JUEGO DE PLACER EN LA COCINA

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Narra Juliana:

Estaba terminando de hacer algunos pendientes en la cocina para irme a mi casa. Mi jornada laboral ya había terminado, pero decidí quedarme y adelantar un poco. Cuando ya estaba ordenando todo para irme, recibí una llamada de Alessandro.

—Hola, leoncita. ¿Dónde estás? —su voz causando en mí el efecto moja bragas de siempre.

—¡Hola, jefecito! Estoy aún en el restaurante. —De repente cuelga la llamada, y un par de segundos después abrió la puerta al estilo Alessandro.

—¿Por qué siempre abres la puerta así? Me asustas.

Él se ríe descaradamente, llega hasta donde estoy y me envuelve entre sus brazos para darme un beso que no deja nada a la imaginación. Cuando se separa de mis labios, deja su frente pegada a la mía.

—Tranquila, leoncita, no te asustes, que no muerdo... bueno sí, pero lento y rico... aunque eso ya lo sabes. —Mi cara debe estar como un tomate. El muy desgraciado sabe el efecto que causa en mí al decir eso. Pero no me voy a quedar atrás.

—Creo que lo olvidé por un momento, jefe —digo coqueta, porque este hombre me puede.

—¿Ah, sí? —vuelve a besarme—. Me encantaría recordártelo en este momento. —Me abraza para tomarme de las piernas y sentarme en el mesón—. Te buscaba porque tengo ganas de manosearte, pero también quiero saber cómo estás y si ya comiste. —Me besa varias veces, como contándolos.

—No tengo hambre. Tengo más que todo antojo... de escuchar tu respiración agitada en mi oído.

Qué tal eso. Río internamente porque lo he descolocado. Su respiración cambió automáticamente y su mirada se oscureció.

—Si eso es lo que quieres, puedo hacer real ese antojo. Pero me gustaría jugar primero.

—¿Jugar a qué exactamente? —pregunto, curiosa.

—El juego consiste en follarte estando tú de espaldas, mientras deberás decorar un pastel. Si logras concentrarte sin parar, mientras me clavo en ti, desde atrás, ganarás y podrás pedirme lo que quieras.

Abro la boca, asombrada por su perversidad. Es un reto excitante, pero me encanta.

—¿Y si tú ganas?

—Haré contigo lo que quiera o pediré lo que quiera, y tú cederás.

—Cuidado con lo que pide, señor Fieri. Podría verse en aprietos después.

—Sé lo que quiero y voy por ello, señorita Ferrer.

Hablarnos en formalidades me enciende. Él va por todo lo que necesitamos y lo coloca en la mesa.

Comienza a besarme despacio y luego el beso se va intensificando, hasta que me baja del mesón. Subo en el taburete para quedar más alta, y me voltea para que le dé la espalda. Susurra en mi oído:

—Las reglas: no gemir, no jadear, no parar. Si lo haces, yo gano. ¿Ok? —empieza autoritario y luego termina con algo de diversión en el tono de su voz.

Siento su aliento caliente en mi piel; me estremece. Me acaricia los brazos por encima de la tela. Siento electricidad recorrer mi cuerpo. Trato de concentrarme. Tomo los bizcochos, los coloco en la base, después alcanzo el betún y con la espátula comienzo a distribuirlo. Trato de concentrarme, mientras siento cómo empieza a besar mi cuello. Su lengua caliente prueba mi piel. Respira, Juliana, tú puedes.

—¡Ummm! Hueles tan adictivo, pequeña leoncita. Te confesaré algo.— Susurra en mi oído de manera sensual. —Odiaba el olor a coco, pero ahora lo has vuelto mi fragancia favorita en tu cuerpo.

Amor a la Juliana Donde viven las historias. Descúbrelo ahora