4. A

36 8 0
                                    

De regreso mi estómago gruñó. 

Los Roth habían sido capturados por Alessandra al bajar de la plataforma, así que sólo estábamos Eio, mi hermana y yo.

—Lloverá —afirmó él.
Llevé la mirada al cielo, y tenía razón. A pesar de haber tenido que achinar los ojos por el reflejo, el cielo estaba completamente blanco; y las primeras nubes de color gris oscuro habían aparecido. En el ambiente se respiraba la humedad, y ya no hacía tanto frío. De hecho, mi hermana se había sacado el abrigo y los guantes, y Elioth tenía desabrochado su saco. La única nieve que había era la estancada en el piso, donde los copos se habían reunido en las canaletas, en un intento desesperado por protegerse y no desaparecer.

Poco a poco nos alejamos del playón. La gente comenzó a dispersarse, y pronto quedamos solos otra vez. En la zona Oeste de Civitas no había tantas fábricas, por lo que había menos movimiento en la calle de lo normal.

Para acortar el camino, pasamos por un callejón vacío, en el que sólo había tarros de basura y escombros. El pequeño pasillo parecía aún más estrecho con las paredes de ladrillo a los costados. Estaba entre dos casas no tan grandes, pero sí muy altas. Sobre las paredes de ladrillo marrón, había ladrillo naranja y más grande, y sobre aquello, un último piso de lo que parecía ser madera. Los agujeros se hacían pasar por ventanas, disfrazadas de tela y paneles de madera oscura.

Creo que por instinto, al pasar por el pasillo, volteé para confirmar que mi hermana iba entre medio de nosotros dos. Y claro que Elioth estaba dejando que ella se adelantase en ese mismo momento.

El viento sopló, y al atravesar el callejón, Helen hizo que me detuviera al tomarme del antebrazo.
—Annie...
Volteé y mi hermana me señaló a Elioth.
—Miren esto —dijo él.
Estaba agachado junto a una de las paredes del callejón.
—No lo toques —ordené instintivamente.
Elioth no hizo caso.
—No pasa nada —dijo.
Miré a ambos lados. Comprobé que nadie estaba mirándonos. Las ventanas, susurró una voz. Seguí con los ojos las paredes, y me detuve en cada hoyo tapado de tela.
— ¿Qué es? —preguntó Helen.
—No sé —dijo él. Sacudió la mugre de alrededor, y sacó su descubrimiento del barro y las hojas.
—Es una navaja —susurré.
Elioth había pellizcado el mango, y había comenzado a pasar el dedo gordo de su otra mano, una y otra vez.
—Dice algo... —balbuceó y se levantó.
—A ver... —dijo Helen.
No tomó la navaja, sino que la acercó a su rostro moviendo el brazo de Eio.
—No se entiende —afirmó él.
Me acerqué, y moví el brazo de mi amigo. La examiné. Brillaba a pesar de estar destrozada, y con el mango roto. Rasqué la tierra del mango. Y descubrí símbolos que no entendía. Subversivos.
Inconscientemente volví a mirar a los costados.
—No... Se borraron las runas —mentí.
Sabía que esas no eran runas.
—Es un objeto indeseable —dijo Elioth.
— ¿Si? —se espantó Helen, y retrocedió un poco.

En aquel pasillo el viento soplaba con más intensidad que en la calle. El revuelo había hecho que mi cabello me azotara el rostro. Miré el cielo, el cual estaba más gris que blanco. Y al bajar la vista, justo a mitad de la pared de ladrillos naranjas, había un rostro sombrío como el cielo observándonos.

—Elioth... —susurré.
Elioth seguía divagando en la navaja. Helen, al ver mi rostro sostenido en la pared, tocó a Eio con el brazo y me señaló. Los tres nos quedamos sin aire. Elioth dejó caer la navaja, dio un paso, tomó a Helen de la mano y comenzó a correr. Yo los seguí.

— ¡Qué susto! —exhaló mi hermana al cabo de una cuadra.
Elioth trotó los últimos pasos y recuperó el aliento con las manos en las caderas.
— ¡Fua! —dijo.
Yo me limité a reír, y a sacudir mis manos hasta borrar el recuerdo del objeto indeseable.

Nos separamos de Elioth a dos cuadras de nuestra casa, y al llegar, encontramos a Dracco y Malina (dos amigos de mis padres) sentados en los sillones de nuestro comedor enterrado en el piso.

Los cuatro nos estaban esperando para comer, y habían llevado a su cachorra para que jugara en nuestro pequeño patio trasero. 

El viento siguió soplando durante todo el mediodía, y al comenzar la hora del té, pregunté a mi madre si podía ir a casa de Elioth.

Cosas que sabía:
a) Mi madre iba a decirme que sí.
b) Helen no iba a querer venir conmigo. No mientras estuviera la cachorra en casa.
c) En diez minutos comenzaría a llover.

—Si comienza a llover, quédate en la casa de Elioth hasta que cese —dijo mi madre.

Salí a la calle. El viento soplaba increíblemente fuerte. Comencé a caminar en dirección contraria a la casa de mi amigo...


SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora