capitulo 3:La Sombra en el Espejo

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El sol se había puesto hace horas y el viento arrastraba una sensación de frío helado a través de las rendijas de la ventana. Mariana se encontraba en su casa, una antigua construcción que había heredado de su abuela, en un pequeño pueblo alejado de todo. No le gustaba la casa, ni la oscuridad que siempre parecía envolverla, pero no había tenido otra opción que mudarse ahí tras la muerte de su abuela.

Esa noche, como tantas otras, Mariana decidió quedarse en la cocina, junto a la luz tenue que parpadeaba, leyendo un libro. Cada vez que pasaba la página, sentía como si algo la observaba desde la esquina de la habitación. Miraba hacia los rincones oscuros, pero no veía nada. Sin embargo, esa sensación no desaparecía.

A medida que avanzaba la lectura, el silencio en la casa se volvía más pesado, como si la misma atmósfera estuviera viva. Fue entonces cuando escuchó un suave susurro detrás de ella, como un leve suspiro. Se giró rápidamente, pero no había nadie. Su respiración se aceleró y su corazón comenzó a latir más rápido. Volvió a mirar el libro, forzándose a no pensar en lo que acababa de escuchar.

De repente, se dio cuenta de algo. En el espejo de la cocina, que siempre había tenido un marco envejecido y algo sucio, se reflejaba una figura detrás de ella. No era su reflejo, sino la silueta de una persona. Aterrada, dio un paso atrás, pero la figura no desapareció. Era delgada, alta, con los contornos difusos, pero de alguna manera, su presencia era más real que la suya.

El reflejo la miraba, no con ojos humanos, sino con una oscuridad profunda que parecía absorber toda la luz. Mariana intentó gritar, pero no pudo. Su garganta estaba cerrada. La figura se inclinó hacia adelante, sus dedos esqueléticos tocando el vidrio del espejo, dejando marcas de humedad. El susurro volvió, ahora más claro: "Te vi… siempre te vi."

Mariana empezó a retroceder, pero cuando miró al espejo una vez más, la figura ya no estaba allí. La oscuridad volvió a rodearla, pero ahora todo parecía diferente. Las sombras se movían de una forma antinatural, como si la casa misma estuviera respirando con ella. Sintiéndose atrapada, Mariana intentó salir de la cocina, pero al atravesar la puerta, se encontró en un pasillo que nunca había visto. Era largo y estrecho, y sus paredes estaban cubiertas de fotos antiguas. En cada una de las fotos, veía a una mujer que se parecía a ella, pero con una expresión vacía, desfigurada.

Comenzó a caminar, pero a medida que lo hacía, las fotos se volvían más distorsionadas, las caras de las personas desaparecían y solo quedaban ojos vacíos que la observaban fijamente. Aterrada, trató de regresar, pero las paredes del pasillo se estrechaban, y el eco de su respiración se unió a otros susurros, voces, que la llamaban por su nombre.

Corrió, pero no podía escapar. La casa había cambiado, y las sombras parecían moverse detrás de ella. Finalmente, llegó a una puerta al final del pasillo. La abrió con temblores en las manos, solo para encontrarse con el espejo en el que había visto la figura. El reflejo la miraba nuevamente. Pero esta vez, no era solo un reflejo. Su cuerpo estaba de pie frente al espejo, pero su rostro estaba ausente, reemplazado por una sombra que la observaba fijamente.

La voz volvió, esta vez más fuerte y clara: "Ya no eres tú. Ahora soy yo."

Mariana intentó apartarse, pero sus manos temblorosas no la obedecían. El reflejo comenzó a salir del espejo, deslizándose como una sombra líquida, y, antes de que pudiera gritar, la oscuridad la envolvió, tragándola por completo.

Al día siguiente, la casa estaba vacía. Nadie volvió a ver a Mariana. La única pista que quedaba era el viejo espejo, cubierto de huellas de manos empapadas en algo que no era agua.

El pueblo empezó a rumorear sobre la casa, sobre el espejo que parecía absorber la vida misma, y sobre cómo aquellos que se acercaban al reflejo de la mujer nunca volvían a ser los mismos. Algunos decían que la figura que observaba desde el vidrio había tomado su lugar. Otros afirmaban haberla visto en las sombras, en las esquinas oscuras de la casa, esperando a que alguien más la mirara.

Pero nadie se atrevió a acercarse al espejo nunca más.

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