PRÓLOGO

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El sonido de la muerte se hacía más vivo a cada segundo.
En el divague de mis ojos la encontré. Di un puntapié y la roca salió disparada hacia la nada misma.
Silencio.
Silencio.
Y luego —sin aceptar que aquello podía ser producto del deseo y la esperanza— el eco ínfimo del agua a lo lejos.
No teníamos otra opción. Tomé tres granadas de la bolsa que llevaba en la espalda, y me aferré a su mano sin preguntar absolutamente nada. Eran tres de las últimas cinco granadas. Las aventé a mis espaldas, tan lejos como pude, y nos arrastré al vacío.





SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora