Capítulo 7;La Última Llama

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Había una vieja fábrica en el borde del pueblo, un lugar donde nadie se atrevía a acercarse. Durante años, las historias sobre lo que sucedió allí se mantuvieron en secreto, pero los niños del pueblo murmuraban sobre La Bestia de Fuego, como la llamaban. Decían que no solo estaba viva, sino que se alimentaba de algo mucho más aterrador que carne humana: las almas.

En el centro de la fábrica, donde la maquinaria había dejado de funcionar hace mucho, había un horno gigante, oxidado por el paso del tiempo. Nadie sabía con certeza por qué se mantenía allí, pero la leyenda decía que La Bestia había nacido dentro de ese horno, como un fuego no apagado, una criatura que nunca pudo morir porque estaba hecha de llamas y oscuridad. Nadie sabía a ciencia cierta cómo había tomado forma, pero sus ojos, ardientes como brasas, siempre se mantenían observando, esperando.

Los primeros desaparecidos fueron los trabajadores de la fábrica, aquellos que no temían entrar, convencidos de que las historias eran solo rumores. Pero lo que no sabían es que La Bestia no necesitaba aparecer para matarlos. Ella se alimentaba de los ecos de sus miedos, de las sombras proyectadas por las luces, de las huellas dejadas por las personas que se atrevían a acercarse demasiado al horno. Y cuando la bestia se alimentaba de suficiente miedo, tomaba su forma.

Apariencia:

La Bestia de Fuego no tiene una forma física definida, pero su esencia es una mezcla aterradora de sombras y llamas. Su cuerpo es como el resplandor de una hoguera viva que se alza hacia el cielo, pero con contornos que parecen desvanecerse y reconfigurarse constantemente. No tiene rostro; solo una cara que aparece brevemente, pero es siempre la misma: un rostro quemado y desfigurado, con una sonrisa torcida, como una caricatura macabra del sufrimiento humano.

Sus manos son largas y delgadas, formadas por fuego que chisporrotea y se consume a sí mismo, y sus dedos tienen garras afiladas como hierro candente. En lugar de caminar, La Bestia flota sobre el suelo, dejando detrás de ella una estela de cenizas y humo negro. Cuando se mueve, la temperatura del aire aumenta drásticamente, y el lugar se llena con un aroma metálico, como si el hierro mismo estuviera hirviendo.

Lo más espeluznante de La Bestia es que no puede ser vista a plena luz del día, pero se sabe que está allí, porque la gente siente la calidez extraña, la tensión en el aire. Es como si el fuego lo rodeara todo, pero sin poder alcanzarlo. La Bestia se alimenta de la desesperación y la angustia, y el miedo la hace más poderosa. Cada grito, cada rastro de pavor, la fortalece. Y, lo peor de todo, La Bestia se sabe disfrazar.

Cuando alguien se acerca demasiado al horno, ella toma su forma en sus pensamientos, lo que crea visiones falsas de escape. La gente cree que ve algo que los salvará, pero solo los está conduciendo hacia más desesperación. Lo peor es que La Bestia nunca mata de inmediato. Disfruta jugando con su víctima, llevándola a un punto de terror absoluto donde la mente se quiebra por completo.

La Historia:

Un joven llamado Lucas, que había oído hablar de la fábrica desde niño, decidió adentrarse allí una noche. Nadie se atrevía a ir, pero Lucas no le tenía miedo a nada. Cuando cruzó la entrada, el aire se volvió denso, pesado, y una neblina ardiente comenzó a formarse. La fábrica parecía respirar, como si estuviera viva.

Caminó a través de las salas vacías, donde los ecos de sus pasos se perdían rápidamente en la oscuridad. Se acercó al horno, su objetivo. Pero cuando lo miró, algo en su interior comenzó a arder, como si estuviera mirando algo que no debía. Un calor extraño lo envolvía, y en las sombras comenzó a vislumbrar la figura de La Bestia.

No tenía un rostro claro, pero sí podía ver los ojos: dos luces ardientes que lo observaban. Sus manos se extendieron hacia él, y en su interior, algo comenzó a gritar. La bestia no necesitaba moverse, solo se conectaba a sus miedos. Primero, lo hizo creer que veía la salida, una puerta abierta donde podría escapar. Cuando se acercó, la puerta desapareció, dejándolo atrapado en el pasillo oscuro.

El aire se calentaba, sus ropas comenzaban a arder. Sintió que su piel se quemaba, pero no había fuego, solo calor. De repente, una voz susurró su nombre en su oído, y Lucas, sin poder controlarlo, dio un paso hacia la oscuridad. Fue lo último que hizo. En ese instante, La Bestia lo tomó completamente, absorbiendo su alma en una llamarada que ardió con una intensidad tan feroz que la fábrica tembló.

Al día siguiente, el pueblo encontró la entrada sellada por completo, cubierta de cenizas. Nadie más se atrevió a acercarse a la fábrica. Y aunque nunca encontraron su cuerpo, ni rastro de Lucas, aquellos que se acercaban al horno aseguraban oír susurros provenientes de la oscuridad, como si algo estuviera siempre esperando allí, observando, esperando a devorar más.

La leyenda de La Bestia de Fuego nunca se olvidó, porque se decía que ella no solo era fuego, sino la desesperación hecha carne. Y mientras haya miedo en el mundo, ella siempre existirá, esperando a su próxima víctima.

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