Narrado por Juliana
Habían pasado días desde que mi mundo se vino abajo. Apagué mi teléfono y con él cualquier conexión con Alessandro, con el restaurante, con todo lo que me recordara a él. Me quedé en casa, atrapada entre las paredes de mi habitación, tratando de juntar las piezas de mi corazón roto. Pero cada vez que lo intentaba, todo lo que encontraba eran fragmentos aún más pequeños.
Sabía que no podía seguir así. Necesitaba cerrar ese capítulo, aunque me costara todo. Esta mañana, después de noches de insomnio y días en los que mi reflejo en el espejo me era ajeno, encontré un rastro de fuerza. Me levanté, me duché y traté de maquillar el desastre que llevaba en el alma. Opté por un atuendo que me cubriera, no solo físicamente, sino emocionalmente: pantalones de cuero marrón y una blusa beige ajustada. Usé maquillaje para borrar los rastros de lágrimas y noches interminables. Pero mis ojos... mis ojos seguían siendo los de alguien derrotada. Y para eso no existe maquillaje.
Mientras me arreglaba, sentí una punzada en el estómago. No había comido bien en días, pero atribuí ese malestar a los nervios. Hoy pondría fin a todo. Renunciaría. Iría al restaurante, recogería mi diario de recetas, ese que tanto valoro, y lo dejaría todo atrás. Sabía que iba a doler. Pero también sabía que quedarme dolería más.
Cuando llegué al restaurante, mi corazón comenzó a latir con fuerza. Mi respiración se volvió superficial, y mis manos temblaban. Todo en mí pedía que Alessandro no estuviera. Solo quería entregar mi carta, despedirme de los compañeros y salir de ahí. Pero la vida rara vez es justa. En cuanto puse un pie en el restaurante, la recepcionista me informó que Alessandro quería verme de inmediato. Por supuesto que lo sabía, pensé. Todo aquí seguía bajo su control.
Respiré profundo y caminé hacia su oficina, con cada paso sintiendo el peso de la decisión que estaba a punto de tomar. Cuando abrí la puerta, él estaba detrás de su escritorio, firmando unos papeles.
Este es el hombre al que le entregué mi cuerpo y mi alma, y que ahora me ha roto en mil pedazos. Siento que lo odio, y al mismo tiempo me odio por seguir amándolo. Porque, a pesar de todo mi dolor, mi corazón brinca de emoción al verlo. Quisiera arrancármelo para no sentir nada por él. Pero la verdad, aunque diga odiarlo, es todo lo contrario.
Parecía agotado, como si llevara noches sin dormir. Pero esa imagen no me conmovió. No podía permitirme flaquear. Entonces levantó la mirada, y por un breve instante vi algo en sus ojos. ¿Asombro? ¿Alivio? ¿Tristeza? Pero al instante lo escondió detrás de su máscara habitual.
—¿Se puede saber por qué no has venido a trabajar, Juliana? —Su voz era fría, dura, como si todo lo que compartimos nunca hubiera existido.
Ese tono me golpeó más fuerte de lo que esperaba, pero me obligué a mantenerme firme.
—No vine porque no quise —respondí con indiferencia, tratando de igualar su frialdad.
Alessandro dejó el bolígrafo sobre la mesa y me miró fijamente.
—Así no funciona la profesionalidad —dijo con un tono cortante.
Solté una risa amarga que salió más como un suspiro de desesperación.
—¿Vas a darme una clase de profesionalidad? Primero necesitas tener ética, honestidad, principios... todo lo que tú claramente no tienes.
Él no respondió de inmediato. Sus ojos permanecieron fijos en mí, pero su silencio solo me dio más fuerza. Abrí mi bolso, saqué la carta de renuncia y la coloqué sobre su escritorio.
—He venido a presentar mi renuncia.
Él miró el sobre y luego a mí. Por un momento, pensé que lo aceptaría sin más, pero Alessandro no era de los que dejaban ir las cosas fácilmente.
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Amor a la Juliana
RomanceCuando Juliana Ferrer, una chef brillante con un ingenio tan afilado como sus cuchillos, pisa el prestigioso restaurante de Alessandro Fieri, no imagina que está a punto de enfrentarse a su desafío más grande. Alessandro, el chef italiano cuya perfe...