Capítulo 34

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DOUGLAS

Una persona vestida de negro atraviesa la calle. Parece que va a seguir su camino, pero relaja su cuerpo contra una de las rejas de una casa, en la esquina derecha a la que acaba de cruzar.
Muerdo. Muerdo. Muerdo.
Si aquel hombre actúa, pasaré exactamente la misma humillación que el día que Ann conoció el búnker. No sólo eso, si es quien yo pienso, acabaré cortado en pedacitos en la olla de la sopa matutina. Transar con Oficiales nunca es fácil.
Caminamos y el tiempo se vuelve cada vez más lento, y pesado. Estoy seguro de que Ann se ha dado cuenta que algo está pasando...

Un paso, otro paso. Miro a mis costados, pero no encuentro lugar al que huir. Termina mi carrera, mi vida entera. Adiós a todo lo que construí durante todos estos años. Paso junto al hombre y éste estira la mano, me toma por el cuello y estampa mi cabeza contra el suelo. Sangro y me veo inmóvil, abro los ojos y diviso entre algunas nubes a Annabeth, abrazando al hombre vestido de negro, besándolo; ambos riendo de mi cabeza partida en dos...

Chit —Ann suena sus dedos frente a mis ojos—, vamos, no puedo demorar más...
Seguimos a mitad de cuadra, vuelvo a observar al hombre, pero esta vez no lo veo a él, sino a lo que él me hará. Partirá mi cabeza en dos, a no ser que frustre su plan.
Justo entonces me doy cuenta de que nos encontramos en la misma calle por la que el grupo de Andrew escapó, hace unos días. A su vez, estamos a dos manzanas del garaje de Wendy, y a setenta metros del pasillo que conecta la casa de Nohe, con la de Luka.
Las ideas en mi cabeza se aclaran, y reconozco la pared en la cual me escondía tiempo atrás, cuando era un iniciado en los movimientos de la calle. "Eres tan inútil, que ni con una brújula en la mano puedes ubicarte", repetía mi hermano varias veces a la semana, cuando tenía que ir a por mí cada vez que me extraviaba en misiones cotidianas. ¿Y ahora? Ahora no puedes decir lo mismo, Gaspar. Soy el rey de la calle.

"Eres tan tonto, que ni controlar un par de cerdos puedes", resuena Gaspar en mi cabeza.

Después de tomar a Annabeth por la muñeca, y rodear la manzana por el lado contrario (para evitar al hombre de negro), llegamos a la mansión de Sir Fleukman. El viejo loco que vive en una pocilga y se dedica a mojar papeles para que se plasmen imágenes, en un cuarto de luces rojas y muchas cajas.
Sir Fleukman es ciego de un ojo, y sostiene siempre la mitad de un anteojo con una vara, suele apoyarla en su ojo sano cuando quiere ver quién entra a su casa (a no ser que lo olvide).
Había bastado con entregarle tres fuentes y un par de pinzas para ganarme su confianza; y el derecho a exigir favores.
El viejo encorvado, y de mirada enfurecida, se acerca medio cojeando hacia Annabeth, y la observa de arriba hacia abajo. Hace una seña de aprobación, y nos invita a pasar. Una vez que cruza el umbral, su cojera desaparece... Como es normal.

La sorpresa aparece cuando Sir Fleukman comenta algo sobre un castillo en medio del arenero Este, mientras comienza a trabajar sobre la cámara de Ann.
Allí, en la oscuridad rojiza, parece una muñeca diabólica, salida de esos mitos urbanos que recorren las calles.

Hubiera podido jurar que la vi empalidecer, en el momento justo que Sir Fleukman colgó tres de las seis fotografías que había revelado. Pero no, eso es imposible porque estamos bajo la luz cálida; nadie empalidece cuando un foco rojo ilumina su rostro.
— ¡Jó! Mira quién... Sabandija —gruñó él.

Annabeth está balbuceándome algo, aparentando cierta tranquilidad. Explicando por qué le sacó tres fotos a Thomas Wobe.

Sostengo una de las fotografías en mi mano, y no puedo dejar de ver a Annabeth subir junto a él al taburete. La veo a ella saludar al público, mientras acaricia la mejilla de un joven, poderoso y apuesto líder...

SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora