Dracco, amigo de mis padres, estaba parado justo en la entrada. Había venido en representación de Malina, su esposa y amiga de la familia también, ya que no habían podido cerrar el puesto de panes aquella tarde. Me dio el sweater que Malina había tejido para mí, y al medirlo me quedó enorme. Seguramente mi madre le había dado esas medidas, consciente de que no eran las mías. La prenda era de hilo, y de color ocre. Le di las gracias, me incliné a saludarlo, y se fue caminando con dificultad (como si sus piernas ya no cupieran en el mismo paso) hacia el mercado.
La puerta volvió a sonar, y Moro entró sin esperar que alguien abriera la puerta y Daniel lo regañó mientras lo seguía por la sala.
— ¡Feliz cumpleaños! —me gritó, y al abrazarme, hizo que despegara mis pies del piso.
—Ya, ya. Tanto escándalo... Feliz cumpleaños —me dijo Dani sonriendo y corriendo de en medio a su hermano.
Ambos me dieron un regalo enorme. Moro parecía emocionado, puesto que no dejaba de acomodarse la remera, y la piel de su blanca mejilla estaba teñida de un rosa intenso. Dentro del gran paquete, había un cuadro de metal tallado. El dibujo era una puesta de sol entre colinas, y la parte del centro del sol parecía una pieza aparte.
—Es para que lo pongas en la pared del segundo rellano de tu cuarto —especificó Moro con una gran sonrisa.
—Gracias —dije abrazándolos —. Es muy lindo.
A veces me molestaba tener que mentirles a las personas, pero no siempre se podía ser totalmente honesto. Realmente no me parecía la gran cosa, no tenía magia. Lo que realmente distinguía a los objetos normales de verdaderos regalos era la magia.
—No te olvides de colgarlo allí —recordó Moro —. En realidad, dámelo, voy a subirlo para que no te olvides.
Moro tomó el cuadro y subió hasta mi habitación. Me quedé sorprendida y mirando a Daniel.
—Es Moro —dijo resignado.
Asentí, y los invité a sentarse.
—Bueeeno, hora de irse ¿no? —sugirió Dani —. El sol —y señaló la ventana con una risa nerviosa.
Helen y yo separamos varios pedazos de la torta y una botella de limonada con hielo, también algunos alfajores de coco, y un par de mantas. Metimos todo dentro de dos bolsas, y nos despedimos de mi mamá.
—Que pasen un día precioso —dijo y nos besó a cada uno. Moro la abrazó, y salimos a la calle.
Elioth apareció corriendo del otro lado de la calle.
—Pensaban irse sin mí —asumió, sacudiendo su pelo mojado.
Nota mental: preguntarle dónde ha estado.
—Claro que no —Daniel le apretó las mejillas —, nunca cariñito.
Durante el camino, y mientras más nos alejábamos de mi casa, platicamos sobre la "fiesta familiar" que el padre de Dani había celebrado por su pergamino. Daniel dijo que había habido carne asada y whisky, del cual él también había tomado. Hablamos sobre los lugares donde tendríamos que ir el lunes y luego, Moro y Helen terminaron en el piso uno encima del otro por querer hacer una tontería.
Daniel no lo regañó, sino que se rió y siguió caminando. A veces me preguntaba cómo sería una versión de él con actitudes menos negativas. También me preguntaba por qué no reía más a menudo, tenía una sonrisa casi perfecta: labios pulposos y rosados, y dientes blancos. Sería atractivo si tuviera otra actitud en algunas situaciones. Cuando estábamos empezando el tema Sophy, Dani divisó la plaza a lo lejos y se perdió la conversación.
Ya conocía la Plaza de las Esculturas, los instructores nos había paseado por todas las plazas de la ciudad en uno de nuestros cursos.
Cabe aclarar que no era de mis preferidas; estaba llena de esculturas enormes, blancas y mohosas. Los caminos eran de ladrillo naranja, y cada escultura estaba rodeada por un cantero de pasto verde, y piedra. La plaza era inmensa, y había muchas esculturas, algunas resultaban inentendibles.
Recorrimos la plaza hasta sentarnos en el centro. Helen acomodó sobre los ladrillos naranjas la manta, y sacó el pastel y los alfajores de coco.
—Bueno, vamos a contarte cómo va a ser el festejo —comenzó Daniel —. Admito que lo venía pensando hacía mucho tiempo y me pareció apropiado hacerlo ahora.
Sabía que se refería a que era nuestro fin de semana pre-trabajo-esclavo.
—Primero tienes que decir que no te negarás —aclaró Helen.
—Sí, exacto, que no te negarás —repitió Moro con coco en sus comisuras.
—Pensamos...
—Pensaste —aclaró Elioth.
—Está bien, pensé... que sería muy buena idea ir a visitar la antigua casa de los Domenech —dijo Dani.
Los Domenech habían sido una familia bastante adinerada, con una casa bastante grande. Habían tenido un negocio familiar muy jugoso, y nunca habían querido mudarse al Epicentro —a pesar de que los rumores indicaban que habían sido invitados—. La cuestión había sido que, una noche, habían descubierto que los Domenech estaban involucrados en actividades ilícitas. Básicamente, que eran subversivos. Oficiales habían interrumpido en su casa, y habían destruido absolutamente todo.
Toda la familia desapareció, padres e hijos. Desde aquel momento, la casa se había convertido en la aventura prohibida de los adolescentes del lado Este, que terminaban la escuela o que se atrevían a festejar algún suceso de forma ilegal.
—Obviamente que sí —dije encintándome el cabello. Vi a Eio lanzarme una fugaz mirada.
Supuse que esperaba que me negara. Conociéndolo, estaba segura que su cabeza estaba en guerra con sus venas: cabeza luchaba por protección; venas luchaban por aventura.
— ¿Qué? —le pregunté —. No podemos terminar la escuela sin antes hacer eso.
—Elioth tenía la esperanza de que te negaras, porque él no quiere ir —me informó Helen.
—No es eso, pero ¿Por qué de noche?
—No tiene gracia —insistió Helen, haciendo un ademán que indicaba que habían discutido sobre el tema anteriormente.
—Es arriesgado —rebatió tranquilo Eio.
—Por eso, querido amigo, he diseñado el mejor plan de todos —presumió Daniel inflando el pecho.El plan era, más o menos, así:
Cada uno de nosotros cenaría en sus hogares y simularía irse a dormir. Luego, a media noche, Moro y Daniel se escabullirían de su cuarto y pasarían por Elioth, quien estaría esperando en la puerta de su patio. De allí nos recogerían a nosotras, que saldríamos por la ventana de nuestro baño al patio trasero; y luego caminaríamos a escondidas hasta la Plaza de las Esculturas —justo donde nos encontrábamos—. Cruzaríamos ésta y rodearíamos el bar de oficiales, para llegar a la casa Domenech.
— ¿"Caminaremos a escondidas"? —Preguntó Eio — ¿Ese es el gran plan?
— ¿Puedes esperar a que acabe? —pidió Daniel —. Esa es la parte fácil. Los oficiales no frecuentan nuestra zona. Y desde media noche, hasta las dos o tres de la mañana los únicos lugares que transitan son los bares y cabarets.
Estuve tentada a comentar que, además, los sábados había menos guardia que otros días. Pero aquello dejaría en evidencia mis salidas nocturnas, y a nadie le caería bien enterarse de mis encuentros con Douglas.
— ¿Cómo lo sabes? —preguntó Helen.
—Bueno... Ehhh, he estado viendo a escondidas a Sophy —la confesión nos dejó sin palabras. Todos comenzamos a sonreír diabólicamente.
—Concentración —dijo aplaudiendo con fuerza una única vez, y sacó un pergamino doblado de su pantalón.
Daniel había dibujado un mapa tentativo de nuestro barrio y el camino hasta la casa Domenech. Había marcado con tinta azul las calles oscuras y con tinta roja los lugares peligrosos.
—Eres un maldito genio —dije observando el mapa.
—Pero la plaza está cerrada de noche —Eio se empeñaba en encontrar el error.
—Daniel, el maldito genio, ha conseguido la maldita llave de la maldita plaza —contestó el propio Daniel inflando el pecho una vez más. Tenía todo pensado.
—Pero... Eso no asegura que no nos encuentren —dijo Moro y Eio asintió señalándolo con su mano.
—Bueno, por eso vinimos aquí y no a otro lugar. ¿O acaso nadie se había preguntado por qué caminamos tanto para venir a un lugar tan horrible? —nadie contestó, y Dani revoleó los ojos—. Primero deben memorizar el mapa, luego tienen que inventarse una maldita historia inocente (por si acaso), y por último... tienen que encontrar un lugar donde esconderse aquí. En caso que nos persigan, entraremos a la plaza. Los Oficiales no se molestarán en venir aquí, porque las rejas siempre están cerradas con llave.
Nos quedamos en silencio por varios segundos. No había preguntas.
—La idea es hacer el mismo camino a la vuelta y estar en nuestras casas a las cuatro de la mañana aproximadamente. Si tenemos cuidado, será fácil. Sólo tendremos que prestar más atención cuando pasemos de la plaza hacia la casa, porque si observan para aquel lado —explicó señalando hacia la derecha —, verán un bar pequeño que luego de media noche se colma de oficiales.
—Yo estoy dentro —afirmé.
—Yo también —dijo Moro y Helen asintió igual.
—Está bien —se resignó Eio después de lanzarme una mirada.
Antes de volver a casa, memorizamos el mapa y recorrimos la plaza. Hablamos bastante de Sophy y Daniel, aunque él insistió en que "no es nada serio" pudimos sacarle unas cuantas palabras.
—Es un hecho —afirmó Helen.
—A medias —objetó Dani.
—Estás enamorado.
—Cállate, Hel.
—Admítelo...
—No seas inmadura.
Y discutieron así por varios minutos. Daniel nunca lo negó.
De regreso, mi hermana se quedó en la casa de los Roth, porque Moro "tenía urgencia por mostrarle algo". Así que Elioth me acompañó hasta mi casa, mientras el sol descendía poco a poco frente a nosotros.
—No tienes que ir, si no quieres —le dije cuando estábamos por llegar.
—No creo que sea necesario, pero iré.
—No voy a enojarme —le aclaré, y enlacé su brazo con el mío, como si fuéramos dos ancianos caminando—, esto es algo de todos. No precisamente un festejo de cumpleaños.
Él me miró de reojo, y luego pateó un pedazo de adoquín suelto.
—Voy a ir.
— ¿Por qué?
Dudó en responder, pero luego de dar un suspiro dijo:
—Estás loca si piensas que voy a perdérmelo.
—Lo sabía —contesté con satisfacción.
Nada iba a salir mal, y él lo sabía también, sólo que a veces dejaba a la cabeza apoderarse demasiado del terreno; o al menos, siempre era así en lo que respectaba a nosotros. Hacía unos años que los Oficiales ya no eran estrictos. No como antes. Muchos de ellos pasaban sus días bebiendo y abusando del poder que el Epicentro les había dado, y olvidándose de sus deberes y lanzándose a la droga de una vida vacía y oscura. Las calles eran salvajes, en muchas ocasiones, a causa de los Oficiales.
Él me acompañó hasta mi casa, a pesar de haber pasado por la suya con anterioridad. Me solté de su brazo, y crucé la calle hacia mi casa.
—Nos vemos —saludé.
Antes de cerrar la puerta, él me saludó con la mano, y luego vi cómo rascaba su cabeza de punta a punta. Cerré la puerta, y tuve la sensación de que algo se le escapaba de los labios. La sensación de que me había querido decir algo más. Hacía algunos días tenía esa sensación.
ESTÁS LEYENDO
SUBVERSIVOS #1
Science Fiction"Silencio. Silencio. Y luego -sin aceptar que aquello podía ser producto del deseo y la esperanza- el eco ínfimo del agua a lo lejos. No teníamos otra opción. Tomé tres granadas de la bolsa que l...