Capitulo 56

116 8 10
                                    

Pov narrador omnisciente

La habitación se había convertido en un hervidero de emociones contenidas, un campo de batalla donde la tensión era tan densa que costaba respirar. Esteban avanzó hacia Joaquín con pasos firmes, cada movimiento estaba cargado de una furia que parecía a punto de desbordarse. Los nudillos de sus manos apretadas estaban blancos, y su mirada era la de un hombre al borde de perder el control.

—¿Qué mierda hiciste? —rugió, su voz resonó como un trueno mientras lo encaraba.

Joaquín, con manchas de sangre aún frescas en su ropa, levantó la cabeza con altanería. Su expresión era la de alguien que no conoce el arrepentimiento, solo una soberbia alimentada por su propia falta de juicio.

—Esos hijos de puta me castraron —espetó con desprecio, clavándole los ojos encima—. Era lo mínimo que podía hacerles.

Esteban lo miró fijamente, como si estuviera evaluando la magnitud de su estupidez, pero antes de que pudiera responder, Héctor emergió desde un rincón de la habitación. Su presencia era imponente y la rabia lo consumía, antes de que Joaquín pudiera protestar Esteban en un movimiento fulminante: Lo agarró por el cuello y lo estampó contra la pared con fuerza, haciendo que la habitación vibrara con el impacto.

—¿Te crees muy fuerte? —susurro con una mezcla de furia y frustración que lo hacía temblar—. ¡No todo gira en torno a ti! Te castraron, y con razón. Pero vos... —le apretó más el cuello, acercándose a centímetros de su cara—. ¿Tenes alguna idea de lo que hiciste? ¡Matar a sus esposas ya los convirtió en animales! Pero ahora, mataste a su madre. ¡Nos sentenciaste! 

Joaquín se revolvió, logrando liberarse de un empujón. Se limpió la sangre de la nariz con el dorso de la mano, y su expresión no mostró ni un atisbo de arrepentimiento.

—No me importa una mierda. Cuando vengan a buscarnos, los voy a matar a todos —declaró con una seguridad casi delirante, su voz estaba llena de una locura latente. Luego, mirando a Esteban, agregó con una sonrisa irónica— Además, no seas hipócrita. Tu golpeas a Sarah.

Esteban retrocedió un paso.

—La diferencia es que yo jamás tuve que forzarla a acostarse conmigo —replicó con veneno en la voz—. Sarah no sentía el mismo asco que sentía Luna cuando tu te acercabas a besarla.

El golpe de las palabras dejó a Joaquín en silencio por un momento, pero Héctor no dejó que ese instante se extendiera.

—No voy a protegerte, Joaquín —dijo finalmente, su voz era calmada, pero con una frialdad que erizaba la piel.

—¿Qué? —Joaquín lo miró con incredulidad, dando un paso hacia él—. Somos socios, Héctor. ¡No puedes darme la espalda, sin mi no eres nada!

Héctor lo miró con desprecio, sus ojos estaban oscuros como un abismo.

—Mataste a la única mujer que amé en mi vida —declaró con firmeza, cada palabra salio como un disparo—. Si ellos vienen por ti, no voy a protegerte.

La indignación de Joaquín se transformó en un grito ahogado de furia mientras encaraba a Héctor, pero antes de que pudiera acercarse, Esteban lo empujó contra la pared de nuevo, esta vez con aún más fuerza. Le agarró el cuello y lo sostuvo allí, sus ojos ardían de furia contenida.

—Se terminó, Joaquín. Cavaste tu propia tumba.

En ese momento, la puerta se abrió de golpe, dejando entrar a una mujer. Su mirada recorrió la escena: Esteban inmovilizando a Joaquín, Héctor saliendo de la habitación sin mirar atrás. La confusión en sus ojos se transformó en una mezcla de preocupación y sorpresa.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora