Capitulo 32: Amor Eterno en la niebla

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Había una leyenda antigua sobre una mujer llamada Lucía, una belleza del pueblo que vivió hace siglos. Se decía que su amor era tan intenso que incluso después de la muerte, nunca dejó de buscar a su prometido perdido. Lucía y Manuel, su prometido, se prometieron amor eterno antes de que él partiera para nunca regresar. Devastada, ella juró que algún día se reencontrarán y que no importaba cuánto tiempo pasara, él volvería para cumplir su promesa.

Con los años, Lucía murió, pero las historias de su dolor y su juramento se volvieron leyendas. Los aldeanos comenzaron a decir que, en noches de niebla espesa, Lucía regresaba a las colinas, vagando por el bosque cercano al pueblo, donde los enamorados iban a esconderse. Aquellos que estaban profundamente enamorados sentían que algo extraño los observaba desde la penumbra, como una presencia que vigilaba y juzgaba.

Una noche, Clara y Daniel, una pareja joven, decidieron ir a las colinas para disfrutar del silencio bajo la luz de la luna. Mientras caminaban por el bosque, Clara notó que algo se movía entre los árboles. Una figura vestida de blanco. Sin embargo, pensó que su mente le jugaba una broma, hasta que Daniel empezó a actuar extraño. Sus ojos se llenaron de una tristeza inexplicable, como si reviviera una memoria ajena, y empezó a murmurar en un tono que no era el suyo.

“Mi amor, he vuelto… estoy aquí…”

Clara, asustada, intentó sacudirlo para que reaccionara, pero sus palabras parecían no alcanzarlo. Daniel se dirigió hacia la figura, como si fuera atraído por una fuerza invisible. Mientras más se acercaban a esa presencia, el aire se volvía más denso y una niebla helada los rodeaba. Al fin, Clara vio el rostro de la figura: una mujer de piel pálida, con una sonrisa triste y ojos oscuros. Era Lucía, la mujer de la leyenda, y sus ojos se posaron en Daniel como si al fin hubiera encontrado a su amor.

Clara intentó tirar de Daniel, pero él parecía en trance, hipnotizado por la figura. “Mi amor, estoy aquí”, repetía Lucía. Sin advertencia, tomó a Daniel de las manos, y él la siguió, dejando atrás a Clara. La niebla se cerró a su alrededor, y Clara apenas alcanzó a escuchar un susurro entre los árboles, un eco que decía: “Los verdaderos amores nunca se separan”.

Daniel nunca regresó, y esa misma noche, el bosque cobró su último aliento. Algunos dicen que ahora Clara vaga entre los árboles en busca de su amor perdido, atrapada en la misma obsesión, un amor tan intenso que se convirtió en maldición.

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