Capitulo 34

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Pov Narrador omnisciente

Salió disparado de la fábrica de ropa, con el corazón en la garganta y su mirada estaba nublada por el pánico. Sus manos temblaban como si un veneno invisible le recorriera las venas. Subió al auto sin pensar, tropezando al abrir la puerta, y encendió el motor mientras su mente aún procesaba lo que había visto. Hundió el pie en el acelerador. El motor rugió bajo sus pies y el coche saltó hacia adelante, tragándose las calles que se desdibujaban bajo el brillo de las luces nocturnas.

"¿Cómo llegamos a esto?" se repetía una y otra vez, mientras sus ojos escaneaban el retrovisor, esperando ver a alguien siguiéndolo, a alguien que no podía permitir que escapara. A cada segundo que pasaba, la distancia entre el auto y el lugar donde todo se había salido de control parecía insuficiente. No podía procesar lo que había visto, no había tiempo. Solo huir. Escapar.

El velocímetro subía peligrosamente mientras el asfalto zumbaba bajo los neumáticos. Los latidos de su corazón se sincronizaban con el ruido furioso del motor. Y entonces, lo vio: un destello de luces a su izquierda. Los faros lo cegaron por un segundo demasiado largo. Intentó girar el volante, pero la reacción llegó tarde.

El choque fue brutal, como si el mundo entero se partiera en dos. El otro auto lo embistió con la fuerza de un tren desbocado. El sonido del metal retorciéndose fue ensordecedor, el impacto lo lanzó al aire. El cintuon se tenso contra su pecho, aplastándolo, casi asfixiándolo. Por un segundo, no supo si aún estaba vivo.

El auto aterrizó con un crujido metálico y quedó inmóvil, patas arriba. Todo a su alrededor era un silencio aterrador. Su cabeza daba vueltas, el dolor era sordo pero creciente, y cuando trató de moverse, su cuerpo se negó. Estaba atrapado. Intentó gritar, pero el miedo lo asfixiaba.

Entonces, lo sintió: el olor denso y sofocante a nafta. Su garganta se cerró, el aire se llenó de una humedad tóxica, y un sudor frío le recorrió la piel. El fuego apareció al fondo, una chispa pequeña, casi imperceptible.

El calor se propagaba a una velocidad imparable. Los segundos parecían estirarse hasta el infinito, cada uno más desesperado que el anterior. Intentó mover sus brazos, sus piernas, pero algo en su cuerpo no respondía. El miedo lo consumía mientras el fuego avanzaba, voraz, imparable. Sabía que no tenía escapatoria. Y justo cuando el calor se volvió insoportable, la explosión lo cubrió todo.

Días antes

Pov Agustín

—¿Estás bien, Lu? —pregunté en voz baja, mientras mi hermana salía a fumar. El ambiente ya estaba cargado de algo oscuro y espeso, aunque intentábamos no notarlo.

Luna no respondió de inmediato. Su mirada estaba fija en algún punto invisible. —Sí... pero ni siquiera me acuerdo por qué fui a esa fiesta —murmuró finalmente, frunciendo el ceño, como si intentara descifrar un rompecabezas que no encajaba.

La incomodidad se extendió por la habitación como una mancha de aceite en el agua. Entonces, Helena rompió el silencio, su voz más era fría que antes. —En el trago que te dieron... pusieron unas pastillas —dijo de repente, su mirada se fijo en el suelo. De inmediato, todas las miradas se clavaron en ella—. No solo te duermen, también te hacen perder la memoria un par de horas.

El silencio que siguió fue tan opresivo que dolía en los oídos.

—¿Y por qué no evitaste que le dieran esas pastillas? —Neithan, que hasta entonces había permanecido en silencio, soltó la pregunta en un tono que bordeaba la ira. La atmósfera en la habitación pareció hacerse aún más densa, como si todos estuviéramos respirando el mismo aire envenenado.

Helena tragó saliva. —No... no sabía que se las habían dado hasta que la vi caer. Cuando intenté intervenir, Joaquín me golpeó en el estómago y Alex lo tumbó. Me sacó de ahí lo más rápido que pudo.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora