MAS QUE PALABRAS

31 2 2
                                    

Alessandro:

Juliana estaba allí, en mi cama, envuelta en las sábanas, con ese brillo en los ojos que solo aparece después de un momento como el que acabábamos de compartir. Su respiración aún era irregular, su cabello desordenado caía sobre sus hombros, y cada pequeño detalle de ella me tenía completamente perdido. No era solo su cuerpo, aunque sí, me volvía loco. Era todo lo demás: su risa, su forma de mirarme como si viera algo en mí que ni yo entendía.

Me levanté, necesitando un momento para procesar lo que sentía.

—Ya vuelvo —dije, intentando sonar despreocupado.

Ella me miró con curiosidad, pero no preguntó nada. Siempre tenía esa forma de leerme sin presionarme, como si supiera que había cosas que necesitaba resolver dentro de mí antes de poder compartirlas con ella.

Fui a la cocina, preparando una bandeja casi por instinto. Parte de mí lo hacía porque quería cuidarla, pero otra parte, porque me encantaba verla comer. Cada bocado que tomaba, cada sonrisa que acompañaba su degustación, me hacía sentir que le estaba dando algo más que comida: una parte de mí, de quien realmente soy.

Cuando regresé, su rostro se iluminó al ver la bandeja.

—¿Qué es esto? —preguntó, su sonrisa ya me tenía rendido.

—Un poco de energía para mi leoncita —respondí, colocando la bandeja frente a ella.

Tomó una cucharada de mousse de chocolate, y luego me miró riendo entre dientes.

—¿Intentas engordarme, Alessandro?

Solté una carcajada.

—Sí, Juliana. Te estoy engordando para meterte al horno después.

Su risa llenó la habitación, y me lanzó una almohada. No hice el más mínimo intento por esquivarla. Me gustaba verla así: feliz, relajada, completamente ella.

—Eres imposible —dijo, aún riendo, mientras tomaba otro bocado de mousse.

La observé en silencio por un momento, y luego, sin pensarlo demasiado, le pregunté:

—Dime, ¿qué cosas te gustaría hacer conmigo?

Sus ojos se agrandaron, y sus mejillas se tiñeron de un rojo intenso. Me tomó un segundo darme cuenta de por qué.

Sonreí, inclinándome hacia ella.

—¡Por Dios, mujer! ¡Eres una leoncita traviesa y mal pensada! —Ella trató de protestar, pero la interrumpí, disfrutando de su vergüenza—. No hablaba de eso. Me refería a actividades normales. Aunque... —le guiñé un ojo—, no me molestaría lo otro tampoco.

—¡Eres un descarado! —gritó, empujándome suavemente, aunque no logró ocultar su sonrisa.

—Descarado, pero jamás mentiroso —respondí, riendo.

—Bueno... —dijo, respirando hondo mientras intentaba recuperar la compostura—, me gustaría ver una película contigo, cocinar juntos... —Hizo una pausa y bajó la voz—. Y bailarte a solas.

La manera en que lo dijo, tímida pero directa, encendió algo en mí. Sentí ese calor familiar subir por mi cuerpo, esa necesidad que ella siempre parecía despertar con tanta facilidad.

—Eso último... —dije, mi voz ronca, casi un susurro—. Eso puede ser ya mismo.

No le di tiempo para responder. Me levanté, tomé mi teléfono y puse una canción suave, sensual, que llenó la habitación como una caricia invisible. Me senté al borde de la cama, mis ojos fijos en ella.

—Adelante, Juliana Ferrer. Baila para mí.

Por un momento, pareció dudar, pero luego se levantó con ese brillo desafiante en los ojos que siempre me volvía loco. Y entonces comenzó a moverse.

Cada giro de sus caderas, cada movimiento de sus brazos, era un hechizo que me atrapaba más y más. No podía apartar la mirada. Ella era hipnótica, una mezcla de sensualidad y poder que me tenía completamente bajo su control.

—Eres una maldita diosa —murmuré, antes de abalanzarme sobre ella.

La segunda vez fue intensa, pero diferente. Ya no era solo deseo. Había algo más, algo que no podía nombrar pero que sentía en cada caricia, en cada beso. Era como si cada parte de mí la reclamara, pero al mismo tiempo, me entregara por completo.

Cuando finalmente nos desplomamos en la cama, jadeando, tomé su mentón y la obligué a mirarme.

—No sé qué me has hecho, mujer —dije, mi voz baja, seria, cargada de emoción—, pero me siento cada vez más prendido de ti.

La besé, profundo y lento, como si pudiera transmitir todo lo que no sabía cómo decir con palabras. Cuando nos separamos, ambos buscando aire, ella rompió el silencio.

—¿Qué es lo que tenemos, Alessandro? —preguntó, su voz apenas un susurro.

La pregunta me golpeó como un puñetazo. Mi cuerpo se tensó, y por un momento, no supe qué responder.

—La verdad es que no lo sé, Juliana. Solo sé que siento la necesidad de estar a tu lado, de estar pegado a ti siempre. Soy un maldito posesivo contigo, y eso me asusta, pero también me gusta.

—¿Qué sientes tú aquí? —señalé su pecho, justo sobre su corazón.

Ella me miró, sus ojos buscando algo en los míos.

—Es parecido a lo que tú sientes... pero tengo miedo de todo esto que es tan intenso y nuevo para mí.

No hablé. En lugar de eso, la besé. Esta vez, fue un beso lento, tierno, como si cada caricia fuera una promesa silenciosa.

Mis manos viajaron por su piel con una delicadeza que nunca antes había mostrado. No se trataba solo de deseo; era algo más profundo, algo que no podía poner en palabras.

—Eres todo para mí —murmuré contra su piel, porque era lo único que podía decir sin perderme por completo.

Cuando finalmente nos unimos, fue como si el mundo se detuviera. Y mientras la sostenía en mis brazos, supe que lo que sentíamos era real. Más real de lo que jamás había imaginado.

Y por primera vez en mi vida, no quise huir de ello.

Y por primera vez en mi vida, no quise huir de ello

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Feliz miércoles. Ya quedan pocos capítulos 🥹

Amor a la Juliana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora