café rancio y algo metálico, una mezcla que acentuaba la frialdad de aquel espacio.

—Buenas tardes, Alex —saludó Alisson, entrando con paso tranquilo, sus zapatos resonando ligeramente en el suelo de baldosas.

Alex levantó la vista de los monitores, su mirada al principio distante, pero se suavizó al verla. Sonrió.

—Alisson, ¿verdad? —preguntó, acomodándose en su silla, que crujió bajo su peso. Su voz era cálida y relajada, un contraste con la fría atmósfera de la sala—. Es un gusto conocerte.

—El gusto es mío. Te traje café, y no sé si te gustan las donas, pero también traje algunas —respondió ella con una sonrisa amplia, extendiéndole la bolsa. A pesar del espacio impersonal, el gesto le otorgó una calidez inesperada al ambiente.

Alex la observó con una mezcla de sorpresa y gratitud, como si no estuviera acostumbrado a detalles tan simples.

—Muchas gracias, eres muy atenta. Permíteme buscar una silla para ti —dijo rápidamente, levantándose con agilidad y desapareciendo por un momento en la penumbra del pasillo.

Cuando volvió, traía una silla más cómoda, una que parecía sacada de una oficina más acogedora que esta fría sala técnica. La colocó con cuidado junto a ella.

—Siéntate acá, esta es mucho mejor —dijo, señalando la nueva silla con una sonrisa que parecía decir "me importa tu comodidad".

Alisson se sentó con gratitud, sintiendo cómo el respaldo suave le brindaba un alivio inmediato. Alex regresó a su asiento y tomó su café, el vapor elevándose lentamente entre ellos como un puente invisible que los conectaba.

—¿Cómo te ha ido en tu primer día de trabajo? —preguntó Alisson, llevando el vaso de café a sus labios mientras lo observaba con curiosidad.

—Ha sido bastante tranquilo, la verdad —contestó Alex, girando hacia ella, notando que la conversación le hacía relajarse poco a poco. Al principio había sentido la tensión de la responsabilidad en cada músculo, pero ahora su postura se volvía más suelta, menos rígida—. Sarah me explicó la dinámica, el contrato, y todas esas cosas que, imagino, ya conoces bien —agregó, dándole un sorbo a su café. Luego la observó un momento, con una sonrisa leve en los labios, antes de preguntar—: ¿Y cómo va tu embarazo? ¿Ya sabes si será niña o niño?

Alisson sonrió, y su mano se deslizó instintivamente hacia su vientre, donde Roma crecía día a día. El simple gesto irradiaba una ternura incontrolable.

—Va súper bien. Esta mañana fui con mi esposo a una revisión, y fue hermoso escuchar su corazón —sus ojos brillaron, y por un momento, la sala de cámaras pareció llenarse de una calidez imposible de ignorar—. Se va a llamar Roma.

El nombre pareció resonar en el aire, como si su peso cargara algo más que simples letras; algo simbólico, una promesa de futuro. El ambiente se suavizó aún más, como si los monitores parpadeantes se hubieran detenido por un segundo para dejar que la emoción flotara libre.

Flashback de esa mañana

—¿Estás lista, amor? —preguntó Agustín, su voz temblando ligeramente, una emoción contenida apenas bajo la superficie. Sus dedos jugaban nerviosamente con las llaves del auto, el sonido metálico rompiendo el silencio del amanecer.

Alisson sonrió al verlo. Sabía que era una mezcla de nervios y alegría, esa dualidad que siempre lo definía en los momentos más importantes.

—Yo sí, pero tú eres el que parece estar más nervioso —dijo en un tono juguetón, apretando su mano suavemente para calmarlo.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora