Narrado por Juliana
Los días pasaron lentamente, como si el tiempo quisiera castigarme por completo. Alessandro no dejó de intentarlo. Correos, mensajes, incluso llamadas que se acumulaban en mi teléfono como un recordatorio cruel de todo lo que no podía ser.
Una tarde, mi madre, sin saberlo, contestó una de esas llamadas. Escuché su voz desde la cocina. Mi corazón dio un vuelco, pero no fui hacia ella. Me quedé inmóvil, escuchando desde la distancia.
—¿Está Juliana? Por favor, necesito hablar con ella. —Su tono estaba lleno de desesperación, casi suplicante.
Mi madre me miró desde el otro lado del pasillo, y aunque sus labios se movieron, sus ojos preguntaron. Solo negué con la cabeza, tragándome el nudo que me cerraba la garganta.
—Lo siento, ella no está disponible, le pido por favor, deje de llamar —respondió con firmeza antes de colgar.
Esa fue la última vez que Alessandro intentó alcanzarme directamente. Pero, por lo que escuché después, fue a buscarme. Llegó al lugar donde residía, solo para descubrir que ya era demasiado tarde. Yo estaba lejos. Había escapado de él, del caos, de lo que me quedaba de nosotros.
El regreso a casa con mi madre fue mi salvación. Su abrazo era un refugio cálido, su amor incondicional una cura para las heridas más profundas. Intentaba llenar los vacíos con largas conversaciones nocturnas, risas forzadas y recetas que habíamos dejado de cocinar juntas. Pero por más que lo intentara, algo dentro de mí seguía roto, como una porcelana que, aunque se reparara, nunca volvería a ser la misma.
Un día, mientras barría la terraza, sentí una punzada extraña en el estómago. Mi cuerpo se tambaleó y la escoba cayó al suelo. Una ola de náuseas subió desde mi vientre hasta mi garganta.
Mi madre, siempre alerta, dejó lo que estaba haciendo y se acercó rápidamente.
—¿Estás bien, hija? —preguntó, con esa mezcla de preocupación y amor que solo ella sabía transmitir.
—Sí... creo que sí. —Intenté sonreír, pero mi rostro debía estar tan pálido que ella no creyó ni una palabra.
Entonces, con esa intuición maternal que nunca falla, su mirada se hizo más penetrante.
—Juliana... ¿cuándo fue la última vez que...?
Me quedé helada. Los recuerdos me golpearon como un torrente. La última vez con Alessandro. La conversación sobre ir a la farmacia... y cómo, entre tanto caos, lo habíamos olvidado.
Mis piernas temblaron. El peso de esa revelación me aplastó.
Dos horas después, estaba sentada en el borde de mi cama, con un test de embarazo entre las manos. Dos líneas rosas, brillantes y nítidas, me miraban como si quisieran gritarme la verdad que yo no podía aceptar.
No podía respirar.
Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, calientes y pesadas. Alegría, miedo, incertidumbre. Todo se mezclaba en un torbellino dentro de mí.
—¿Qué voy a hacer? —susurré al aire, porque no había nadie más que pudiera responder.
Mi madre, sin decir nada, se sentó a mi lado y me envolvió en sus brazos. Me sostuvo como si yo fuera aquella niña que corría a ella después de una pesadilla. Pero esta vez, la pesadilla era real, y las lágrimas no cesaban.
—Vas a ser una gran madre, Juliana. Ya lo eres —dijo, con esa seguridad que solo una madre puede transmitir—. Y respecto a Alessandro... cuando estés lista, sabrás qué hacer.
Sabía que tenía razón. Alessandro tenía derecho a saberlo, y mi bebé tenía derecho a conocer a su padre. Pero el dolor seguía siendo tan abrumador que no podía pensar en enfrentarlo. No ahora.
Esa noche, frente al espejo de mi habitación, miré mi reflejo. Mis ojos estaban hinchados, mi rostro cansado, pero algo nuevo comenzaba a crecer dentro de mí. No solo físicamente, sino también en mi espíritu.
Llevé las manos a mi vientre, todavía plano, pero lleno de promesas.
—Por ahora, somos tú y yo, pequeñito —susurré, permitiendo que una lágrima solitaria se deslizara por mi mejilla—. Y te prometo que voy a ser lo mejor para ti.
El peso de esa promesa llenó la habitación. Sabía que algún día, cuando el dolor ya no fuera una barrera, cuando pudiera mirar a Alessandro sin sentir que mi mundo se derrumbaba, le diría la verdad. Pero hasta entonces, me tenía a mí. Y yo tenía un propósito.
Me recosté en la cama, abrazando esa pequeña esperanza que ahora era mi todo. El amor, el verdadero amor, no siempre es perfecto. Y aunque mi corazón estaba destrozado, sabía que estaba aprendiendo a sanar, a construir algo nuevo a partir de las cenizas.
Alessandro podría esperar. Mi vida apenas estaba comenzando.
Fin.
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.😱😱😱😱😱 pero que sorpresaaaaaaaaaa.... Habemussss un pequeño alessandrito o una pequeña Julianita???? Uds que creen??? Por otro lado lloro aún por todo lo que Juliana atraviesa no solo una ruptura amorosa sino un embarazo sin apoyo del que pensó que sería su pareja! 😭 aunque ella puede pues son muchas cosas que procesar.
Ok estaré subiendo dos extras pero va a depender de uds 🤭... ¿¿¿quieren desde la perspectiva de él más odiado Alessandro, alguien apuesta por él después de lo que hizo???? Tal vez sea bueno saber su punto de vista o no??? Déjenmelo en los comentarios.
Muchas gracias a todas las que han llegado hasta aquí y darle una oportunidad a mi novela 🥹 un abrazo inmenso y beso en su rodilla chueca muacksssssss
ESTÁS LEYENDO
Amor a la Juliana
RomanceCuando Juliana Ferrer, una chef brillante con un ingenio tan afilado como sus cuchillos, pisa el prestigioso restaurante de Alessandro Fieri, no imagina que está a punto de enfrentarse a su desafío más grande. Alessandro, el chef italiano cuya perfe...