HELEN
Déjenme pasar, me dije una y otra vez. Pero todas y cada una de las personas que se encontraban en la ceremonia parecían duras como estatuas. Estaban tan bobos y fanatizados con lo que estaban viendo en el escenario, que ninguno parecía dispuesto a mover su cuerpo aunque sólo fuera un minúsculo milímetro.
A lo lejos veía la nuca de mi hermana desaparecer entre la multitud, y cada tanto echaba una mirada hacia atrás, para asegurarme de que realmente había logrado extraviar a Moro. Él y yo habíamos acordado un punto de encuentro justo antes de que volviera a su casa desde la Escuela de las Convenciones, en el horario regular.
—Permiso —repetía con impaciencia, y las personas ni siquiera se percataban de mis empujones.
Empujé a un hombre enorme. Tan enorme que su piel hubiera podido hacerse pasar por roca. Éste a penas vibró y pareció un poco interesado en mirar a los ojos al mosquito que molestaba (o sea, yo). La montaña humana balbuceó algo con sus torpes labios hinchados, y levantó un brazo; momento que aproveché para escabullirme a través de su axila, y salvarme de una muerte segura.
Justo cuando las trompetas surcaron el aire, anunciando el fin de la ceremonia, estallé mi cuerpo contra el de mi hermana.
— ¡Helen! —se sorprendió.
—Tenemos que ir al Epicentro —susurré pegando mi boca a su oreja.
Ella tenía sus pómulos ardiendo, y dos enormes bolsas violetas bajo sus esferas verdes, producto de la intensa jornada en el trabajo. Su mameluco violeta tenía pinceladas verdes y rayones marrones en las rodillas.
Antes que pudiera decir algo, tiré de ella hacia mis pantorrillas; quité mi media de en medio y descubrí las inscripciones imposibles.
—Qué es eso... —preguntó Annie en nuestro refugio entre miles de piernas moviéndose.
—Es... —caí en la cuenta de que no se entendía absolutamente nada — Encontré un mapa en el edificio de la escuela, las letras coinciden con un grupo de manzanas en Genux. Tenemos que ir al...
—Helen —escuché en el cielo, y al levantar la vista encontré a Moro mirándonos pasmado —, ¿Qué hacen en el suelo?
Ambas nos erguimos. Annie desvió la vista y frunció el entrecejo... Cachín, pensé. Está atando cabos.
—Nos tenemos que ir —le dije a Moro.
Él pareció darse cuenta de lo que hablaba, y claro que no le agradó. Me acerqué y lo besé, sin importar que aún no le hubiera comentado nada a mi hermana. Él abrió los ojos como platos y los dirigió a Annie, que estaba demasiado metida en sus pensamientos como para sorprenderse.
—Moro, busca a Mamá y quédate con ella —dijo Annie.
De un segundo a otro mi corazón parecía un instrumento de percusión.
—Pero por...
—En el segundo rellano de mi habitación hay un almohadón con carpetas y una caja... ponlo todo en una bolsa —agregó.En ese momento comprendí que en su cabeza se había desvelado un misterio de aquellos que solía pasar por alto, había conocido pocas personas con la habilidad deductiva de mi hermana. Entonces, antes de encaminarnos hacia el Epicentro, me acerqué a Moro y lo abracé como si aquello pudiera brindarle algo de suerte. Lo besé y seguí a Annie entre la multitud.
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SUBVERSIVOS #1
Science Fiction"Silencio. Silencio. Y luego -sin aceptar que aquello podía ser producto del deseo y la esperanza- el eco ínfimo del agua a lo lejos. No teníamos otra opción. Tomé tres granadas de la bolsa que l...