Una especie de pánico me corrió por el cuerpo. No debes estar muy lejos de casa, pensé. Corrí sobre lo que ya había recorrido, y justo al seguir la curva de la esquina, pude ver un camión blanco (alto y pequeño, de Oficiales) frente a mí. Estaba lejos, y a la vez demasiado cerca.
¡Escóndete! Me dije a mí misma. Corrí tropezando unas cuantas manzanas, poco a poco empecé a sentir que a mi pecho le faltaba oxígeno, y que el aire helado me quemaba la garganta.
No pueden encontrarte, Annie. La alarma resonaba en mis tímanos, y no dejaba que me concentrara en nada más. Mis ojos pasaban de la calle a las casas, y viceversa. Todas me parecían extrañas y parecidas entre sí, a pesar de no serlas. Todas eran las típicas casas de Genux.
El pecho comenzó a rebotarme, y entonces me di cuenta que no sólo me faltaba el aire, sino también la calma. Llegué hasta una plaza que oscurecía junto al atardecer. Escuché un camión a lo lejos y sin mirar atrás, me adentré en la plaza hasta unos arbustos secos y repletos de nieve.
Esperé hasta que el sonido de la alarma se apagó y observé mis alrededores. Había muchos árboles, arbustos, plantas nevadas, ramas y hojas. Estaba segura que debía ser la Plaza de la Vegetación. Nunca antes había estado allí, pero Eio me había contado sobre ella. Se vía triste y apagada, el invierno había hecho del lugar una zona muerta.
Cuando me percaté de todo lo que había pasado, sentí una cosquilla húmeda en la mejilla y llevé mi mano hacia mi rostro.
Estaba perdida, y sola.
Pronto la paz del silencio se convirtió en el sonido de la angustia y el miedo. Las ramas y hojas se habían vuelto brazos y manos; uñas que me arañaban. Y cada minúsculo sonido comenzó a significar que vendrían por mí.
-Mamá... -susurré. Tan bajito que nadie más que yo lo podría haber escuchado.Envolví mis rodillas con mis brazos y me quedé quieta.
Esperaré que amanezca y luego iré a casa, pensé. Pero pronto los segundos se volvieron horas. Me estaba congelando en el medio de una plaza, sin saber siquiera si mis padres estaban buscándome.
Una eternidad después decidí moverme, pues al menos estaba segura de que en la plaza no habría nadie más además de mí. Al principio el sonido de mis rodillas arrastrando las hojas del suelo, y el de mi cuerpo quebrando ramitas, me parecieron algo demasiado arriesgado. Pero por más despacio que me moviera, los ruidos seguían allí.
Asomé mi rostro (sólo un poco) por los arbustos, para enterarme cómo era la Plaza de la Vegetación, y descubrí que el arbusto donde me encontraba era el principio de una gran hilera de la misma planta en forma de espiral, que iba hacia el centro, donde un gran árbol cubría una fuente y algo más. Supuse que debía ser un sauce llorón, sólo que en ese momento estaba seco. El árbol era inmenso, y bastante aterrador.Intenté recordar los movimientos que había hecho al correr con Elioth por detrás. Había doblado tres veces, de eso estaba segura, pero no sabía cuál había sido el camino que había tomado al comenzar a sonar el toque de queda.
Empecé a convencerme de que si cruzaba la plaza en diagonal, quizás estaría en la dirección correcta. Podría caminar hasta la casa de Elioth, pensé. Sí, eso estará bien.
Me arrastré por la hilera de arbustos como una serpiente. No veía más que el suelo de tierra, hojas y ramas; la nieve a mi alrededor y mis manos congeladas bajo mis guantes.
Entonces sentí que mi codo golpeó algo duro. Retrocedí, y corrí el colchón de tierra y nieve que había allí. Limpié en un pequeño lugar, y vi madera. Moví mi brazo para despejar la zona y golpeé contra algo sobresaliente. Arrugué la frente y lo tanteé. Era redondo y de metal, como un anillo.
Moví las hojas y limpié todo el lugar de una vez, y allí estaba, justo debajo de mí había una puerta clavada en el piso. Una puerta cuadrada y bastante grande, pero lo suficiente como para sobresalir de la hilera de arbustos.
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SUBVERSIVOS #1
Science Fiction"Silencio. Silencio. Y luego -sin aceptar que aquello podía ser producto del deseo y la esperanza- el eco ínfimo del agua a lo lejos. No teníamos otra opción. Tomé tres granadas de la bolsa que l...