Capítulo 3

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Cerré la puerta del túnel y aseguré un colchón de nieve y ramas sobre la madera, después de dar varias palmadas contra el suelo, volví a convertirme en serpiente. Dejé de arrastrarme en el principio de la hilera de arbustos, al resolver que tendría que cruzar la calle cuando los camiones de trabajadores comenzaran sus andanzas.

El viento helado había hecho que se congelaran mis mejillas, pero no podía dejar de pensar en el camino que había planificado para llegar a mi casa.
Escondida detrás del tapial, aguardando que el camión de la calle siguiente desapareciera en la esquina, comencé a pensar... ¿Qué voy a decirles a mis padres? ¿Qué voy a decirle a Helen?

Cada segundo, de cada hora, de cada día de mi vida; lo pasaba con Helen. ¿Cómo se suponía que iba a ocultar todo lo que acababa de pasar?
Mi hermanita olería mi mentira mucho antes de ser dicha por dos razones: mentir se me daba mal, y Helen me conocía más que cualquiera.

Seguí trotando sin dejar de intentar reconocer las casas de las manzanas que atravesaba; y a mi suerte, todas los trabajadores que encontraba parecían observarme pero no verme. Pasaban de mí como si fuera otro perro callejero.

No había logrado dar con ninguna que conociera, sin embargo, al meterme por un callejón para evitar un camión, me percaté de que me encontraba en la misma manzana de mi hogar.

Tenía que dar la vuelta, y estaría en la puerta de mi casa. ¡Mi casa! Unas increíbles ganas de llegar; de ponerme a salvo y dejar de vagar, quisieron que mi cuerpo temblara y se electrizara con cada paso que daba hacia mi meta. Sin embargo, al ver a mi padre con el mameluco puesto, saliendo de la casa con la traquilidad de siempre, mi única reacción fue pegar mi cuerpo contra la planta enredada en la verja del vecino.

No lo sabe, pensé. Un par de pasos más, y giré el picaporte con suavidad.

La luz del alba había hecho su trabajo, al igual que el frío y la humedad. En el ambiente de la sala de mi casa se respiraba un denso olor a madera (propio de los muebles viejos), y a ladrillo de barro mojado. 

Frente a mí estaba "el lugar del café", como siempre lo llamaba mi madre. Lugar donde había pensado que estarían esperándome... No. ¿Alivio o decepción? ¿A nadie le importaba? El pequeño salón hundido en el piso, no se parecía en nada al sótano de Zora, estaba tan vacío como silencioso.

En ese momento, lo único que se me ocurrió pensar fue que tenía suerte de no compartir la casa con otras familias. De otra forma, todo el mundo se hubiera enterado de mi llegada. Aún así, debía cuidar mis movimientos. Mi casa seguía siendo igual al resto: pequeña y con habitaciones agregadas. "Las paredes de cartón" las llamaba mi padre con algo de pena, cuando nos recordaba que no debíamos jugar los domingos a la hora de la siesta.

Caminé unos pasos balanceando los talones, soprepasando así la escalera que llevaba a mi cuarto y al de Helen, y también la puerta semi-abierta donde estaba durmiendo mi madre; y dejé mi calzado debajo de la escalera que trepaba hacia la cocina. 

Una vez descalza, volví sobre mis pasos en puntas de pie hasta la escalera angosta y empinada. Subí poco a poco; evité la madera chillona, y entré a mi cuarto con la misma suavidad con la que antes había abierto la puerta de entrada.

Un cuerpo se lanzó hacia mí y me rodeó con sus brazos, inmovilizándome. 


SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora