Capítulo 42

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Estábamos por virar hacia el callejón, cuando escuché sonidos extraños que provenían de la reciente y prematura oscuridad. Cubrí a Helen y le indiqué que retrocediera; ella comprendió que algo sucedía.
Se escuchaba como si estuvieran rompiendo una sandía con la palma de la mano, sólo que no había sandía, y las palmas eran puños que estallaban una y otra vez contra el rostro de Douglas Risper.
Me quedé sin aire y una fuerte sensación de impotencia me recorrió la espalda.

Me moví un poco más hacia el costado, y asomé mi ojo casi por completo. Lo que vi me dejó helada. Douglas estaba en el piso, arrodillado y sostenido por dos Oficiales desde los hombros. El tercero le pegaba, y el cuarto simplemente estaba reposado en una de sus piernas; como si la situación le aburriese.

El hombre le preguntó algo a Doug que no logré entender, ya que un incesante pitido estaba abrumando mis oídos. Douglas contestó y el tercer Oficial volvió a pegarle. Esta vez en el estómago.
—Última vez, rata sucia... —oí con esfuerzo.
Todo parecía suceder a una velocidad increíblemente lenta.
Douglas balbuceó varias veces una misma cosa; me resultó inentendible. Le sangraba todo el rostro, y tenía su ropa rasgada.
Bah —protestó el cuarto Oficial —, súbanlo al camión.

Volteé, y vi a Helen escondida al otro lado de la calle.
Entonces volví mi mirada a Douglas, que estaba rendido y se dejaba arrastrar por los Oficiales.
Estaban caminando hacia donde me encontraba, en aquel momento me percaté de que el camión se encontraba a tan sólo unos metros de mí. Quizás si despisto a quienes lo sostienen, él pueda escapar. Tienen que sentirse atacados, pensé.

No tenía armas. Estaba sola. No tenía un plan. Lo único que tenía era alrededor de un minuto para rescatar a Douglas.

Entonces Doug intentó zafarse, y uno de ellos lo apuntó con el arma. Deja vu. Grito, disparo, cuerpo inerte cayendo, y al final... Lluvia.

Tomé un impulso inhumano, casi salvaje, y salté al cuello de uno de los Oficiales cuando estuvo lo suficientemente cerca. Logré hacer que retrocediera, y soltara a Douglas de uno de sus hombros.
— ¡Sosténganla! —bramó uno de ellos.
Grité cuando el Oficial que tenía entre mis manos me apretó uno de mis brazos hasta girarlo.
Golpeó mi cuerpo contra el suelo, y tomé una roca del callejón. Le di a uno de los Oficiales en la cabeza, y así dejé libre a Douglas.
Pero él no se movía. Estaba pasmado mirándome.
— ¡Corre! —grité, y entonces un Oficial me dejó inmóvil contra el suelo.

Atrapada.

Cuando me levantaron del suelo, Douglas estaba aprisionado contra una de las paredes.
—A ver —dijo el Oficial que había estado reposado sobre su pierna.
Se acercó a mí y apretó mi rostro con sus dedos. Lo miré a los ojos... Eran celestes, y tenía una expresión de asco constante; además de una piel casi perfecta y aliento a alcohol.
—Tenías razón, Risper. Has cumplido con tu palabra —le dijo a Douglas —, al final de cuentas aparecería por aquí esta rata.

¿Qué?

Douglas miraba el piso.

—Oh, supongo que no esperabas que tu soplón fuera el mismo a quien intentabas salvar —observó el Oficial.
—Douglas —dije y no pude evitar que mi voz se partiera en dos —. ¡DOUGLAS MÍRAME A LA CARA!
Él levantó su rostro ensangrentado e hinchado. Tenía la mirada perdida, dudaba que estuviera reconociéndome. Aún así, estaba intentando encontrar algo en su gesto que confirmara que lo que decía aquel asqueroso asno era mentira. Pero nada pasó. Así como si nada, mi orgullo y mi confianza fueron trituradas hasta parecer arena.

El Oficial se acercó a él y le dio varios golpecitos en el hombro.
—Como siempre, Risper, has sido muy servicial. Suéltenlo —indicó con la cabeza al Oficial que lo tenía por la espalda.
Douglas calló de rodillas con sus manos en los costados. No dejó de observar el suelo hasta que volví a hablar.
—Qué has hecho...

Una de las miles de lágrimas que estaba derramando, cayó en mi boca, bridándome un sabor salado y metálico a la vez. La sangre de la reciente herida en mi frente no dejaba de fluir, y el pecho no dejaba de doler. No sabía si era un dolor físico, o si se trataba algo más. Ambas eran probables.
—Súbanla al camión —ordenó.
Y al comenzar a arrastrarme decidí levantarme y caminar.

Cuando estaba por entrar al camión, oí un grito justo detrás de mí. Douglas se había parado y bramaba desesperado una sola palabra:
— ¡NO, no, NO!

Ingresé al camión y escuché un disparo. Otro deja vu.

Gritos, un disparo, un cuerpo inerte golpeando la acera, y luego... Lluvia. O más bien, mis lágrimas.

SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora