Capitulo 57

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Pov narrador omnisciente

Mientras Héctor huía de Los Ángeles, dejando tras de sí un caos imposible de medir, Tom permaneció hasta que se llevaron el cuerpo de Helena. Simon, como los demás amigos de Agustín y Natalia, entendió que necesitaban su espacio, y los dejó a solas con su dolor. Pero Tom no podía hacer lo mismo. Por más que Agustín estuviera enojado con él, no podía apartarse. Era su hijo, incluso aunque ahora esa verdad estuviera en disputa.

Su interior era un desastre; una tormenta que no le daba tregua. Con un nudo en el pecho, fue al único lugar donde sentía que la esencia de Helena seguiría viva: su antigua casa. La puerta estaba sin llave, como si los recuerdos hubieran dejado de necesitar barreras. Entró con pasos cautelosos, temiendo encontrar el vacío y el eco de lo que alguna vez fue un hogar.

En el living estaban Natalia y Agustín, sentados frente a la mesa ratona, con los álbumes de fotos abiertos sobre la mesa. Sus rostros estaban tensos, pero compartían un aire de nostalgia rota.

—Recuerdo ese día como si hubiese sido ayer —dijo al acercarse, su voz fue baja pero lo suficientemente clara para romper la calma aparente. Señaló una foto de los tres montando a caballo: Natalia, pequeña, apenas sujetándose, y Agustín con una sonrisa—. Su madre no me habló durante una semana por ayudarlos en esa travesura, pero valió la pena por verlos felices.

Agustín levantó la mirada hacia él, su rostro era una máscara de enojo que no dejaba espacio para dudas.

—¿Qué haces acá? —preguntó con un filo en la voz que cortaba el aire.

—Agus... —susurró Natalia, como un intento fallido de calmarlo.

—Hijo, yo...

—¡No soy tu hijo! —interrumpió Agustín, poniéndose de pie de golpe, como si su rabia ya no pudiera contenerse—. ¡Ya no sé ni quién soy! Esta casa, esto... que alguna vez llamé familia... ¡Es todo una mentira! Me mentiste, Tom. Me mentiste toda mi vida.

Tom sintió el peso de esas palabras como un golpe. Bajó la mirada, incapaz de sostenerla. Nunca había visto a Agustín así, tan fuera de sí.

—Agus, pará... —volvió a intentar Natalia, poniéndose de pie también.

—No, Natalia. Vos no hables —replicó él, girándose hacia ella—. Claro, vos podes perdonarle todo porque siempre fuiste su princesa. Pero a mí me mintieron, a mí.

Natalia se quedó callada. Su silencio fue como echarle leña al fuego.

—¿Lo sabías? —preguntó Agustín, incrédulo, con los ojos clavados en ella.

No respondió.

—¡Habla, mierda! ¡Habla!

—Ella no tenía ni idea —intervino Tom, dando un paso hacia ellos.

—¿Qué no tenía idea? —Agustín dejó escapar una risa amarga—. Deja de cubrirla.

Natalia respiró profundo, como si buscara fuerzas para enfrentarlo.

—Llevo metida en esta mierda desde antes de aprender a hablar —soltó de golpe, su voz salió tensa y quebradiza.

Agustín dio un paso atrás, como si las palabras lo hubieran golpeado físicamente.

—¿Qué carajo estás diciendo?

—Mamá y Héctor... tuvieron algo hace años —empezó con la voz temblorosa—. No sabía que eras su hijo. Recién lo confirmé hace poco. Papá era el mejor amigo de Héctor. Por eso todo se complicó tanto. Por eso siempre fui... el blanco.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora