121 Pulverizadores de pesticida portátiles

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Llamé a la puerta desesperada

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Llamé a la puerta desesperada. Por suerte quién abrió fue María, hubiese sido mucho más complicado explicarle todo esto a su ama de llaves.

 

—Tenemos que acabar con dos mil hombres lobo franceses que hay en Carballedo.— dije de carrerilla, ya me salía automático de tanto repetirlo.

 

—Cuenta conmigo.—me quedé impresionada ante su reacción, una gran parte de mí esperaba que se limitase a cerrarme la puerta en la cara.

 

—Es peligroso.— y tenía claro que a Hades no le iba a hacer ninguna gracia. 

 

—Te debo una, ¿recuerdas?— reflexioné unos segundos y me di cuenta de que tenía razón, al fin y al cabo yo había intentado protegerla desde el principio, incluso me arriesgué cuando Ezra la tenía secuestrada. Además, tener a otra lobismuller de nuestro lado iba a resultar increíblemente útil para mi plan.

 

—Necesito los pulverizadores de pesticida portátiles de tu padre.— sabía que la familia de María tenía tierras y que usaban ese equipamiento para mantener las plagas a raya.

 

—Tenemos tres.— indicó ella, y después hizo un ademán con la mano para que la siguiese. Cruzamos parte del recibidor, que a penas pude disfrutar entre la prisa y la falta de luz pero estoy segura de que era digno de contemplar; bajamos las escaleras hasta el sótano.

 

Cuando dió la luz y pude contemplar el montón de armamento contra hombres lobo que tenía su padre expuesto en las paredes, me di cuenta de que había llegado al lugar idóneo. 

 

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