"Horrible"

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Encendí el auto y conduje al teatro para apartar dos asientos para la función de la noche.

Fui a despedir a mi madre al aeropuerto, mi tío había partido en la madrugada por la premura de sus negocios.

—Adiós Mamá, saluda a los muchachos de mi parte.

—Dios te bendiga hijo, esa chica será una buena esposa, estoy segura.

Sonreí.

Más tarde fui al restauran italiano que tanto querías visitar.

Preparé una mesa apartada, sólo para los dos, expliqué al encargado nuestra situación de recién casados y me sugirió cada detalle de la velada.

Asentí a todos sus estupendos consejos.

Almorcé y decidí volver a casa contigo, justo antes de ver en una repisa de exhibición un bolso de mano muy costoso, pero de una elegancia indescifrable. Tanto me empeciné en verlo que decidí que sería parte de nuestro primer día de casados comprándolo.

Compré un helado a un vendedor ambulante y me senté con el helado y el bolso en unas bancas puestas en un bulevar.

De pronto, un anciano ceniciento, con chaleco marrón y bastón de mano se sentó a mi lado.

Tardé unos segundos en reconocer al mismo anciano, encantador de aves que desapareció de aquella plaza aquel día.

—Disculpe —exclamé intentando llamar su atención.

—Para la primera pregunta, la respuesta es si, para la segunda, no.

—Pero si no he dicho nada.

Sonrió.

Sólo preguntaría si era justamente quien creía y si podía ayudarlo en algo, tomando en cuenta que aunque podría ser el caso de que nuestros encuentros sean por casualidad, lo dudaba mucho.

En realidad el anciano amanaba un aire de misterio y curiosidad que por mi temperamento, quería satisfacer.

Así como cuando robé tus registros para saber quien eras a tu llegada al psiquiátrico.

Soy el mismo chico de hace ocho meses.

—No lo haz dicho con tu boca hijo —respondió el anciano con voz rasposa y una autoridad que infundía respeto. Entonces sacó de su chaqueta una pequeña rosa blanca y un encendedor.

Yo miraba con infantil asombro la escena, tan absorto como el día en que dio a comer al ave de sus manos.

Me miró directamente a los ojos y dijo.

—El fuego, no sólo consume la materia; También la purifica. Aprende de la creación del Magnífico al cual conoces desde niño —. Exclamó y sin apartar la mirada de mis ojos, encendió con fuego la rosa que a pesar de estar rodeada en una pequeña flama, no se consumía y continuó diciendo —Para purificar el oro, antes debe pasar por el fuego, para darle valor al diamante, hay que pulirlo antes, el dolor nos hace crecer si lo sabemos usar, si lo sabemos soportar tomados de la mano de el que nos amó primero y de cuya palabra surgieron todas las cosas.

Las palabras del anciano eran totalmente opacadas ante la intransigencia de mi mente racional que intentaba darle explicación a una rosa en llamas que no se consumía.

—¿Quien es usted? —pregunté cual niño azorado.

Sonrió.

—Sólo un amigo hijo, sólo un amigo.

Y levantándose para marcharse me dio la rosa.

—Jasrael, ¿cómo lo hizo?

—¿Qué importancia tiene para tu vida lo que hice? Más provechoso te es entender lo que dije.

Y caminando desapareció entre la gente.

SAM II©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora