Capítulo 18

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La campana chilló en el mismo momento en el que corté el hilo de la última runa. Esperé que una de las mujeres retirara las últimas cuatro chaquetas que había bordado, y tomé mi bolsa para irme a casa.
— ¿Nunca te has preguntado por qué en la fábrica sólo trabajan mujeres, pero la coordinan hombres? —Lúa se limpiaba el sudor de la frente mientras bajábamos las escaleras. Su voz rebotaba como una bocina en las paredes de concreto.
—Tal vez las mujeres han rechazado la coordinación —agregó esquivando una anciana.
—Puede ser... —no, no podía ser —. Tal vez Hugo trabajó en la ropa antes de coordinar —dije.
—No lo creo —dijo —. Algún día seré la jefa.
—Cuando lo seas, sólo cambia el menú —la miré torciendo la cabeza hacia atrás —. Por favor.
Se sonrió y bajó apresurada los últimos escalones, luego volteó para esperarme.
—El puré de hoy no estaba tan asqueroso —dijo.
—Era pasta, Lúa —las dos nos echamos a reír
Platicamos de camino a casa, pero no mucho. El ruido de las ruedas duras contra los adoquines movía cada parte del camión. Nuestras cabezas meneaban en cada giro brusco y nos sosteníamos al asiento, como si realmente aquella tabla fuera capaz de soportarnos.
La puerta de mi habitación sonó después de comer.
—Pasa —dije desde el segundo rellano.
Estaba acostada, mirando el cielo, pensando por qué las estrellas brillaban con tanta intensidad.
—Soy yo —Helen se asomó y bajé las escaleras —. No bajes, voy a subir.
Nos sentamos frente a la ventana, mi hermana tocó un par de veces el cuadro que los Roth me habían regalado.
—Sabía que Moro no te regalaría un simple pedazo de metal —dijo sonriendo.
—Sí, yo también —sonreí —. ¿Qué pasa?
Me miraba extraño, con sus ojos profundos perfectamente quietos; y con algunos cabellos frizados sobre el rostro.
—Nada, lo que pasa... Todo esto, sabes —balbuceó.
Sabía que se refería al hecho de que la persona con la que (probablemente) pasaba más tiempo, además de ella, había desaparecido. O el hecho de que los momentos en familia se habían vuelto incómodos e indeseados por ambas.
—Estoy bien, Elioth va a aparecer —dije, intentando sonar convincente.
Ella suspiró, como si no tuviera remedio.
—Sí, creo que es lo que todos esperamos —resolvió apretando sus labios.
La conversación se desvió hacia el estado de su relación con Josua, a quien no había querido volver a ver desde la desaparición de Elioth. Más allá de lo insoportable que resultaba ese chico, intenté hacerle entender a Helen que probablemente todo se arreglaría más adelante; y que sus pocas ganas de ver a su novio tenían su causa, en primer lugar, en todo lo que estábamos viviendo.
—No creo que sea así —dijo, y luego de pensárselo, agregó: —, creo que ya no es lo mismo.
Dimos por concluido el tema después de eso.

En las idas y venidas de mi mente, había estado la cuestión de mi verdad. Había estado pensando que, si Eio no aparecía pronto, tendría que encontrar alguien más a quien confiarle mis secretos más profundos. Tendría que contarle a mi hermana, tarde o temprano, que tenía pensado involucrarme con la Edad Negra para conseguir información sobre Elioth. Y en ese mismísimo paquete de confesiones caerían mis encuentros clandestinos con Douglas y Tom; y era probable, mi historia con Zora y el Epicentro.
—Mamá está preocupada —comentó.
Levanté la vista y me acomodé.
—Es normal, Elioth...
—Por ti —aclaró —, está preocupada por ti.
De mí escapó una risa nerviosa.
— ¿Por qué? —pregunté.
Helen me echó una de sus miradas, de esas que rebalsan de obviedad. Luego, apoyó su cabeza contra la pared.
—Te conoce, Annie. Piensa que falta poco para que te declares subversiva, y comiences a moverte en zonas peligrosas para conseguir algún tipo de información sobre Eio. Creo que piensa que estás planeando quemar algún edificio, o que tienes armas escondidas en esta habitación...—Helen comenzó a reírse, como si todo aquello fuera parte de un juego mental de mi madre.
Me reí también, aliviada por su reacción.
—Qué locura —dije. No se me ocurrió otra cosa.
Asintió.

Poco después de que mi hermana abandonara mi habitación, el reloj marcó medianoche y salí por la puerta. Me encaminé hacia el baño deseando que nadie escuchara mi respiración, y una vez allí, trepé hacia la ventana sin hacer el más mínimo ruido.
La capucha me cubría toda la cabeza, y el pañuelo naranja que Elioth me había regalado, me protegía hasta los ojos. Me escondí entre arbustos, tapiales y oscuridad. Poco a poco avancé, y en menos de media hora había llegado a la Plaza de la Vegetación.
La ciudad parecía muerta. Tan muerta que sentía que el ruido de mi cuerpo entrando en la hilera de plantas, resonaba en todo el lugar; con cuidado abrí la puerta en el piso y me deslicé sin respirar.
Al abandonarme, Helen me había dado el espacio para pensar en todo lo que estaba pasando: la actitud tensa de mi padre, las sospechas de mi madre, y hasta la iniciativa de mi hermana de hacerme saber que estaban al pendiente. Todo aquello caía como gotas a un mismo lago: involucrarme con la Edad Negra arrasaría mi familia.

Al entrar al sótano de Zora, mis ideas volvieron a sacudirse, y encontré las palabras que utilizaría al hablar con Tom. 

SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora