Garuaba. El viento era fresco y bastante violento; había resuelto no desperdiciar una sola tarde hasta el día del Reclutamiento de Oficiales. No descansaría, pero antes, tenía que cerrar una herida.
Escondía mi pañuelo en mi muñeca, y se había hecho habitual el vestir con ropas oscuras y amplias. Escondía mi cabello, mis ojos, mi boca... no dejaba a los demás descifrar de quien se trataba.
Crucé dos veces la calle, y me paralicé. La casa de Elioth estaba totalmente destruida; tenía tablones en la puerta y la ventana que daba a la calle, y más allá de la puerta, ardían las brasas de lo que había sido un incendio. Antes que pudiera pensar, había trotado hasta la casa, y me encontraba rompiendo uno de los tablones.
Las paredes ennegrecidas desprendían un calor sofocante, y en mis zapatos se oía el grito constante de los recuerdos. El hogar que tantísimas veces había recorrido de pequeña, en el que me había refugiado, e incluso me había sentido parte; había sido reducido a humo y oscuridad.
Otro mensaje, pensé. Mi padre Reclutado, y Salvador desaparecido.Del otro lado de la sala, en la cocina, una madera cayó al suelo. Sin miedo, avancé hasta el umbral. Lo que vi, podría haberme dejado helada, sin embargo, despertó en mí una furia incontrolable.
Thomas se abría paso por la puerta del jardín trasero.
—Tranquila —me dijo, cubriendo con su mano su nariz y boca —, tenemos que salir de aquí.
Me acerqué y lo empujé.
— ¿Qué estás haciendo? —volví a empujarlo.
—Annabeth, tenemos que salir de aquí —Annabeth, pensé. No era la única que había descubierto una nueva identidad.
—Primero reclutas a mi padre, y luego desapareces a Salvador —lo empujé una última vez.
— ¿De qué hablas? Vamos, Annabeth, tenemos que irnos.
Thomas intentaba sostenerme por la muñeca, y jalarme fuera de la casa en todo momento. El humo era más negro a cada vez, y la corriente de aire había revivido algunas brasas.
—Eres un maldito líder —espeté.
En ese momento, Thomas pareció cambiar de expresión. En el sonido de las maderas cediendo, desvié los ojos y vi una parte del techo ceder, justo por encima de su cabeza.
Me abalancé sobre él, y lo empujé contra la pared. El techo cedió a unos cuantos centímetros nuestro, dejando caer sobre la cocina unos cuantos escombros. La casa comenzó a rechinar, como si estuviera viniéndose abajo.
Me deslicé hasta la puerta, y como una flecha atravesé las maderas. Thomas pasó justo detrás de mí, pero su pierna había quedado atorada entre dos pedazos de escombros. La casa se estaba derrumbando.
— ¡Agacha la cabeza! —grité.
Pateé la madera que estaba justo por encima de él, y eso le dio la posibilidad de moverse. Escapó de los escombros y lo jalé hacia el jardín. Detrás, el umbral se partió en dos, dejando caer gran parte de la habitación de Elioth sobre la cocina.
Thomas estaba tosiendo en el pasto, mientras yo observaba la casa derrumbarse. Unas inmensas ganas de llorar me atravesaron el pecho, pero no iba a dejar que eso sucediera.
Las maderas caían al suelo. Algunas carbonizadas, otras intactas; como si fueran un vasto espejo de mi nueva realidad: el incendio que derrumbaba mi vida, el fuego que consumía lo más próximo a mí. El viento arrastraba el humo; el fino manto de humedad en el aire no era suficiente, suponía que los restos arderían un tiempo más. Hasta convertir todo en cenizas, o en el esqueleto de lo que había sido alguna vez.
¿Podría alguien salvarse de todo esto?— ¿Pensabas decirme quién eras? —pregunté sin quitar la mirada de la casa.
Podía sentir como se rascaba la barbilla.
—No vayas a atribuirme la culpa, cariño.
Volteé a verlo, estaba sacudiéndose las manchas de la ropa. Sin éxito, se limitó a limpiarse el brillo del rostro con su brazo. Arrugó la frente, e hizo sonar su nariz.
—No me pareció conveniente —se excusó.
—Conveniente resultó que te viera parado junto a Mónaco en la ceremonia —repliqué.
—Baja la voz —dijo —. ¿Reclutaron a tu padre?
En su forma de preguntarlo podía percibir cierto nerviosismo calculador, como si pudiera ver más allá de la mera ausencia de mi padre en un futuro. Estaba mirando el repertorio de probables amenazas. Justo en ese momento, entendí que Thomas no tenía nada que ver con todo aquello.
Asentí.
—Mierda —se levantó de un salto—. Esto es malo.
Me digirió fuera del minúsculo jardín de la propiedad de los Stevenson, donde varios vecinos habían aparecido en los umbrales de sus casas, curiosos por la demolición natural de la estructura.
—Ya sé —dije. Como si no me hubiera dado cuenta, idiota.
—No, verdaderamente malo —interrumpió —. Si van a reclutar a tu padre significa que necesitan ingresar en tu círculo.
Entramos en un callejón de puros paredones. Ni una sola ventana.
—Vienen por mí...
—No —afirmó —. No te quieren a ti, quieren todo lo que sabes sobre tu amigo. Aquello que no pudieron sonsacarle a su padre.
—Entonces poco van a conseguir, Elioth está muerto.Thomas se quedó mirándome. La luz del día nublado volvía más avellana sus ojos, además de resaltar unos pocos pocitos en su frente, producto de (lo que debía haber sido) varicela. Su expresión lo dijo todo: labios titubeantes, cejas fruncidas.
No había nada más que decir.
Elioth estaba vivo.
Y quizás, por el contrario, había cientos de cosas por hablar.
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SUBVERSIVOS #1
Science Fiction"Silencio. Silencio. Y luego -sin aceptar que aquello podía ser producto del deseo y la esperanza- el eco ínfimo del agua a lo lejos. No teníamos otra opción. Tomé tres granadas de la bolsa que l...