Capitulo 90: El Cuervo Infinito

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Había algo peculiar en las noches de verano en el pueblo. Algo que el viento no se atrevía a mencionar, y que las sombras guardaban en silencio. Siempre era igual: al llegar la medianoche, el aire se volvía denso, y las ramas de los árboles crujían con un sonido extraño, como si susurraran secretos que no querían ser escuchados. El pueblo nunca se acostumbró al inquietante murmullo que parecía surgir desde las colinas cercanas. Pero para Alejandro, ese sonido era solo un eco lejano, una molestia que no le afectaba. Al menos, no hasta aquella noche.

Alejandro era un joven que, como muchos en su pueblo, creció escuchando leyendas. La más inquietante de todas era la historia del Cuervo Infinito, una criatura que, según decían, no era solo un cuervo. Era un conjunto de ellos, un enjambre interminable, que volaba sin descanso, arrastrando la tragedia con cada aleteo. Se decía que el Cuervo Infinito se acercaba a aquellos que ya estaban destinados a la desgracia. Un aviso, un presagio.

Sin embargo, Alejandro no creía en esas historias. Pensaba que eran supersticiones que solo los viejos contaban para asustar a los niños. Hasta esa noche, cuando algo cambió.

Era una madrugada gris, el aire estaba más pesado que nunca, y los árboles se mecían con violencia. La casa de Alejandro, situada en las afueras del pueblo, era un lugar tranquilo en comparación con el bullicio del centro. Sin embargo, esa noche, todo parecía estar en silencio, demasiado en silencio. Alejandro estaba en su habitación, mirando por la ventana, cuando escuchó el primer caw. Un sonido bajo, grave, que retumbó en sus oídos como si viniera de las entrañas mismas de la tierra. No era uno, sino varios, y el sonido aumentaba en frecuencia, como si se acercaran.

"¡Coño, mamá, cállate!" murmuró Alejandro, irritado por el constante ruido que venía del exterior. Pensaba que era solo algún cuervo solitario que lo molestaba.

Pero, a medida que el sonido crecía, también lo hacía la sensación de incomodidad. Alejandro sintió cómo su piel se erizaba. Miró fuera de la ventana, esperando ver las sombras de los árboles moviéndose con el viento, pero lo que vio fue algo mucho peor.

Un enjambre de cuervos, más de los que jamás podría haber imaginado, se cernía sobre su casa. No estaban volando en círculos como solían hacer. No. Estaban descendiendo lentamente, formando una neblina negra que envolvía la noche. Cada uno de ellos emitía un caw que resonaba en sus entrañas, como si estuvieran cantando una melodía macabra.

"¡Coño, mamá, ¿por qué no paras de hacer ruido?!", gritó Alejandro, sin poder entender lo que estaba viendo. Pero al mirar hacia dentro de la casa, vio a su madre en la cocina, aparentemente tranquila, sin darse cuenta de lo que sucedía fuera.

De repente, el sonido del caw se transformó en un rugido, como si las aves estuvieran fusionándose en algo más grande. Alejandro cayó de rodillas, sintiendo cómo el aire se volvía denso y la oscuridad lo rodeaba. A lo lejos, algo se movía entre los cuervos, una figura oscura, casi humana, cuyos ojos brillaban con una luz roja cegadora.

"Es él", murmuró Alejandro, temblando. "El Cuervo Infinito."

El enjambre parecía tomar forma, girando a su alrededor. Cada uno de los cuervos se acercaba cada vez más, hasta que estaban tan cerca que Alejandro podía sentir sus alas rozar su piel. En un susurro ensordecedor, el Cuervo Infinito habló.

"Te he encontrado", dijo con una voz que parecía surgir de todos los cuervos a la vez, un eco que se multiplicaba en la oscuridad. "El destino ha hablado, y tú ya no puedes escapar."

Desesperado, Alejandro corrió hacia la puerta, pero antes de que pudiera salir, se encontró cara a cara con el Cuervo Infinito. Era una masa oscura de alas batientes, con ojos rojos que parecían absorber toda la luz. Era imposible escapar.

"¿Por qué?" preguntó Alejandro, su voz quebrada por el miedo. "¿Por qué a mí?"

El Cuervo Infinito lo observó con una expresión inexpresiva. "Porque el destino ya ha sellado tu fin. No hay salida."

En ese momento, Alejandro entendió que el Cuervo Infinito no solo traía la muerte física, sino también la muerte de la esperanza. Era el reflejo de las decisiones equivocadas, de las vidas que no lograron encontrar su camino. Y ahora, era él quien debía enfrentar su propia desesperación.

"¡Coño, mamá!" gritó Alejandro, mirando a su madre a través de la ventana. Pero ella nunca lo oyó.

El Cuervo Infinito cerró sus ojos rojos y, con un leve aleteo, se desvaneció en la oscuridad. Los cuervos siguieron su vuelo interminable, como una sombra que nunca se extingue.

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Reflexión Final:
Alejandro nunca pudo entender por qué el Cuervo Infinito había llegado a su vida. Quizás fue un castigo, o tal vez solo el eco de sus propios miedos. Lo único cierto es que el Cuervo Infinito no es solo un ave: es una advertencia. Y en el momento en que llega, ya no hay vuelta atrás.

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