Narrado por JulianaHabían pasado cuatro meses desde que mi vida dio un giro que jamás imaginé. El primer trimestre de mi embarazo fue todo lo que temía y más. Las náuseas, los vómitos, el cansancio infinito y un olfato tan sensible que parecía un castigo divino me tenían al borde de mis fuerzas. Había días en los que apenas podía levantarme de la cama, y otros en los que solo quería rendirme. Pero no podía. No podía rendirme por él... por mi bebé.
Mi madre, mi roca, estaba siempre allí. Con sus manos firmes y su corazón cálido, intentaba aliviar mi carga. Cocinaba, me abrazaba cuando lloraba sin razón aparente, y me recordaba que, aunque el dolor no se iba de un día para otro, yo era más fuerte de lo que creía. Juntas abrimos un pequeño restaurante en el pueblo, algo que siempre soñamos. Con los ahorros que había logrado reunir y un crédito, dimos vida a un lugar donde las personas podían encontrar un pedazo de hogar en cada plato. Pero incluso en ese refugio, mi cuerpo se rebelaba contra mí. Cocinar con las náuseas y el cansancio era una lucha diaria, pero me negaba a dejar que las adversidades me definieran. Si algo aprendí de mi madre, era a luchar hasta el final, incluso cuando todo parece perdido.
Una tarde, después de preparar la jornada del día, dejé a mi madre encargada del restaurante y me dirigí a mi control mensual con el ginecólogo. Mis pasos eran pesados, pero había algo en esas citas que me daba esperanza: saber que mi bebé estaba bien. Subí a la camilla con el corazón latiendo rápido, emocionada y nerviosa.
—Ya pasaste los cuatro meses, Juliana. —El doctor sonrió mientras aplicaba el gel frío en mi vientre—. Es probable que hoy podamos ver el sexo de tu bebé.
Mi corazón brincó de alegría. El sonido del monitor llenó la habitación, y ahí estaba, ese ritmo acelerado y constante que se sentía como una melodía celestial. Cerré los ojos, dejando que las lágrimas rodaran libremente. Ese sonido me recordaba que, a pesar de todo, había vida dentro de mí, una vida que dependía de mí para salir adelante.
—¿Quieres que lo anote en un papel para hacer una revelación? —preguntó el doctor.
Pensé en mi madre, en lo feliz que se pondría al preparar algo especial para nosotras, pero la ansiedad pudo más.
—Quiero saberlo ahora mismo. —Mi voz temblaba de emoción contenida.
El doctor sonrió y movió el aparato con cuidado.
—Eureka, ya puedo verlo. —Se giró hacia mí con una sonrisa amplia—. Felicidades, Juliana. Vas a tener un niño.
Mi pecho se llenó de una mezcla de alegría y tristeza. Las lágrimas no paraban de caer, pero esta vez no eran solo de felicidad. Era un alivio indescriptible saber que mi bebé estaba sano, que estaba creciendo fuerte. Pero al mismo tiempo, la ausencia de su padre pesaba como una roca en mi corazón.
Por un momento, el vacío me consumió. Pensé en Alessandro, en cómo habría sido este momento si estuviera aquí. Su reacción, su sonrisa, su orgullo. Pero en lugar de alegría, lo único que sentí fue rabia y tristeza. Rabia porque, a pesar de todo, lo extrañaba. Y tristeza porque sabía que este momento, este pequeño milagro, no era solo mío. Alessandro tenía derecho a saberlo. Mi hijo tenía derecho a conocer a su padre.
Pero no podía enfrentarlo todavía. No cuando aún dolía tanto. No cuando mi reflejo en el espejo era el de una mujer rota, desgastada por el dolor y las hormonas que me tenían al borde de la locura. Decidí que esperaría. Que enfrentaría a Alessandro cuando pudiera mirarlo sin sentir que el suelo se desmoronaba bajo mis pies.
Cuando llegué a casa, encontré una sorpresa que no esperaba. Mi hermana Lilibet estaba allí, con sus maletas y una sonrisa cálida.
—¿Creías que te iba a dejar sola con mi sobrino o sobrina? —dijo mientras dejaba las bolsas de compra y corría a abrazarme.
Su llegada fue un bálsamo que no sabía que necesitaba. Siempre habíamos sido cercanas, y ahora, más que nunca, tenerla a mi lado me daba una fuerza renovada.
—¿Qué pasó con Fernando? —pregunté, notando la sombra en sus ojos.
—Supongo que somos dos que no nos va bien en el amor. —Su voz tembló, pero rápidamente cambió a un tono burlón—. El desgraciado me engañó.
La abracé con fuerza, entendiendo su dolor mejor que nadie.
—Bueno, como que lo de cornudas lo llevamos en la sangre, hermanita.
Ambas estallamos en risas, nuestras carcajadas llenando el espacio que el dolor había ocupado por tanto tiempo.
Esa noche, mientras la casa se llenaba del calor de mi madre y mi hermana, sentí un alivio que hacía mucho no experimentaba. Sabía que aún tenía un largo camino por recorrer. Había días en los que me despertaba pensando que lo había superado, y otros en los que el peso del amor perdido me aplastaba.
Mientras miraba el techo de mi habitación, con las manos en mi vientre, susurré una promesa al pequeño que crecía dentro de mí:
—Algún día, mi amor, te prometo que ya no dolerá. Que encontraré la paz y que juntos seremos felices. Algún día ya no te amaré más, Alessandro... y ese día volveré a sentirme libre.
Listo ahora si! Oficialmente terminamos el primer libro! Estén atento por mis redes. Estaré editando y promocionando esta novela como a su vez informando la fecha del segundo.
Muchas gracias por su apoyo si llegaste hasta aquí. Muy pronto vendrán cosas nuevas y muy buenas para juliana. Os prometo que el segundo libro será intenso, caliente y delicioso como ese cafecito que nos gusta por las mañanas.
Adiós os quiero. ❤️
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Amor a la Juliana
RomanceCuando Juliana Ferrer, una chef brillante con un ingenio tan afilado como sus cuchillos, pisa el prestigioso restaurante de Alessandro Fieri, no imagina que está a punto de enfrentarse a su desafío más grande. Alessandro, el chef italiano cuya perfe...