Capitulo 33

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Pov Natalia

Seguía en la cafetería con Sarah, hablando de mi viaje a Nueva York para contratar a una nueva supervisora. Mientras ella se encargaría de Los Ángeles, yo debía solucionar lo de Nueva York. De pronto, vi a una figura familiar entrar. A lo lejos, una pelinegra que conocía bien se dirigía a la mesa detrás de mí.

—¿Hace cuánto saliste? —pregunté, clavando la vista en la mesa. No giré la cabeza, intentando no delatarme. Sentía una corriente fría recorrerme la espalda, como si alguien me observara desde las sombras, con una intensidad asfixiante.

—¿Cómo sabías que era yo? —respondió. Inmóvil. Su tono era neutral, casi distante. Sin verla, podía adivinar que su postura estaba tan rígida como la mía.

—Reconocería ese espantoso perfume de margaritas en cualquier parte. —Solté con una sonrisa forzada, esperando romper la tensión—. Me siguió toda la semana, como una nube sofocante.

—Me ofende muchísimo —rió ligeramente, pero su risa sonaba vacía, sin rastro de la Alex que conocía. Me pregunté si la cárcel la había cambiado más de lo que imaginaba.

El camarero dejó mi café en la mesa. El aroma fuerte llenaba el aire, pero ni eso podía enmascarar la creciente sensación de peligro.

—¿Por qué no me llamaste cuando saliste? —insistí, esta vez más firme. El silencio entre nosotras era como una cuerda tensada a punto de romperse.

—Unos chicos me entrevistaron. No quería deberte nada —murmuró, su voz sonaba apagada.

—¿Deberme? ¿Cuándo dije que me ibas a deber algo? —Fruncí el ceño, perpleja.

Mientras revolvía el café, sentía la tensión envolviéndonos como una sombra espesa, apartándonos de todo lo que nos rodeaba. Afuera, la lluvia golpeaba las ventanas, pero la verdadera tormenta estaba dentro de nosotras.

—Eso no importa. No tengo mucho tiempo. Ayer estuve en una fiesta, me pidieron cuidar a una chica, pero... se descontroló. Mucha gente estaba drogada, teniendo sexo por todas partes —dijo, de repente, apurando las palabras. Había algo urgente en su tono que puso en alerta todos mis instintos.

Un frío inexplicable recorrió mi espalda. Mi cuerpo se tensó, mis manos se aferraron con fuerza a la taza de café, tratando de no perder la compostura.

—¿Quién organizó la fiesta? —pregunté, inclinándome hacia ella. Algo oscuro se deslizaba debajo de la superficie de sus palabras.

—Héctor, mi jefe —susurró.

El nombre me golpeó en el pecho como un puñal. Héctor, ese malnacido. Mi mente volvió a los recuerdos de mi esposa, su risa, su sonrisa... todo lo que Héctor me arrebató de un solo golpe.

—No puede ser —murmuré, más para mí que para ella. Mis manos apretaban la taza hasta que los nudillos se me pusieron blancos. El café temblaba ligeramente, reflejando el tumulto que bullía dentro de mí.

—¿Qué cosa? —preguntó Alex, desconcertada, pero también asustada, como si se diera cuenta de que se había involucrado en algo mucho más grande de lo que pensaba.

—Alex, trabajas para un hombre sucio. Y peor aún... es el mismo hijo de puta que mató a mi esposa —dije en un susurro, sin apartar la vista del café. La ira crecía dentro de mí como lava a punto de estallar.

Alex abrió la boca, vaciló y finalmente dijo:

—Fue Helena, su hija, quien me mandó a hablar contigo.

El nombre de Helena me paralizó. Sentí cómo algo se cerraba en mi pecho. ¿Qué podría querer Helena? Sarah y yo cruzamos una mirada rápida, un entendimiento silencioso pasó entre nosotras. No hacía falta decir nada más para comprender lo que eso implicaba.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora