Capítulo 37

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HELEN

Había sido inútil rodear mi casa una y otra vez, por más veces que lo hubiera deseado, ni Douglas ni Thomas habían aparecido por allí. De todas formas, la caminata me había ayudado a digerir gran parte de todo lo que había pasado en las últimas horas, y además, para percatarme de que había más Oficiales de lo normal en la zona.
No estaba segura de cuán prolijo había sido el trabajo del tal Donald en el que Annie confiaba tanto, pero esperaba que lo suficiente como para mantener a Thomas Wobe al margen de toda sospecha. Sin él dentro del sistema, poco podríamos hacer nosotras desde afuera.
Mientras rondaba la calle, una pregunta rondaba en mi cabeza. Si hubiera tenido que pintarme en ese mismo momento lo hubiera hecho con colores marrones y rojizos, primero hubiera dibujado mi cuerpo en espiral y mi cabeza de costado, además, justo dentro de mi cabeza hubiera pintado mi cuerpo en un espiral inverso. Porque siempre había dos Helen: una que iba, y otra que venía. Nunca se ponían de acuerdo.
En mi cabeza:
¿Dónde está puesta la lealtad de Thomas?
En la práctica:
Esperando que Thomas se presente.

Supongo que el choque sentimiento-acción, devenía de la poca coherencia en la vida del líder. ¿Cómo se puede ser subversivo y gobernar al mismo tiempo? Desde el día que Annie me había dicho que Thomas Wobe era el chico con el que se había encontrado más de una vez, no podía dejar de pensar: Cualquiera despotrica contra la desigualdad sentado desde su cama dosel. ¿Cuántos estamos dispuestos a sacrificarlo todo por mejorar la condición de alguien más?

No había respuesta.

Después de cenar me encerré en el cuarto de Annie, releí una y otra vez el diario traducido que estaba en el cofre. En una hoja intenté formar palabras con las letras, luego los ordené uno bajo el otro, pero ninguna pista nueva aparecía. Sentía que había algo más que sólo códigos de acceso, y no descansaría hasta voltear de todas las maneras posibles aquellas malditas letras traducidas.

Después de tantos malabares, a mitad de la madrugada, resolví que tendría que intentar algo diferente para calmar mi ansiedad. Pensé que si hubiera tenido el mapa de las afueras en ese mismo momento, me hubiera encargado la misión de recrearlo una y otra vez. Al menos, otros miembros del M.A.C podrían utilizar la información que nosotros teníamos, a pesar de que no pertenecíamos al M.A.C. Pero el mapa había quedado en el Epicentro. La información más valiosa estaba en manos de Wobe y Donald, otra razón por la cual sentirme insegura o ansiosa.

La luz del alba había comenzado a hacerse notar, así que crucé a mi habitación y esperé frente a la ventana. Cuando el primer rayo de luz atravesó los vidrios, saqué tres tizas de un pequeño bolsillo que había cocido en la cortina: una roja, una amarilla y otra naranja. Tomé un papel e intenté trazar los rayos que asomaban del muro a lo lejos.
Me tomé una sola licencia: evitar el muro, pues a nadie le gustaban los amaneceres encarcelados.

Otra noche en vilo.

En la mesa de la cocina dejé una nota con mis inentendibles runas.
"Salí más temprano. H.".

Sonó el final del toque de queda, y huí de mi casa como si esperar en una plaza al camión pudiera librarme de mis pesares.

Apoyada sobre el exhibidor de arena más cuadrado en toda la plaza, aguardé que Moro apareciera por algún costado como todas las mañanas. Mientras tanto, en la esquina contraria al playón de camiones, había un grupo de Oficiales deteniendo a un joven de no más de veinticinco años. Lo golpeaban y se reían de él, no dejaban al muchacho erguirse, sino que lo hacían trastabillar para que no pudiera subir al camión.
Un fuego subió desde mi estómago hasta el centro de mi cabeza. Los estaba odiando tanto que quería verlos morir. No me importaban sus familias, porque a ellos tampoco les había importado la mía.
Mi padre se convertirá en eso, pensé. Y me di cuenta que mis uñas me lastimaban la palma de la mano.

SUBVERSIVOS #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora